El fascismo es un movimiento o ideología autoritaria que
originalmente agrupó fuerzas conservadoras en el período entre las dos grandes
guerras en la Europa del siglo XX. Las estructuras fascistas que tuvieron mayor
alcance fueron la de la Italia de Mussolini, de donde adquirió su nombre, el nazismo
liderado por Hitler en Alemania y el falangismo en España cuyo máximo exponente
fue Francisco Franco y del cual derivan el Partido Popular español y los
partidos demócrata cristianos de todo el mundo. En Venezuela tuvo su expresión
original en COPEI, del que provinieron, –después de múltiples fraccionamientos-
otras organizaciones como Primero Justicia y Voluntad Popular.
El fascismo tuvo una gran
influencia de una versión ramplona de la
teoría de la evolución de Darwin que establece la lucha interminable entre
personas y naciones. De aquí emana el culto a la violencia porque, por esa vía
se puede imponer la voluntad del grupo de personas o de la nación que la interpreta
con el objetivo de sobrevivir a cualquier precio. El líder fascista pretende
ser siempre la encarnación de la “voluntad de la nación”. De ahí, -tal vez- proceda
el nombre que Leopoldo López le ha dado a su organización.
Según Gramsci, el fascismo
nace cuando “el mundo viejo se niega a
morir y un mundo nuevo no puede nacer”. Así mismo, es válido decir que el
fascismo siempre ha surgido en momentos de crisis del sistema capitalista,
cuando los sectores que lo interpretan ven debilitadas sus posibilidades de
actuar en los marcos del propio modelo de democracia representativa que
engendraron y con el que pretenden perpetuar su poder. Desde el punto de vista
de clases, el fascismo se apoya fundamentalmente en ciertas fracciones de una clase
media arribista que es fácilmente cooptada a partir de su afán de deslindarse
de los sectores populares a los que desprecia
profundamente en su intento de “diferenciarse”. Los ideólogos fascistas
aprovechan esta condición para hacerlos sentir un grupo superior cuya sobrevivencia
se ve amenazada, por la acción de segmentos marginados de la sociedad que
comienzan a reivindicar espacios de participación.
En este sentido, vale recordar las palabras del luchador anti-fascista
búlgaro Jorge Dimitrov quien en 1935 recalcaba de un modo especial el
carácter verdadero del fascismo, “porque el disfraz de la demagogia social ha
dado al fascismo, en una serie de países, la posibilidad de arrastrar consigo a
las masas de la pequeña burguesía, sacadas de quicio por la crisis, e incluso a
algunos sectores de las capas más atrasadas del proletariado, que jamás
hubieran seguido al fascismo si hubiesen comprendido su verdadero carácter de
clase, su verdadera naturaleza”.
Dimitrov se pregunta, “¿De dónde emana
la influencia del fascismo sobre las masas?” y responde “El fascismo logra
atraerse las masas porque especula de forma demagógica con sus necesidades y exigencias más candentes.
El fascismo no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas,
sino que especula también con los mejores sentimientos de éstas, con su
sentimiento de justicia y, a veces, incluso con sus tradiciones
revolucionarias”.
Y cual si estuviera viviendo la
Venezuela de hoy, el líder búlgaro recrea los ataques de esta derecha fascista
a las iniciativas que pugnan por la relación solidaria y fraterna que ha
establecido el proceso bolivariano con los pueblos del mundo y en particular
con los de Nuestra América. Con prístina visión de futuro afirmó, “El fascismo
es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de
cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los
campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el
chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás
pueblos”. Por eso atacan a la Alba , a Petrocaribe, a Unasur y la Celac.
En América Latina, esta
corriente de la derecha ultra reaccionaria surgió a partir del influjo de lo
que ocurría en Europa, sin embargo, adquirió motor propio sobre todo en Brasil,
Chile, Argentina y Bolivia. En nuestra región, además, adoptó una postura ultra
radical frente a la democracia liberal burguesa. Aunque el fin de la segunda
guerra mundial, produjo un declive del movimiento fascista en Europa, en
América Latina logró mimetizarse hasta adquirir razón y fuerza de Estado a
partir de la implantación -en la década de los 60 y 70 del siglo pasado- de las
dictaduras sustentadas en la Doctrina de Seguridad Nacional apoyadas por
Estados Unidos.
Los gobiernos
dictatoriales de Brasil, Argentina, Uruguay y Chile fueron catalogados como
fascistas por algunos académicos y/u organizaciones políticas, sin embargo fue
en Chile, donde asumió posiciones más claras en cuanto a sus características
más importantes.
El propio presidente
Salvador Allende alertaba respecto de este maligno tumor en el acto
multitudinario con el que se conmemoraban tres años de su victoria electoral,
el 4 de septiembre de 1973, justo una semana antes que la derecha chilena
amparada en el poder de las fuerzas armadas, derrocara por la fuerza al
presidente constitucionalmente elegido.
El
Héroe de la Moneda describía el papel que la derecha jugaba para detener el
avance del pueblo y afirmaba que la misma “no vacila en recurrir
a prácticas fascistas”. Enfático dijo “Los que crearon ayer el sistema de gobierno
que nos rige, no aceptan hoy ser gobernados y quieren destruirlo. Los que
apoyaron ayer las instituciones del régimen para mantenerse en el gobierno,
consideran hoy que ya no les sirven para sus intereses. Llegan a dejar
reemplazar sus partidos políticos por grupos aventureros. No vacilan en atacar
a los rectores de las universidades, a la propia iglesia, a su Cardenal. Nada
los detiene, sino nuestra propia fuerza, unidad y convicción por lo que estamos
luchando. Han roto, o intentan romper, todas las formas de la convivencia. La
legalidad ya no les sirve, y la pisotean”.
Y
agregaba más adelante “En las barbaries provocadas por el fascismo, ante
nuestros propios ojos, hay una fuerza de represión brutal, ejercitada con tal
crueldad, que constituye una muestra de lo que sería capaz de hacer contra los
trabajadores, si tuviera el gobierno en sus manos. Es una muestra mínima de su
desprecio por la democracia, por la vida de los hombres, mujeres y niños; de su
odio, de su insaciable capacidad de destrucción”.
La
historia se repite como los hechos habitualmente nos lo recuerdan. La reflexión, el conocimiento y la
experiencia adquirida en las vicisitudes de la lucha popular darán los instrumentos para aprender de ella,
pero sólo la fuerza del pueblo organizado es capaz de maniobrar o incluso acelerar cuando ello sea necesario. La tradición de Venezuela es pródiga en
ejemplos.
Finalizo
como el mismo párrafo con el cual concluí el artículo antes mencionado, escrito
en mayo del año pasado “… el gobierno debe saber administrar este nuevo
escenario en que la confrontación será de otro tipo, sin olvidar que las
huestes fascistas siguen vivas y conspirando y que Estados Unidos siempre ´juega
una simultánea en varios tableros`”.
Excelente articulo que ayuda a entender la situación venezolana hoy día.
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