En esa medida, es menester preguntarse qué elementos manejaba el gobierno de Estados Unidos para suponer que estaba en condiciones de emprender la “ofensiva final” para el derrocamiento del gobierno del presidente Nicolás Maduro. En el trasfondo, trasluce la idea de que la potencia norteamericana ha comenzado a superar la crisis económica que transita y, en esa medida, viene por sus fueros a recuperar el espacio que los años de crisis le han restado en su confrontación estratégica con China y, de alguna manera con Rusia.
Habida cuenta, que en la actualidad, la contienda estratégica entre poderes mundiales se manifiesta en la lucha por espacios de influencia e interés en las materias primas del sur y, que la misma adquiere una condición más retórica que real, los hechos demuestran que en Ucrania, Europa y Estados Unidos han jugado fuerte y han obtenido una victoria en las mismas narices de Rusia. Más allá de la vocinglería de esta última, no pareciera que la situación en Ucrania sea reversible.
Las potencias occidentales han tomado nota de Siria y han llegado a la conclusión de que ya no es viable utilizar el Consejo de Seguridad de la ONU para legitimar sus aventuras imperiales en el marco del derecho internacional. En Ucrania han optado por actuar sobre la base de los hechos consumados. Así, se ha utilizado el expediente “Paraguay” para organizar un golpe de Estado institucional. A su favor, encontraron un país quebrado en dos mitades, una al este más cercana a Rusia y otra al oeste, con una identificación mayor con Europa y Occidente. Da la impresión que la “solución” no será solución. Bajo el control de diplomáticos estadounidenses, el parlamento ha designado como presidente provisional al ex jefe de los servicios secretos Alexander Turchinov quien, en realidad es un peón de la millonaria ex primera ministra Yulia Timochenko quien seguramente regresará al poder después de estar presa por abuso de poder.
Sin embargo, el expediente de Ucrania también ha servido como globo de ensayo para actuar en Venezuela. No por casualidad, la prensa internacional se ha encargado de informar de ambas situaciones en simultánea, generando la idea de un paralelo que no se sostiene.
En Venezuela, no hay mitades soportadas por dos potencias extranjeras. En todo caso, la ultra derecha que conduce los destinos de la oposición desearía una intervención militar norteamericana como lo han anunciado públicamente en sus manifestaciones a través de los carteles que enarbolan. Por cierto, vale decir que en Venezuela, las Fuerzas Armadas han dado pruebas irrestrictas de lealtad a la institucionalidad vigente y a la Constitución Nacional.
La similitud con Ucrania es mediática y manejada desde el exterior. Es irreal suponer que Leopoldo López puso en sintonía a Obama, Cher, Madonna, Paulina Rubio, Piñera, Martinelli, CNN, RCN y Caracol. Eso sólo lo puede hacer un poder superior, con capacidad financiera e influencia política. Que el propio presidente Obama –en un acto poco habitual- se haya referido al tema durante su viaje a México, indica cuán comprometido está su gobierno, o al menos cuánto poder tienen los que lo conminaron a actuar de forma tal que no resiste la más mínima norma de análisis en el marco del derecho internacional.
Vale mencionar que una encuesta dada a conocer en Washington durante la primera semana de febrero mostró que la popularidad del presidente Barack Obama se encuentra en su nivel más bajo, hace meses. Por primera vez, la mayoría de los estadounidenses considera que su presidente es deshonesto y no merece su confianza. El sondeo realizado por el Instituto de Sondeos de la Universidad de Quinnipiac, dijo que “el 54% de los encuestados desaprueba la política del mandatario, frente al 39% que lo respalda, y esas cifras bajaron más aún en las últimas semanas”.
En Venezuela, eso sí, se aprovecharon de las pugnas internas por la hegemonía de la derecha para aupar a Leopoldo López, dado el fracaso continuo de Henrique Capriles que los llevó a la derrota en dos elecciones presidenciales y una municipal. Capriles ya había tenido su aventura terrorista en abril del año pasado y estimaba que aún no existían las condiciones para repetirla. Así, el ímpetu, los deseos de protagonismo y la suposición que la violencia les podía traer la victoria que las urnas electorales le negaron, los llevaron nuevamente –cambio de líder por medio- a un nuevo lance golpista.
Pero los golpes de Estado necesitan del apoyo de al menos un sector de las Fuerzas Armadas, éstas rechazaron de plano violentar la Constitución y han renovado su decisión de estar junto al pueblo. Mención especial tiene la gran disciplina, el elevado grado de organización y la conciencia política adquirida por el pueblo venezolano y sus colectivos de lucha más avanzados que no han caído en las provocaciones que desearían las huestes de la derecha internacional para justificar una intervención militar “humanitaria” en Venezuela.
La situación creada puso en evidencia el alto grado de penetración que por años han venido adelantando fuerzas paramilitares venidas de Colombia que se establecieron en el estado Táchira, una cabeza de puente para la invasión a Venezuela. La acertada decisión el gobierno de enviar a fuerzas especiales del Ejército a combatir ese cáncer maligno que pudre nuestra sociedad, da cuenta de la más importante de las decisiones tomadas por el gobierno durante estos días. Los paramilitares forman un componente de fuerzas extranjeras que han invadido el territorio de la República y que deben ser combatidos y expulsados del territorio nacional e incautadas todas sus propiedades en provecho de los ciudadanos. No habrá paz en Venezuela, mientras existan remanentes de fuerzas militares extranjeras en el país.
Pero mientras todo esto ocurría, Colombia no era ajena a las turbulencias de su situación interna. Aunque las negociaciones de paz que adelantan el gobierno y la guerrilla de las FARC en La Habana, aún no han concluido, ya comienzan a tener repercusiones en la vida política del país vecino. La posibilidad del fin de la guerra elimina una forma de vida y de actuación de más de 50 años para la guerrilla, pero también para el componente castrense. Como ha ocurrido en otros países con situaciones similares, existe una eventualidad cierta de disminución del contingente militar y del patrimonio que manejan. De la mano, se podría vislumbrar una posible reducción de los recursos del plan Colombia que colocaría a los militares –según visión propia- en una situación de minusvalía respecto de sus vecinos.
Así, un informe de la Revista Semana de Bogotá titulado “Los negocios del Ejército” dio a conocer la semana antepasada unas grabaciones que caracterizó como “evidencia de una presunta red de corrupción en el Ejército”. Esto motivó que alrededor de 12 generales fueran pasados a retiro, produciendo un cambio profundo en el Comando General de las Fuerzas Armadas y la cúpula del Ejército. Así mismo, dos generales de la policía siguieron el camino de los militares. A pesar que tanto el presidente Santos como el ministro de defensa Juan Carlos Pinzón se esmeraron en dar muestras de la respetabilidad de los oficiales pasados a retiro, estos, aún vistiendo el uniforme militar se encargaron de cuestionar públicamente a las máximas instancias del Estado. Semana lo informó así: “Yo renuncio por honor y dignidad (...) Y lo hago ahora porque lo que uno ve es un complot contra las instituciones, entre ellas el Ejército”. Así explicó su renuncia el general Rey a RCN Noticias. “Se lavan las manos con los generales”, dijo en la radio el general Guzmán. El más duro fue el general Reyes, quien habló de “persecución” y dijo: “Muy seguramente con su falta de carácter el señor ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, se dejó asesorar por el señor comandante del Ejército, Juan Pablo Rodríguez, y tomó la decisión de llamarnos a calificar servicios”.
Un verdadero escándalo del que apenas ha asomado la punta del iceberg, de cara a las nuevas grabaciones que han seguido dando a conocer los medios de comunicación colombianos. Lo que Semana ha dado en llamar un “revolcón” en las fuerzas militares produjo repercusiones ipso facto, la más inmediata la caída en 6 puntos del presidente Santos en las encuestas, lo que ha prendido las alarmas del vecino país, toda vez que si el voto en blanco (que en las encuestas sigue subiendo) supera a todos los aspirantes, según las leyes colombianas, las elecciones deben repetirse sin que ninguno de los candidatos participantes del evento comicial anterior puedan hacerlo nuevamente.
Así mismo, en el contexto de esa última semana se descubrió la intercepción del correo privado del presidente Santos y el atentado contra la vida de la candidata presidencial de la Unión Patriótica, hecho que hizo recordar de inmediato al pasado tenebroso de los años 80 del siglo pasado. El nuevo jefe del Ejército, de inmediato adjudicó tal acción a las FARC, lo que fue desmentido por la guerrilla y por la propia candidata Aída Avella.
Pero, al parecer en Colombia, esas son noticias cotidianas y de poca importancia. Tal vez, por ello, el afán de los medios de comunicación colombianos de informar en primera plana sobre los sucesos en Venezuela como noticia más relevante. Sólo habría que imaginar qué dirían aquellos que se creen dueños de la verdad en el mundo si en Venezuela fueran destituidos los 12 generales de más alto rango de las fuerzas armadas, se interceptan las comunicaciones del presidente de la república y se atentara contra la vida de una candidata presidencial.
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