El derrocamiento de Mohammed Mursi en Egipto viene a dar continuidad a una serie
de acciones que se han desarrollado durante los últimos días en algunos países
de la región, las que analizadas desde un punto de vista unilateral y
descontextualizado aportan información parcializada que en el mejor de los
casos dicen relación con acontecimientos que ocurren en un solo país, pero que
cuando se estudian en su conjunto contribuyen a dar una idea que refiere a
conflictos de carácter regional, que además por sus características tienen
incidencia global.
En el caso de Egipto, -tal como ocurriera hace un
año en Paraguay- los especialistas conocedores del intríngulis del Medio Oriente
no se ponen de acuerdo respecto a la definición de lo que allí ocurrió. De la
misma manera que el debate estéril que buscaba definir teóricamente si en
Paraguay había ocurrido un golpe de estado para derrocar al presidente Lugo o
si el movimiento que lo depuso del poder era legal y constitucional, hoy en
Egipto asistimos a una situación similar.
Y, no es que yo quisiera soslayar la importancia
del debate teórico, pero para mí el problema en uno y otro caso es que se está
descuidando la esencia de la contradicción fundamental cual es, que el modelo
de democracia representativa surgida a partir de la Revolución francesa, que
adquirió forma después de la independencia de Estados Unidos cuando los
principios que la sustentaron se plasmaron en su Constitución y que se ha
vendido al mundo como panacea y paradigma de comportamiento democrático, ha
comenzado a mostrar sus insuficiencias y deficiencias sencillamente porque no
ha sido capaz de resolver los grandes problemas
de la humanidad. Estos, no son solo de orden material- de por si
inmensos- sino que tiene que ver con elementos encaminados a la necesidad de
las mayorías de tener presencia y opinión en la toma de decisiones y de generar
mecanismos de participación real en las disposiciones y decretos sobre temas
que le incumben. Ya el Libertador Simón Bolívar alertaba sobre el tema en su
discurso en la instalación el Congreso de Angostura cuando se preguntaba si el
espíritu de las leyes de una nación pudiera servir a otra. El Libertador se
cuestionaba respecto del carácter de las leyes y de la Constitución de un país
que era lo que estaba en el centro del debate: “¿… qué las Leyes deban ser
relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su
situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos?, ¿referirse al
grado de Libertad que la Constitución puede sufrir, a la Religión de los
habitantes, a sus inclinaciones a sus riquezas, a su número, a su comercio, a
sus costumbres, a sus modales?” y, al referirse a la Constitución que se debía
aprobar para Colombia, concluía con una sentencia de presente y de futuro “He
aquí el código que debemos consultar, y no el de Washington!!!”.
Doscientos años después, no es el código de
Washington el que debemos consultar. Caracterizar lo que ocurre en Egipto y en
el Medio Oriente y actuar en consonancia es algo que compete hacer a los
pueblos involucrados a partir de su propia visión, experiencia y vivencia. Es
tan complejo comprender esta región, que connotados estudiosos y analistas de
reconocida posición anti imperialista han coincidido con el presidente Obama en
que en Egipto no ha habido un golpe de Estado.
Lo cierto es que, independientemente de las causas el
derrocamiento del presidente egipcio que originó la situación actual y de las consecuencias
que de ellas se derive en el terreno de lo interno, este hecho ha venido a
consumar una derrota estratégica de Estados Unidos, Israel y las fuerzas reaccionarias del mundo árabe y
musulmán. Esto adquiere particular importancia en lo que se refiere al acoso y
agresión contra Siria, cuando ha cambiado el gobierno en uno de los principales
eslabones de la alianza que pretende derrocar al presidente El Assad.
El 16 de junio pasado, el ex presidente Mohamed
Mursi anunció que su país rompía relaciones con Siria. Así mismo apoyó la
creación de una zona de exclusión aérea y exigió al grupo chiita libanés Hezbolá abandonar ese país, donde lucha junto al
presidente Bachar el Asaad en contra de
los mercenarios que lo invaden jugando un papel relevante en la toma de la
estratégica ciudad de Al Qussair con lo que se impidió la continuidad del
suministro de armas y apoyo occidental a
las fuerzas opositoras al gobierno. Tal declaración, rompió una tradición de
Egipto que ha evitado involucrarse en conflictos inter árabes lo que le ha
permitido –siendo neutral- jugar un papel de mediador ante diferendos y
disputas. Pero, lo más importante es que colocó abiertamente a Egipto en la
alianza anti Siria de la cual también forman parte Turquía, Arabia Saudita y
Catar.
Turquía, el otro ariete imperial en la confabulación contra
Siria, también está atravesando por graves dificultades de orden interno. Como
dice el periodista francés Thierry
Meyssan, “…los turcos no están protestando contra el estilo autoritario de
Recep Tayyeb Erdogan sino en contra de su política, o sea contra la Hermandad Musulmana, a la que Erdogan apadrina. No se trata de una
revolución de color en la plaza Taksim en contra de un proyecto inmobiliario
sino de un levantamiento en todo el país, de una verdadera revolución que está
cuestionando la ´primavera árabe`”. Hasta hace unos días, alrededor de 5000
ciudadanos habían sido detenidos y se contabilizaban 4000 heridos en las
manifestaciones que ya duran alrededor de un mes. Según cifras oficiales más de
2,5 millones de personas han salido a las calles en 79 ciudades turcas desde
que se iniciaron las jornadas de protesta que lejos de bajar de intensidad, han
aumentado el caudal de participación popular.
Los manifestantes, quienes forman parte del
movimiento de protesta nacional turco en contra de las políticas y la represión
violenta del gobierno de la Hermandad Musulmana (HM) lanzaban consignas como
“En todas partes Taksim”, “En todas partes resistencia”, “La lucha vuelve a
empezar”, “Erdogan dimisión”. En esas condiciones los dirigentes turcos han mantenido absoluto mutismo respecto de los acontecimientos en Egipto con
el que mantuvieron una estrecha relación mientras estuvo Mursi en el poder. La
caída del gobierno de los HM en Egipto y las manifestaciones contra el gobierno
de Erdogan son, sin duda, un duro golpe a la legitimidad de este último. El
primer ministro turco ha quedado bastante limitado para seguir teniendo una
participación protagónica en el
conflicto sirio.
En este contexto, cobra gran validez resaltar que el nuevo
emir de Catar casi simultáneamente con la defenestración del primer ministro,
ordenó la expulsión del territorio del emirato de Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes radicales más importantes de la HM quien
ocupaba el cargo de Director del Centro
sunita de la Universidad de Catar. Al-Qaradawi fue un acérrimo opositor del
Presidente Nasser en los años 60, fue encarcelado por sus actividades violentistas
hasta que se refugió en Catar en 1961, regresando a su país natal sólo en 2011
cuando la HM accedió al poder.
La
debilidad creciente de la alianza occidental-musulmana contra Siria, ha traído
consecuencias en el frente interno. El pasado sábado 6 de julio se produjo un
cambio en la conducción de la oposición armada siria. El nuevo líder Ahmed
Jarba propuso al gobierno de El Assad un
alto al fuego para respetar el sagrado mes del Ramadán que se inició el martes
9 de julio. No sabemos la respuesta del gobierno a esta propuesta, pero es
evidente que el mando mercenario necesita tiempo para oxigenar su cada vez más
difícil situación en los campos de batalla que ahora, además ha sufrido golpes
muy significativos en el ámbito internacional.
Así
vistas las cosas, las negociaciones en Siria sobrevendrán más temprano que
tarde. Estados Unidos tendrá que aceptar la debacle de su política y se verá
obligado a sentarse a deliberar con los actores internacionales protagónicos de
este conflicto: Rusia e Irán. Llegarán a Ginebra junto a Arabia Saudita para
evitar que predomine la presencia chiita. Será la aceptación de su derrota y la
consolidación del frente de la resistencia desde Teherán hasta Gaza.
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