En
el año 2008, se realizó en Caracas un evento académico al cual asistí junto a
innumerables colegas de varios países del continente. El mismo se desarrollaba,
semanas antes de la campaña electoral que llevó a Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos. Una noche
fui invitado a cenar junto a un grupo de participantes la mayoría de los cuales
no me eran conocidos. Por avatares del destino me toco sentarme junto a un
estadounidense que investigaba sobre los movimientos sociales en América
Latina.
La
conversación derivó en el proceso eleccionario estadounidense. El hombre no
ocultaba sus simpatías pos su condiscípulo de Harvard, resaltaba esa condición mientras
manifestaba su exultante emoción por la posibilidad de que un “afroamericano” como él lo denominaba, fuera presidente de la
primera potencia mundial. Mi vecino de mesa se autocalificaba como “liberal” en
política y un firme creyente en el libre mercado. Lo que comenzó como un debate
a dos voces fue ocupando a todos los contertulios hasta que finalmente y de
manera inevitable terminamos todos discutiendo sobre el tema.
En
algún momento, la interesante disputa condujo a la relación de Estados Unidos
con América Latina. El ilustrado profesor de la Universidad de Austin en Texas manifestó particular
interés y de manera directa me preguntó cuál era mi opinión sobre el tema, en
caso de que Obama triunfara en las elecciones.
Para
no hacer demasiado largas estas palabras, resumiré diciendo que le contesté
explicando que desde mi punto de vista, respecto de América Latina daba lo
mismo que el presidente de Estados Unidos fuera republicano o demócrata,
académico o analfabeto, negro o blanco porque su sistema político era
monopartidista, sólo respondía al partido de los grandes capitales, de las
transnacionales y en particular del Complejo Militar Industrial, que son ellos
los que nominan a los candidatos, uno de los cuales llegaba a la presidencia
después de multimillonarias campañas electorales que significan una verdadera
afrenta a los millones de pobres y excluidos que sobreviven en el propio
territorio estadounidense y que, siendo un proceso legal, tiene escasa
legitimidad dada la alta abstención que roza la mitad de la población
electoral. Le expuse que por tal razón, al gobierno de Estados Unidos se le
llama “administración” porque lo que hace es gerenciar recursos para mantener
el poder de los poderosos.
Agregué
que Estados Unidos cada vez entendía menos lo que pasaba en nuestra región y
que su política exterior se basaba en estereotipos. Le manifesté que por no ser
ciudadano estadounidense no podía saber si un eventual gobierno Obama iba a
beneficiar a uno u otro sector, pero que como latinoamericano tenía plena
convicción de que no iba a haber cambios respecto de América Latina y el Caribe
y que para nosotros daba lo mismo republicanos que demócratas.
Me
indicó con convicción que dos demócratas: Kennedy y Carter habían sido
diferentes y me permití recordarle que Kennedy lanzó la invasión a Cuba en 1961
y que fui testigo presencial cuando en 1979, Carter trató de impedir el triunfo
de la revolución sandinista a través de la OEA primero y después enviando
tropas a Costa Rica para intervenir en
Nicaragua a fin de impedir la derrota de Somoza, pero cuando ésta fue
inevitable, intentó colocar un gobierno proclive a sus intereses. De paso le recordé
que un demócrata, Harry Truman ordenó lanzar las bombas atómicas en Hiroshima y
Nagasaki. Y, que otro presidente demócrata,
Bill Clinton, quien a pesar de no ser académico era más culto que el
actual inquilino de la Casa Blanca, además de hacer cosas no muy santas según
los hipócritas cánones éticos de Estados Unidos, no tuvo reparos en ordenar las
intervenciones militares en Haití y Bosnia Herzegovina así como los bombardeos
de Irak y Serbia. Concluí que de los republicanos era mejor no hablar.
A
estas alturas, el hombre se tomaba la cabeza a dos manos y me decía que era
imposible que alguien pudiera pensar así porque Obama iniciaría una nueva era
de acercamientos y relaciones de equidad con nuestros países. No sólo lo puse
en duda, sino que rechacé tal idea de plano, incluso con la desaprobación de
alguno de los otros comensales que influidos por los medios de comunicación
pensaban que iniciábamos nuestra entrada
al paraíso. No dudé de la buena fe de este pobre hombre, buen académico pero
muy ignorante de la mayoría de las cosas que ocurren detrás de sus fronteras. El
común de los estadounidenses está tan alienado que de verdad cree que Estados
Unidos es el salvador del mundo, que su modelo político es ejemplo de virtudes
democráticas y que todo lo que se dice
respecto de la motivación intervencionista y hegemónica de su gobierno es obra
de terroristas que planean en las sombras destruir lo que “han conseguido con
tanto esfuerzo” durante más de dos siglos.
Nunca
han entendido la diversidad del planeta, por el contrario tratan de imponer
modelos únicos de comportamiento, de valores y principios y hasta de cómo
vestirse y qué comer. Por eso, no pueden entender la respuesta de los
musulmanes después de haber sentido el desprecio y el ultraje a su religión y
sus creencias en una película que habiendo dudas de de quién la hizo, existe plena certeza de que la misma fue filmada
en Estados Unidos, país que promueve el odio racial, el desprecio a las
minorías, todo por defender su ultra reaccionaria cultura “blanca, anglo sajona
y protestante”, WASP por sus siglas en
inglés.
Los
que han promovido el irrespeto al derecho internacional no pueden entender que
hoy se viole la soberanía de su Embajada y que incluso ello haya llevado al
lamentable asesinato del Embajador de Estados Unidos en Libia, a quien consideraban
“salvador” de ese pueblo cuando solo unos meses antes se fotografiaba ufano
ante el cadáver de Gadafi. Ahora
comprenderán al pueblo ecuatoriano y al presidente Correa, a los países de la
Alba y de Unasur que manifestaron su pleno apego al derecho internacional en
defensa de su soberanía amenazada por el gobierno británico. No pueden entender
que las manifestaciones en su contra se hayan extendido ya a 30 países,
incluyendo por ejemplo a Gran Bretaña y Australia.
Los
medios occidentales se han apresurado a decir que estas acciones son respuesta
a los “problemas de imagen” que conserva el gobierno estadounidense y cuestionan que los mismos se
hayan hecho a pesar de la “poca información” que se tiene sobre el mencionado
film, se resalta que Obama ha hecho esfuerzos por cambiar la tan deteriorada
“imagen”. Se preguntan con razón si acaso Obama no había dicho en El Cairo en
junio de 2009, a tan solo 5 meses de asumir su cargo que habría ”un nuevo
comienzo” entre su país y los musulmanes.
Dicen
los medios de comunicación que todo ello ocurre a pesar de la diplomacia y de
las campañas de publicidad. Pero, en el trasfondo está que lo que parecía
cambiar después del desastre que significó Bush en materia de política
exterior, hoy se ha profundizado. Una
encuesta de 2011 de la BBC resaltó que en 2007, Estados Unidos “estaba entre
los países con los peores ránkings de popularidad, pero creció progresivamente
desde entonces”.
¿Es entonces, sólo un problema de “imagen”? o
planteado de otra manera, ¿bastarán las campañas publicitarias para borrar el
más de un millón de iraquíes civiles asesinados en los años de la ocupación de
Estados Unidos? ¿Podrán hacer olvidar los dantescos retratos de las torturas en
las mazmorras de Abu Ghraib? ¿Se perderá en la memoria que aún hoy existe
ilegalmente la prisión de Guantánamo donde decenas de musulmanes están
detenidos violentando toda legislación al respecto? ¿Hay tanta subestimación a
los musulmanes que piensan que no se dieron cuenta que Estados Unidos usó a
Hosni Mubarak y a Ben Alí, para después ser desechados cuando ya no le
sirvieron para hoy seguir sosteniendo regímenes leales a sus designios? ¿Se
habrán olvidado del asesinato brutal de
Muammar Gaddafi, contrario a cualquier valor, principio o norma ética de toda
religión o creencia? ¿Pasara al olvido el incesante bombardeo de varios meses
contra la inerme población civil libia? ¿Se puede borrar el apoyo con dinero y
armamento a los mercenarios que en Siria están desangrando a ese pueblo?
No,
no lo pueden borrar y deben saber que el que “siembra tormentas, cosecha
tempestades”. Sólo pueden seguir mintiendo para mantener a su pueblo ignorante
de lo que pasa en el mundo, pero una cosa es lo que piense el gobierno
estadounidense y lo que trasmiten sus medios de comunicación, y otra, su imagen,
no la que sale en la televisión, sino la real, la que proyectan con su siembra
de odio, destrucción y muerte.
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