Hace
exactamente 3 meses escribí para “Ciudad CCS” un artículo que se tituló “Política y Deporte. Diversión o zozobra”.
Vale la pena recordar, -a la luz de las recién finalizadas Olimpiadas de
Londres 2012 - un párrafo del mismo en el que se señalaba que “Hay quien dice
que la política y el deporte no tienen nada que ver. Se ha querido separar el
deporte de la política sin entender que todo el impacto social que la actividad
física -no sólo realizada como competencia- u otras actividades de recreación y
disfrute tienen, cuando su aplicación masiva genera resultados individuales
para quien la practica y colectivos para el ente, llámese equipo o país que la
promueve…”
En
él se hacía mención de la diferente significación del deporte para los países
desarrollados y para aquellos -como el nuestro- en que la práctica del deporte
adquiere una significación especial tanto en el sentimiento del atleta como en
el del pueblo que acoge a sus deportistas como héroes que hicieron su mayor
esfuerzo por representar los colores patrios.
Si
alguien pone en duda que política y deporte estén en íntima relación tendrá que
explicar por qué los 4 países que obtuvieron mayor número de medallas: Estados
Unidos, China, Gran Bretaña y Rusia son miembros permanentes del Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y el quinto partícipe del elitesco grupo,
Francia, ocupó el séptimo lugar, empatado con Alemania en medallas de oro, detrás de la sorprendente Corea del Sur.
Beijing 2008,
significó para China una carta de presentación en su aspiración de ser, -en muy
pocos años- la primera potencia mundial. Tal vez haya pasado inadvertido para
algunos, pero es bueno recordar que tal justa deportiva fue inaugurada el 8 de
agosto (mes 8) de 2008 exactamente a las 8 de la noche, hora de Beijing. Dentro de la cultura china, el número 8 es símbolo de prosperidad o riqueza, de buena fortuna. China utilizó las olimpiadas para mostrar al mundo su
poderío como país en pleno desarrollo económico, en su afán de ubicarse entre
las potencias del mundo.
Los recursos
del poder puestos en el deporte rinden sus frutos, la competencia por la
hegemonía mundial también se manifiesta en la máxima fiesta deportiva del
planeta como expresión de emulación con el otro y la contención del empuje del
adversario. Es importante hacer notar que el deporte olímpico es cada vez más privado y comercial y, por tanto más
alejado de los valores legados por el barón Pierre de Coubertin quien después de mucho esfuerzo organizara los
primeros juegos olímpicos modernos bajo el lema “Lo esencial en la vida no es
vencer, sino luchar bien”.
La
práctica privada del deporte y el manejo de los atletas como mercancía no
estaban en el ideal de Coubertin. En
este “negocio”, los países pobres del sur se ven siempre amenazados por el
especulativo mercado de seres humanos que son robados a sus países y a sus pueblos
merced a jugosos contratos imposibles de emular en sus naciones de origen.
Detrás de ello, una poderosa maquinaria corrupta que ya una vez denunció Diego
Armando Maradona es la que realmente se apodera de las grandes ganancias
emanadas del deporte.
Las
olimpiadas como expresión del todo nos muestran como avanzamos hacia una
ciudadanía mundial donde la mezcla de razas, culturas y religiones vaya difuminando
la diferencia que desune y mata. Así vimos al español de origen congolés Serge
Ibaka mostrar sus dotes en el baloncesto; al alemán negro Raphael Holzdeppe,
iluminarnos con su medalla de bronce en salto con pértiga (qué hubiera hecho
Hitler ante la hazaña de este orgullo del pueblo alemán); o el británico
Mohamed Farah de origen somalí y doble campeón de 5 mil y 10 mil metros planos;
o al argentino de origen chino Song Liu haciendo su mayor esfuerzo en el tenis
de mesa. Desde hace algunos años era y sigue siendo muy emocionante ver a los
atletas negros y blancos compitiendo de igual a igual en defensa de su Sudáfrica natal como
expresión de la marginación creciente de la odiosa práctica del apartheid en su
país.
Fiel
a ese legado compitieron nuestros atletas de América Latina y el Caribe. Ahí
estuvo nuevamente Cuba, ubicada en el 15to. lugar en el medallero general,
reconquistando el primer puesto entre los países de nuestra región. Lo hizo
desde la dignidad de sus 11 millones de habitantes bloqueados –incluso en el
deporte- por la obscenidad de la primera potencia mundial. Para la historia
quedará en cambio los abrazos fraternos y las públicas expresiones de hermandad
deportiva entre el estadounidense Ashton Eaton y el cubano Leonel Suárez,
medallistas de oro y bronce respectivamente en el decatlón.
Como
no sentirse orgullosos de la proeza de Usain Bolt y observar las tres banderas
de Jamaica ondear altivas sin sombras en el podio total de los 200 metros
planos de Londres. Ese Caribe profundo, parte indivisible de nuestra identidad
nos aportó verdaderas emociones no sólo a través de los jamaiquinos, entre
otros también de Keshorn Walcott, de
Trinidad y Tobago medallista dorado en lanzamiento de jabalina, Kirani James de
Grenada, oro en 400 metros planos y Javier Culson, puertorriqueño plata en el
atletismo, así como en los relevos de Jamaica, Trinidad y Tobago y Bahamas.
Más
allá del sentimiento que pudiera embargar a mexicanos y brasileños, los
latinoamericanos no pudimos ocultar la agitación por que las medallas de oro y
plata en el futbol masculino quedaran en nuestra región. Esta vez la sonrisa
fue para los hijos de Cuauhtémoc, que celebraron con emoción su única medalla
de oro olímpica.
Las expresiones de júbilo y de amor patrio se
hicieron sentir en toda su expresión. La ciclista colombiana Mariana Pajón,
medallista dorada en ciclismo BMX dijo emocionada que “Hay que
competir con todo este sentimiento de ser colombiano, con ese amor por nuestro
país” y agregó “Era la bandera de Colombia y no podía quedarle mal a Colombia.
Por eso este oro es para esos 46 millones de compatriotas que, de alguna
manera, me ayudaron a pedalear”.
El dominicano Félix Sánchez nos hizo vibrar con
sus lágrimas al ganar el oro en los 400 metros con vallas a los 34 años. Al respecto expresó
que "una de oro y otra de plata es histórico para nuestro deporte y para
nuestro país fue maravilloso" y, con verdadero orgullo patrio subrayó que
"Tenemos un brillante futuro".
Mientras los deportistas occidentales podían celebrar con la presencia
de su familia e incluso de amigos, el guatemalteco Erick Barrondo reconoció que
tuvo que comprar un televisor a sus padres para que pudieran ver la prueba en
la que ganó medalla de plata en la marcha de 20 Km. Tras
ganar la primera medalla para Guatemala en la historia de los juegos
olímpicos, Barrondo dijo que "sería feliz si después de esto alguien deja el
mal camino y se pone a practicar deportes" y afirmó que esperaba que “esta medalla inspire a los niños en mi país a dejar las
armas y en vez de eso conseguir zapatos de entrenamiento", si eso pasa, “seré
el hombre más feliz del mundo".
Para Venezuela, la consagración del medallista
de oro en esgrima Rubén Limardo ha sido considerada un triunfo de todo el país
y es que el propio Limardo hizo patente su agradecimiento al pueblo venezolano por su triunfo porque –según dijo- “no es solamente para mí, sino para
Venezuela“.
En el
acto de reconocimiento y entrega de condecoraciones a Limardo y a los atletas
venezolanos que regresaron de Londres, el presidente Chávez, fiel a los
principios olímpicos de Coubertin dijo que “Ya
el solo hecho de clasificar a las olimpíadas es una proeza para un joven
venezolano, por eso es que independientemente de los resultados los hemos
condecorado a todos…”, porque todos son expresión de lo mejor de Venezuela y su
juventud.
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