En una versión moderna de la definición de Clausewitz de que “la
guerra es la continuación de la política por otros medios”, que Lenin
completaba diciendo que esos medios siempre eran violentos, Mao Tse Tung se
refería a la misma como “política con efusión de sangre”. Finalmente, a través
de la historia las clases dominantes han conseguido sus objetivos utilizando
para ello cualquier instrumento, cualquier medio y cualquier vía.
Suponer que la única
manera de, desplazar, sustituir o derrocar un gobierno elegido por el pueblo es
a través de un golpe de estado es simplificar la política, lo cual sirve a
objetivos propagandísticos, pero esconde el trasfondo del problema y la esencia
de clases que tiene la dominación. Además, es desmovilizador y no ayuda a formar
y organizar al pueblo para su objetivo último y supremo que es la toma del
poder. Desde el punto de vista estratégico, es dañino que los revolucionarios
aparezcan defendiendo la democracia representativa como panacea de liberación,
cuando la propia historia de Venezuela en los últimos 12 años ha mostrado
muchas veces sus carencias, insuficiencias y debilidades, haciendo constar -en
hechos tan trascendentes como los posteriores al golpe de estado de abril de
2002- que la democracia debe ser participativa y debe poseer un protagonismo
popular como condición imprescindible de su existencia y permanencia en el
tiempo.
Toda esta larga
introducción para preguntarme y preguntar si hay alguna diferencia entre lo que
ocurrió en Paraguay cuando se destituyó al presidente Lugo y lo que acaba de
acontecer en México cuando se ha concretado el fraude más estruendoso de los
últimos tiempos en América Latina y posiblemente en el mundo. ¿Importa la
forma? Seguramente si, como material de estudio para investigadores y analistas,
como recurso para que los afectados instrumenten sus respuestas, pero para
efectos de los intereses populares ha ocurrido lo mismo: se ha desconocido la
voluntad popular expresada en las urnas, que son expresión de la competencia
que hace surgir partidos seleccionados periódicamente para gobernar según
alguna de las definiciones más clásicas.
He ahí, lo peligroso
del asunto. Paraguay y México demuestran -desde experiencias y contextos
distintos- que cuando la democracia representativa no responde a los intereses
de quienes la crearon para eternizarse en el poder, ella misma genera los
mecanismos para ser burlada. Lo sucedido en ambos países expone que los pueblos
de Nuestra América han recorrido un camino desde que despertó en Venezuela a
finales de 1998 y que hoy reclama una democracia radical donde los mecanismos
de participación y decisión no puedan ser torcidos por la voluntad de los
aparatos partidistas ni mucho menos por los medios de comunicación.
En ese contexto y,
más allá de nuestro rechazo al alevoso atropello al que fueron sometidos los
pueblos de Paraguay y México, vale la pena revisar algunos elementos que
motivaron la creación de las condiciones que permitieron tan impúdica violación
de las normas más elementales de la democracia. Se puede observar a través de
la pluma de dos prestigiosos y respetados conocedores de la realidad de ambos
países.
Respecto de
Paraguay, Frei Betto, sacerdote al igual que Fernando Lugo, en un reciente
artículo publicado en el portal de la Agencia Latinoamericana de Información,
al analizar la gestión de Lugo como presidente expone que “el nuevo gobierno se
volvió vulnerable al no cumplir importantes promesas de campaña, como la
reforma agraria, y distanciarse de los movimientos sociales” y continúa
diciendo, “Falló después, al aprobar la ley antiterrorista y la militarización
del norte del país, desarticulando los liderazgos de campesinos y
criminalizando a los movimientos sociales. Tampoco supo depurar el aparato
policial, herencia maldita de Stroessner.”
El humanista
brasileño es sumamente crítico al señalar que “Lugo ni siquiera pensó, al ser
apartado, en convocar a los movimientos sociales para presentar resistencia,
aunque contase con la solidaridad unánime de los gobiernos de la Unasur” y
establece un paralelo con Jean-Bertrand Aristide, dos veces presidente de Haití
al decir que “ambos decepcionaron a sus bases de apoyo. No supieron llevar a la
práctica el discurso de la ´opción por los pobres`. Dubitativos delante de las
élites, a las que hicieron importantes concesiones, no confiaron en las
organizaciones populares”.
En otro plano, al
referirse a las elecciones mexicanas, Alejandro Nadal, economista mexicano
escribió un artículo en el periódico La Jornada de Ciudad de México bajo el
título “La armadura del enemigo” en el que sintetiza el momento previo a las
elecciones de su país diciendo que “Algo sorprendente ocurrió durante la
campaña electoral. La crisis mundial del neoliberalismo estuvo ausente. Poco
importó que Europa estuviera en medio de un cataclismo que hasta pone en
entredicho la viabilidad del euro. Tampoco fue relevante que Estados Unidos
hubiera sido el epicentro del colapso y que ahora nuevamente se estuviera
hundiendo en una segunda recesión. Tampoco se consideró de interés el que las
réplicas de esta crisis se transmiten ya al planeta entero. Todo lo anterior
pareció irrelevante: ningún candidato hizo referencias significativas a este
fenómeno de importancia histórica que dejará una cicatriz profunda sobre la
cara del planeta”.
Sin sorprenderse por
el hecho de que la candidata y los dos candidatos neoliberales evadieron esos
temas cruciales para el futuro de la humanidad, Nadal si muestra su asombro
porque el candidato de la izquierda eludiera referirse a los mismos. Reconoce
que en sus discursos emitió opiniones en torno al manejo del presupuesto, a la
corrupción y evasión fiscal y a la necesidad de “luchar para mejorar la
situación de los pobres”, sin embargo las evalúa como “referencias incidentales
sobre aspectos aislados de la economía mexicana [que] no son suficientes para
articular un discurso de cambio y alternativas de economía política”.
Nadal concluye
diciendo que “En resumen, no es una buena estrategia considerar que el modelo
neoliberal es inamovible y que sus bases no van a ser discutidas. Eso conduce a
una gran confusión en el electorado, sobre todo en las capas de la población
más golpeadas y de menores recursos. La izquierda no debe aceptar que todo el
espectro del debate político sea desplazado hacia la derecha de tal manera que las
propuestas más sensatas sean vistas como radicales“.
Visto de esta manera, es claro que tanto Lugo como
López Obrador acudieron a sus citas con la historia desde la desventaja que le
daba no haber puesto en el centro del debate la crisis del capitalismo, su
carácter depredador y gestor de las peores miserias a las que está sometida la
humanidad. En esa situación no apertrecharon a sus seguidores con los
instrumentos necesarios para asumir la salvaguarda de su voluntad expresada en
las urnas. Recurrieron además, a confiar en las instituciones que la democracia
representativa ha creado, suponiendo que ellas por si solas bastan para llegar
al gobierno, o para mantenerse en él, entendiendo que el gobierno es la
plataforma esencial para que -por medios pacíficos- se puedan iniciar los
procesos de transformación de la sociedad. En ambos casos, se tenía que contar
por encima de todo con un pueblo movilizado y dispuesto en defensa de sus
intereses. A los líderes, -cuando lo son realmente- les corresponde crear los mecanismos
e instrumentos para garantizar dichas tareas inherentes a toda
democracia. Es la única manera de tratar de hacer política “sin efusión de
sangre”.
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