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sábado, 26 de mayo de 2018

En el bicentenario del asesinato de Manuel Rodríguez ¡Aún tenemos patria, ciudadanos!


Voy a hacer un paréntesis en mis temas habituales. Sé que hay muchos asuntos importantes para tratar, pero debo cumplir un compromiso de honor. Mañana 26 de mayo se cumplen 200 años del asesinato de Manuel Rodríguez, el Guerrillero de la Independencia de Chile. Para mi conciencia hubiera significado cargar un peso muy difícil de llevar, si hubiera dejado pasar la fecha. He aquí una modesta contribución a que esta efeméride no pase inadvertida. El texto es parte de un trabajo más amplio que forma parte de un libro que estamos preparando con otros dos colegas y amigos para cumplir el mismo objetivo. 

Manuel Rodríguez nació en Santiago de Chile, el 25 de febrero de 1785. Desde su más temprana niñez demostró una inteligencia fuera de lo común, las calificaciones obtenidas en sus estudios denotaban que era un joven destacado, aplicado, laborioso y cumplidor. Sus maestros del Colegio Carolingio y la Universidad de San Felipe no escatimaron palabras para resaltar sus dotes intelectuales y su talento. Su amor por la lectura amenizó su vida desde los primeros años, pasando largas horas en la biblioteca de su padre, una de las mejores provistas de la ciudad 

El primer cargo público ocupado por Manuel Rodríguez fue el de Procurador de Ciudad, para posteriormente asumir las carteras de Guerra, y de Gobierno entre noviembre de 1811 y julio de 1812 y Hacienda, entre agosto y octubre de 1814 durante los diferentes mandatos de José Miguel Carrera. En todos ellos fue capaz de exponer una integridad a toda prueba y una encomiable disposición para el trabajo. En el desempeño de sus funciones debió confrontar retos provocados por el rechazo que su impronta iba dejando. La mediocridad del entorno lo perseguía, de la misma manera que las rivalidades que algunas familias oligárquicas manifestaron desde siempre contra él y sus hermanos. 

El descalabro en Rancagua el 1° y 2 de octubre de 1814, no tuvo igual impacto en todos los patriotas. Los ricos huían desesperadamente y ante tal situación, los de menos recursos seguían el mismo camino en la medida de sus posibilidades, la desmoralización hacía presa de soldados, mujeres, niños y ancianos, mientras que el abandono de las propiedades de quienes huían, era seguido por el saqueo, el robo y hasta impúdicos asesinatos. Para Manuel Rodríguez, las penalidades fueron de orden superior al no admitir presencia en uno ni en el grupo de Carrera ni en el de O´Higgins, mientras pensaba en la mejor manera de contribuir a la libertad de su tierra. Sin embargo, en el entorno, la estancia de los patriotas chilenos en el exilio de Mendoza significó el lamentable y definitivo distanciamiento entre José Miguel Carrera y Bernardo O´Higgins, así también dio inicio el largo rosario de divisiones entre los luchadores chilenos por la libertad. 

En el ámbito de esos aprestos, el genio militar de San Martín comprendió que era básico contar con información precisa del enemigo. Su conocimiento de la guerra le indicaba que la exploración, información e inteligencia eran aseguramientos combativos sin los cuales era imposible organizar de manera exitosa una empresa como la que estaba preparando. 

Enterado de estas necesidades, Manuel Rodríguez pensó que podía servir en estas misiones como enlace, observador y correo para el general rioplatense en sus imprescindibles labores de preparación de las condiciones para el arribo exitoso del ejército libertador a tierras chilenas. Así se lo hizo saber, ofreciéndose para retornar a su país a fin de desarrollar tales funciones. A pesar de todos los corrillos y patrañas de mala fe que le habían llegado sobre la figura y personalidad del enjundioso abogado chileno, San Martín, no dudó que podía ser útil para los objetivos que se proponía, se dio cuenta muy rápidamente que Rodríguez llenaba los requisitos por la admirable audacia, inteligencia y voluntad que transmitía, por lo que le entregó de inmediato delicadas misiones, las que además encaraban un gran riesgo personal. 

San Martín comprendió que el carácter delicado de la misión, obligaba a elaborar un plan de desinformación, que ocultara las acciones que Rodríguez habría de desarrollar a fin de darles protección a él y a su tarea. En ese contexto, hizo circular la afirmación que Rodríguez había viajado hacia el este, a San Luis siguiendo los pasos de José Miguel Carrera quien se había trasladado por la fuerza de las circunstancias a Buenos Aires. Mientras eso se transmitía como un reguero de pólvora por la ciudad, Manuel Rodríguez viajaba en sentido opuesto, emprendiendo nuevamente, -pero ahora en dirección contraria- el cruce de la cordillera para volver a su patria afligida, bajo las férreas medidas del gobierno español, que haciendo uso de brutales acciones represivas, intentaba impedir cualquier atisbo de independencia. 

A partir de este momento, se puso en práctica la inaudita audacia de Manuel Rodríguez, devenido en guerrillero encargado de llevar adelante la noción sanmartiniana de “guerra de zapa”, entendida como la forma en que se iba a “alarmar a Chile, seducir las tropas realistas, promover la deserción, figurar los sucesos, desconceptuar los jefes, infundir temor a los soldados y procurar desconcertar los planes de Marcó” Rodríguez desempeñó el papel más relevante en el cumplimiento de esta misión, aunque no el único, también destacaron Diego Guzmán, Ramón Picarte, Miguel Ureta, Pedro Alcántara, Juan Pablo Ramírez, Domingo Pérez, Antonio Merino y José Antonio Álvarez Condarco, sin embargo ninguno estuvo a la altura del ingenio, la creatividad conspiradora y el optimismo de quien comenzó a construir una leyenda que aún hoy perdura como expresión de la inteligencia natural, el valor y la inventiva del pueblo chileno. 

A partir de ese momento -y aunque no ha sido verificado- se supone que cruzó la cordillera en variadas ocasiones, estudiando caminos y rutas de desplazamiento para el ejército libertador, observó el despliegue de las fuerzas enemigas en ciudades y aldeas, sumando además sus grandes dotes persuasivas para convencer a los chilenos de la necesidad de apoyar a las fuerzas de San Martín que se preparaban para la invasión desde el otro lado de la frontera. Sus arengas hablaban de un futuro mejor tras la independencia, pero al mismo tiempo trazaba el itinerario de esfuerzos y sacrificios para lograrla, utilizando su proverbial energía, su incansable voluntad de trabajo, su capacidad de trasladarse en plazos muy breves de uno a otro lugar del país, recorriendo tenazmente cada rincón a pie, caballo o burro, aprovechando su facultad de mimetizarse y disfrazarse entre las diferentes capas de la población, especialmente del sur agrícola, recabando el apoyo de los campesinos, que caían embrujados por el poder de su verbo y la convicción de victoria que transmitía, todo lo cual le fue granjeando una credibilidad y una confianza que se fue transformando en apoyos para la causa independentista 

Unas veces disfrazado de minero, otras de humilde campesino, de huaso o de pordiosero en las ciudades, fue tejiendo su propia leyenda, que difundida de boca en boca por el pueblo, aunaba a la realidad, diversos rumores surgidos de la creatividad popular, los cuales fueron generando un mito, que como ningún otro instrumento, sirvió para los objetivos que San Martín se había propuesto. 

Manuel Rodríguez hizo de la provincia de Colchagua el centro de su actividad, no sólo San Fernando, su ciudad más importante, los pueblos y los campos de esa región fueron objeto de la dinámica actividad guerrillera, desarrollada durante todo el año 1816 y hasta el día de la Batalla de Chacabuco. Su infatigable capacidad le permitió reclutar nuevos adeptos y comenzar a golpear al enemigo en su retaguardia, causándole importantes bajas, más por el efecto sicológico de tropas que no estaban acostumbrados a enfrentar a un enemigo “invisible” que por la magnitud de las pérdidas recibidas, las cuales sin embargo, no se pueden minimizar en el contexto de la guerra. Decenas de campesinos incorporados a su novel ejército sin mayor cercanía previa a la causa independentista, se van impregnando del sentido de patria que Rodríguez les va inculcando en la lucha. 

Pero, tal vez el aporte más importante que hace es el de recopilar valiosa y precisa información sobre el despliegue del ejército español, las características de sus fortificaciones y el estado moral de las tropas, todo lo cual va haciendo llegar de forma oportuna a San Martín, que ante los evidentes éxitos de su enviado, incrementó los aportes financieros y logísticos, ampliando el espacio de las acciones, hasta que el 4 de enero, en una acción de extrema audacia, Manuel Rodríguez asaltó y tomó la ciudad de Melipilla, en las cercanías de Santiago, en lo que suele considerarse como “el inicio de las acciones patriotas insurgentes en el territorio nacional, durante el período de la Reconquista” y “el primer asalto a una localidad, realizado en el territorio nacional ocupado por el ejército español”. Así mismo, en el marco del necesario aumento de las acciones, preparatorias de la irrupción del ejército libertador en Chile, fuerzas al mando del guerrillero atacaron San Fernando y Curicó, creando un verdadero descalabro en el esquema defensivo español y el caos en el mando realista que no sabía cómo enfrentar estas acciones. En su paso por estas ciudades el verbo encendido de Rodríguez se dejó sentir a través de proclamas o escritos que instaban a la ciudadanía a desconocer el poder monárquico e incorporarse a la lucha por la libertad de la patria. 

En sus escritos, que puntualmente hacía llegar a San Martín, también manifestaba una visión clasista de la lucha en las que delimitaba claramente el papel coyuntural que jugaban los grupos aristocráticos de la sociedad y el papel más efectivo de los sectores populares, así como los anhelos que expresaban al incorporarse a la confrontación. Su intercambio epistolar con San Martín es prueba inequívoca de su convicción de que la nobleza y el “primer rango de Chile” al que consideraba “despreciable”, no eran necesarios para el futuro del país, pero comprendió y así se lo hizo saber al libertador rioplatense que había que entenderse con ellos por necesidades tácticas por lo cual no se debía “prepararles guerra hasta cierto tiempo”. 

Nadie mejor que el propio Marcó del Pont, podía explicar el alcance de la actividad revolucionaria de Manuel Rodríguez. En carta dirigida al Virrey del Perú, expuso que: “Manuel Rodríguez, joven corrompido, natural de esta ciudad, secretario e íntimo confidente de don José Miguel Carrera, con quien fugó al otro lado de los Andes, fue mandado el 24 de diciembre de 1815, con otros sus iguales para preparar el ánimo de los residentes. Rodríguez no perdió tiempo en el ejercicio de su misión, formó un complot con varios vecinos de los partidarios del sur; los bosques de sus haciendas y sus casas mismas le albergaron, facilitándole cuantas proporciones podía apetecer para el logro de sus designios. Esta ciudad fue su mansión por mucho tiempo, aquí observó, a salvo, el número de tropas, sus progresos en la disciplina, y en suma, cuánta providencia tomaba el gobierno para su mayor seguridad. Aquí formó sus combinaciones con sus adictos, extendiendo, de acuerdo con ellos, una clave, por cuyo medio podían todos entenderse sin ser descubiertos aún en caso de ser sorprendida la correspondencia. El Gobierno, a costa de vencer mil dificultades, había llegado a tener noticias de la misión Rodríguez, después de pasado mucho tiempo. No pudo lograr dar con su paradero para conseguir su aprehensión, por más que se doblaron todos los esfuerzos. Tal ha sido la protección que ha logrado de sus confidentes, pues la oferta del olvido eterno de cualquier delito y la de una gratificación de mil pesos, no fueron bastante, para que uno solo diese el menor aviso de su existencia”. 

Tan solo unos días antes, el 22 de enero, Marcó del Pont, había publicado un bando en el que se establecían una serie de normas que buscaban evitar la actividad guerrillera de Manuel Rodríguez sin mencionarlo, en ellas se limitaba la libertad de movimiento entre los ríos Maipú y Maule, de lo cual solo quedaban exceptuados los militares, amenazando incluso con pena de muerte a quienes no cooperaran con las tropas realistas en la aplicación de las ordenanzas que se estaban emitiendo, en particular las referidas al acopio de cabalgaduras, que los vecinos estaban obligados a entregar a las autoridades. 

Las acciones guerrilleras de Manuel Rodríguez y en general su actividad en pro de la independencia, significaron un aporte sustancial al objetivo de debilitar al ejército español, dispersar sus tropas hacia el sur, impidiendo con ello su concentración para la defensa de Santiago o para su despliegue en la provincia de Aconcagua, al norte de la capital, por donde habría de producirse la dirección principal de la invasión libertadora. En este sentido, toda vez que la estabilidad de la defensa realista se centraba en la capacidad de concentración de las tropas, es que se puede visualizar en su justa dimensión el papel jugado por el Guerrillero en el desenlace de las acciones bélicas posteriores. Ante el crecimiento irreversible y el empuje de las fuerzas del frente patriótico que encabezaba Manuel Rodríguez, Marcó del Pont se vio obligado a reforzar sus patrullas en movimiento y cuarteles de Curicó, Talca y San Fernando, alejándolas de la zona donde se desenvolverían los combates principales. 

Los riesgos personales asumidos superaron los de cualquier otro patriota, no era ajeno a ello, pero lo cumplió como parte de un deber, nunca minimizó el peligro, pero tampoco hizo apología de su audacia y valor. A pesar de todos los intentos realistas, en especial de Marcó del Pont que puso precio a su cabeza y la de sus compañeros, no eludió la misión planteada. Asumió que su principal defensa era introducirse muy profundamente en el pueblo, física y moralmente, imbuirse de su espíritu de lucha, sentir, pensar y actuar como uno más de ellos, impregnándose de sus anhelos y necesidades. Nunca hubo uno solo que lo delatara o traicionara, ahí estuvo su valor y la fuente del mito que se construyó en torno a su persona, sin que él mismo, jamás fuera consciente de la gran labor que había cumplido. 

Una vez consolidada la victoria en Chacabuco, Manuel Rodríguez recibió instrucciones de San Martín de atacar y eliminar toda resistencia realista en Colchagua mientras las tropas españolas huían en desbandada hacia el sur. Finalizada su misión, se dio a la tarea de organizar la administración de gobierno en la provincia, instando al pueblo a que eligiera sus autoridades. Así mismo, en su carácter de Comandante militar de Colchagua, procedió a tomar severas medidas para aplicar la justicia, así como otras de orden económico a fin de financiar las actividades que se debían realizar contra un enemigo que conservaba en esa región y hasta Concepción más al sur, una fuerza activa con capacidad bélica que era necesario combatir. En consonancia, tuvo que actuar de acuerdo a las condiciones de inestabilidad política generadas por la presencia militar española que se organizaba para buscar la reconquista nuevamente del territorio perdido. Chacabuco había sido una gran victoria, pero no significó el fin de la guerra. 

En ese contexto, mantuvo permanentemente informado de sus acciones a San Martín y a O´Higgins que el 17 de febrero había sido elegido Director Supremo ante la negativa de San Martín de asumir tal encomienda, iniciando de esa manera un período de un año denominado por algún historiador de “liberación nacional”. Con ello también comenzaron las peores desgracias e la vida de Manuel Rodríguez, las que lo llevaron a su persecución, presidio y asesinato. 

Interesadas interpretaciones quisieron demostrar que los actos de Manuel Rodríguez en Santiago, tras el desastre de Cancha Rayada, al norte de Talca, en marzo de 1818, que supuso una importante derrota de las fuerzas patrióticas al mando de San Martín y O´Higgins, fueron expresión de hechos de insubordinación, sin embargo tras un estudio sereno de los acontecimientos históricos, es evidente que tal aseveración no tiene asidero. Ante el caos generado por la sorpresa y contundencia de las operaciones que significaron que el ejército patriota se impregnara de un estado de pánico y confusión suprema, los rumores y las noticias contradictorias y perniciosas se hicieron eco de la población. Unos días después, en Santiago corrió la voz de que San Martín y O´Higgins habían muerto, el espanto y el pesimismo cobraron vigencia, sobre todo entre los sectores altos de la población, algunos de los cuales se apresuraron nuevamente a cambiar de bando. En estos escenarios de crisis extrema, de desesperanza superior es cuando se prueba la fuerza de la voluntad y la confianza en las capacidades propias para salir adelante, es también cuando emerge el liderazgo propio de los pueblos. De ahí brotó la suprema convicción de Manuel Rodríguez, cuya autoridad moral a toda prueba, fue reconocida por la población cuando desde el balcón del palacio de gobierno proclamó en medio del generalizado desaliento “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”. 

Tal vez, en Manuel Rodríguez se ensamblan dos hombres en un solo personaje -como lo afirmara Mariano Latorre-: “el héroe chileno casi despojado de atributos reales y el héroe histórico, insuficientemente estudiado y algo diverso del personaje legendario”, por lo que según su opinión habría que conectar el Rodríguez real, con el Rodríguez legendario para encontrar “la exacta comprensión de su personalidad”. 

Todos estos elementos confluyen en la construcción de un personaje en el que no se conocen los límites entre lo real y lo imaginario, difícilmente haya otro actor de la historia de Chile que genere tanto desacuerdo y controversia entre historiadores e investigadores. Así fue su vida y sobre todo su muerte, sin embargo al conmemorarse 200 años de su vil asesinato, el ejemplo de Manuel Rodríguez, su entrega y amor a la patria, su sentido de justicia y de libertad, su desprendimiento, la valentía y el coraje de sus acciones están presentes en el pueblo chileno que lo reconoce como uno de sus representantes más leales, es el mismo pueblo junto al que el Guerrillero ha cabalgado y cabalgará siempre.

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