El 25 de noviembre de 1956, el yate Granma puso proa en dirección a Cuba, desde el puerto de Tuxpan en México. Llevaba 82 combatientes que bajo la conducción y liderazgo de Fidel se habían propuesto “salir, llegar, entrar y vencer” a la oprobiosa dictadura de Batista, apoyada y sostenida por Estados Unidos, para aplicar el Programa del Moncada, verdadero plan para una transformación profunda del país. Fidel había dicho que “en el 56 seremos libres o seremos mártires”. El Granma llegó a Cuba el 2 de diciembre después de una difícil travesía, detectada por las fuerzas militares de la dictadura.
El 5 de diciembre, los sobrevivientes del desembarco tuvieron su bautismo de fuego, después de lo cual solo quedaron 12 guerreros con igual cantidad de armas. Al percatarse de tal situación y ante la suposición generalizada de que enfrentaban una situación extremadamente difícil, Fidel con plena seguridad dijo “Ahora si ganamos la guerra”. Muchos años después, Raúl confesó que en ese momento pensó que Fidel se había vuelto loco.
Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué condiciones debe tener una persona que la lleva a desarrollar aparentes actos de locura, pero que son los verdaderamente transformadores de la historia? La posibilidad que la vida nos ha dado de conocer a algunos de esos personajes, Fidel entre ellos, nos señala que se trata de seres superiores por su capacidad científica de prever el futuro, no a partir del azar ni de subterfugios mágicos, tampoco de idolatrías divinas, sino de un acendrado conocimiento de la realidad social, de sus fuerzas profundas y de sus sujetos motrices. La gran diferencia de Fidel es que puso toda su inteligencia y capacidad al servicio de su pueblo y de los pueblos del mundo.
Cuando se produjo la sorpresa de Alegría de Pío, ese 5 de diciembre de 1956, ya Fidel había dirigido importantes luchas estudiantiles y como abogado había sido defensor de la causa de sectores humildes de la población que habían sido avasallados y excluidos por el régimen. Ya había forjado su pensamiento y su práctica internacionalista, bolivariana y martiana cuando con 21 años se enroló en la Expedición de Cayo Confites para combatir a la dictadura dominicana y al año siguiente, en 1948 fue testigo directo del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en Colombia, hecho que produjo el bogotazo, situación que lo marcó profundamente el resto de su vida y que significó una impronta en su mirada de la realidad de nuestra región.
El golpe de Estado de Batista en marzo de 1952 fue el último clavo del féretro de la falsa democracia liberal como instrumento para producir un cambio político en Cuba. Fidel previó y a partir de ese momento se jugó por completo para derrocar la dictadura por la única vía que se podía: la de las armas. Organizó personalmente el ataque al Cuartel Moncada y estuvo al frente de la generación de hombres y mujeres que se propuso “tomar el cielo por asalto” y no dejar que el centenario del nacimiento del Apóstol pasara inadvertido. Tras su captura en el Moncada, Fidel exaltó una característica que marcó para siempre a los verdaderos revolucionarios latinoamericanos: el líder conduce personalmente a su tropa y asume la responsabilidad por lo que ocurra, en la victoria y en la derrota. El fracaso militar en el Moncada devino victoria política. Aún hoy retumban aquellas palabras: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.
Vino la prisión fecunda, el exilio organizador, el desembarco esperanzador, la guerra y la victoria y ese 1° de enero de alegrías imperecederas nuevamente su palabra de futuro “Ahora viene lo más difícil”. Y nuevamente la suposición de su locura ante la imagen de un ejército despedazado por los harapientos campesinos del Ejército Rebelde.
Y así continuó siendo, por años, por décadas, el Comandante invicto, el que Estados Unidos no pudo vencer, el que superó 674 intentos de asesinato de todos los presidentes imperiales, los republicanos y los demócratas, el de la victoria de Playa Girón, el que se agigantó durante la crisis de Octubre de 1962, el del Ciclón Flora, el que superó el aislamiento de los gobiernos latinoamericanos con la sola excepción de México, el que enfrentó hasta hoy al bloqueo norteamericano con el honor y la dignidad de su pueblo, el de la lucha contra los bandidos organizados desde el norte imperial, el que derrotó los sabotajes a la economía, incluso usando armas biológicas y químicas contra Cuba, el de las misiones internacionalistas que derrotaron a la mayor potencia militar de África dando una colaboración decisiva al fin del apartheid como forma de dominación en el mundo, el de transformar a su país pequeño y pobre en una gran potencia científica, cultural, deportiva y moral en todo el mundo, el de la solidaridad sin límites a los pueblos de Asia, África y América Latina y el Caribe, el que transmitió la voluntad de avanzar y vencer a pesar que el mundo decía lo contrario en los momentos terribles del período especial, el de las extraordinarias misiones de salud para enfrentar al ébola en África, a las consecuencias del terremoto en Haití y los desastres naturales en Chile, Perú, Pakistán, Ecuador y muchos países más en todo el planeta, el que no se dejó intimidar ni avasallar durante cinco décadas, por la potencia más poderosa de la historia.
Entonces volvemos a la locura, ¿es que acaso alguien en su sano juicio es capaz de creer que un pueblo pequeño de solo 11 millones de ciudadanos, carente de riquezas económicas pueda ser capaz de todo eso y más, a tan solo 90 millas de la potencia más destructiva y agresiva de la historia? Cuba pudo, y pudo porque tenía un jefe que aglutinó lo mejor de su pueblo a partir de la exaltación de valores, principios y comportamientos que desbordaron su época transformando en fuerza indestructible lo único que los revolucionarios tenemos y que cuando lo usamos somos invencibles: la fuerza de la moral, de una moral superior al poderío militar, político y económico de cualquier hegemonía global.
Eso fue Fidel y eso será Fidel por los tiempos de los tiempos: fuerza moral avasalladora para saber que nada es imposible cuando se confía en el pueblo y cuando se tiene seguridad en la victoria, y al final, tras la tranquilidad del deber cumplido, te retiras porque otros te seguirán. Es la continuidad no del hombre, sino de su obra.
Hoy miles y millones en todo el mundo sentimos un dolor profundo por la partida de Fidel, hoy lloramos en el momento de despedirlo, pero parafraseándolo recordamos aquella tarde de octubre de 1976 “Cuando pueblos enérgicos y viriles lloran, la injusticia tiembla”.
Dijo el apóstol que “No es verdad la muerte, cuando se ha cumplido la obra de la vida”. Hoy, 25 de noviembre, cuando recordamos 60 años del día en que el Granma zarpara hacia la libertad, llevando en su vientre a aquellos hombres que iniciaron la batalla por la segunda independencia de América latina y el Caribe, Fidel ha zarpado hacia la inmortalidad, pero esta vez, si se llegara a producir nuevamente una Alegría de Pio, ya no serán 12 combatientes que seguirán a ese extraordinario loco por los caminos de la historia, hoy somos 12 millones o 12 veces 12 millones…nadie sabe cuántos te recordaremos y junto a ti diremos “Comandante en Jefe, Ahora si ganamos la guerra”.
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