Actividades Académicas

martes, 27 de mayo de 2014

Este Caribe nuestro…


Durante mi reciente visita a Argentina, una vez más se repitió un añejo debate con amigos de ese país hermano. El tema de la diatriba rondó su duda acerca de si no es mejor poner el énfasis de la integración regional en América del Sur a través de Unasur, dejando en segundo plano el esfuerzo por la búsqueda del encuentro latinoamericano y caribeño en Celac. Su argumento es que los “caribeños son distintos” y eso podría retardar tal proceso. Les dije que para Venezuela eso era imposible, que nuestra relación y vínculo con el Caribe era identitario, por lo cual para nosotros el Caribe no es “una relación con…” sino una “parte de…”.

Esto me llevó a recordar una conferencia que dicté en Tapachula, Chiapas en noviembre de 2002 y que fue publicado en la extraordinaria revista mexicana “Archipiélago”.

Ahí recordaba, que solo en las primeras poco más de 200 páginas del libro de memorias de Gabriel García Márquez titulado “Vivir para contarla” hay 14 referencias a la identidad caribe, a la condición caribe, escrito con minúscula como adjetivo que nos caracteriza y nos diferencia. Con su lenguaje florido y caluroso en el cual una sola palabra sirve para mostrarnos el todo, el Premio Nobel nos recuerda “nuestra cultura caribe”, el “octubre caribe”, la ”poesía de la costa caribe”, nuestros “paisanos caribe”, un “corazón caribe”, el “arte caribe” y para señalarnos la sólida raíz de un personaje lo define como “un caribe puro”. No sólo la valía intelectual de García Márquez pondera sus variadas menciones de nuestro Caribe ahora con mayúscula, debe recordarse que el escritor es colombiano, país que -al igual que la mayor parte de los centroamericanos- desde hace solo algunas décadas ha comenzado a descubrir su identidad caribeña, prueba es que Barranquilla, una de las ciudades colombianas más identificadas con esta región es la capital del Departamento del…Atlántico.

Al evocar sus ancestros familiares y refiriéndose en particular a su abuelo, Gabo dice que: “La lengua doméstica era la que sus abuelos habían traído de España a través de Venezuela en el siglo anterior, revitalizada con localismos caribes, africanismos de esclavos y retazos de la lengua guajira, que iban filtrándose gota a gota en la nuestra”. Nada más descriptivo de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que debemos rescatar para que persevere en el tiempo.

Los avatares de la vida me han llevado a recorrer este Caribe nuestro en las islas, en Sudamérica, en Centroamérica y en México. Desde Puerto Cabello, Venezuela, donde me crié, hasta Santo Domingo en República Dominicana y Mayagüez en Puerto Rico, desde Santiago de Cuba, hasta Mérida en Yucatán, México, desde Bluefields y Puerto Cabezas (que hoy recuperó su nombre original Bilwi) en Nicaragua hasta Curazao, desde Cartagena de Indias a San Salvador desde Panamá hasta Tapachula en Chiapas, México.

Nada más reconfortante que sentirse un “caribe puro” como dice el Gabo, de haber crecido con los olores, los sabores y los colores infinitos de esta región, de haber conocido personajes tan maravillosos como ese anciano abakuá cubano que cuando le pregunté si para ellos la revolución había sido negativa o positiva, me contestó con su sabiduría milenaria “ Asere, todo lo que pasa es porque sucede” o a Laureano Mairena, el más valiente de todos los valientes que he conocido, pintor de Solentiname en el Lago de Nicaragua, que se hizo guerrillero por dignidad, jugaba con la muerte, se reía de ella, la eludía una y mil veces hasta encontrarla de la manera más absurda en los días luminosos de los primeros años de la Revolución Sandinista y que me decía “Sos jodido, pero sos mi hermano” o Don Luis y Doña Epifania Gil esa pareja de negros margariteños de Venezuela quienes con más de 60 años y yo sólo con 9 o 10 me introdujeron en el amor de lo que García Márquez llama el “béisbol caribe” en aquellos años en que alrededor de una radio nos imaginábamos cómo era y cómo se practicaba el deporte porque el estadio quedaba muy lejos y aún no existían las transmisiones de televisión, o a Rafael Cancel Miranda con quien conversé en Cabo Rojo, un pequeño pueblo del rincón sudoccidental de Puerto Rico que estuvo 27 años preso en Estados Unidos por no aceptar que su bella isla perteneciera como pertenece todavía a la potencia del norte o como Chuchú Martínez, ese Doctor en Matemáticas, piloto, soldado y ayudante del General Torrijos quien siempre me recomendaba que había que estar vivo para poder participar en la próxima batalla.

En fin, personajes y lugares de este Caribe nuestro donde se habla papiamento y creole, inglés y francés, tzotzil y tzeltal, español y holandés, miskito y maya, donde conviven los sistemas parlamentarios de los países angloparlantes, los presidenciales de los de habla hispana, y donde hay naciones en las que los partidos políticos se organizan a partir del origen racial, región en la que aún tenemos ciudadanos de tercera porque como en Puerto Rico no tienen derecho a elegir a su Presidente a sus representantes ante el Congreso del país que por obra de una ley les dio su ciudadanía, una región dueña de una cultura tan poderosa que ha parido cinco Premios Nobel de Literatura, además del ya mencionado Gabriel García Márquez, colombiano, Miguel Ángel Asturias, guatemalteco, Octavio Paz, mexicano, Derek Walcott de Santa Lucía y V.S. Naipul de Trinidad.

Una región donde el Paso de los Vientos separa la dignidad de Cuba de la triste miseria de Haití, marcando lo que para unos es una frontera ideológica, pero que tal vez sea una señal de los que nos puede deparar un futuro desunidos a pesar de lo cerca que estamos. O es que acaso olvidamos que este mismo Haití del que hablamos fue el primer territorio libre del Caribe y de nuestra América morena cuando un 1° de enero de 1804 los negros declararon su libertad de la poderosa Francia y proclamaron que tal como lo enunciaban los preceptos fundamentales enarbolados por la Revolución Francesa, sobre la base de la solidaridad, la igualdad y la fraternidad desterraban para siempre la esclavitud de la parte occidental de la isla de La Española.

Cómo podemos entender entonces sino por el poder de las fuerzas retrógradas de la historia que asistamos impávidos al menosprecio con que son tratados los haitianos y otros hermanos del Caribe cuando pretenden llegar al norte en búsqueda de un mejor horizonte para su existencia. Pero, por circunstancias de la vida, la historia al igual que ese año de 1804 volvió a resucitar un 1º de enero, en 1959, para decirnos que la dignidad no desaparece con el tiempo, que nuestra cultura y nuestras tradiciones se mantienen vivas a pesar de todos los avatares de la historia. Así mismo el día inicial del año, en 2003, Luiz Inácio Lula da Silva, un hijo humilde de Pernambuco en el nordeste brasileño –territorio caribe si nos atenemos a esa definición ”estrictamente intelectual” de la que habla Antonio Gaztambide- asumió las riendas del poder en el país más grande y más habitado de Nuestra América.


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