La
historia de Nuestra América independiente es la historia de la
confrontación entre dos ideas, la monroista y la bolivariana.
James
Monroe, Secretario de Estado de Estados Unidos en el año 1823,
diseñó una política exterior para su país, en confrontación -en
ese momento- con el poderío mundial de Europa y en particular de
Gran Bretaña. A esa idea de Monroe que expuso en diciembre del año
1823 en un discurso ante el Congreso de Estados Unidos, Bolívar
respondió casi de inmediato. Se vivía un momento de culminación de
las luchas de Independencia, y en 1824, dos días antes de la Batalla
de Ayacucho que puso fin a la presencia española en América Latina,
hizo un llamamiento para que los países independientes se reunieran
en Panamá, en un Congreso donde se iban a sentar las bases de la
unidad latinoamericana.
Ya
en 1814 Bolívar había anunciado que era “… menester que la
fuerza de nuestra nación sea capaz de resistir como suceso a las
agresiones que pueda intentar la ambición europea; y este coloso de
poder que debe oponerse a aquel otro coloso no puede formarse sino
de la reunión de toda la América meridional bajo un mismo cuerpo de
nación, para que un solo gobierno central pueda aplicar sus grandes
recursos a un solo fin que es el de resistir con todos ellos las
tentativas exteriores, en tanto que interiormente multiplicándose la
mutua cooperación de todos ellos nos elevará a la cumbre del poder
y la prosperidad”.
Después,
escribió en la Carta de Jamaica en 1815, “Es una idea grandiosa
pretender formar de todo el Mundo Nuevo, una sola nación, con un
solo vínculo, que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que
tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería
por consiguiente tener un solo gobierno, que confederase los
diferentes Estados que hayan de formarse…”
Y
en 1818 en carta a Pueyrredón, el Libertador expresa su aspiración
de que “… cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la
obra de su Independencia o que circunstancias más favorables nos
permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas,
nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés a entablar, por
nuestra parte el Pacto Americano que, formando de todas nuestras
Repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un
aspecto de majestad y grandeza, sin ejemplo en las Naciones Antiguas.
La América así unida, si el cielo nos concede este deseado voto
podrá llamarse la Reina de las Naciones y la Madre de las
Repúblicas”
Estas
dos ideas, la de Estados Unidos, la de Monroe y, la de Bolívar,
entran en pugna cuando Estados Unidos empieza a construir su proyecto
de integración que se sustentaba en un concepto particular de
igualdad de las naciones que se basaba en que la misma giraba en
torno a su hegemonía. Bolívar se opuso, planteando que los países
al sur del río Bravo, las repúblicas “americanas antes españolas”
debían construir su propia identidad. Esta contradicción entre la
idea de Estados Unidos, la idea panamericana, la idea de Monroe y la
de Bolívar, la idea latinoamericana y caribeña o la de aquello que
posteriormente Martí llamó Nuestra América aún hoy, no está
resuelta.
La
idea bolivariana quedó detenida en el tiempo después de la muerte
del Libertador, parecía que su propuesta había sido derrotada, que
ya no podría tener espacio en la región, este pensamiento que
supone que los latinoamericanos y caribeños de todas las latitudes
debían pensar el porvenir en conjunto, parecía desaparecida en el
proyecto de futuro para el continente. Sin embargo, ya en el del
Siglo XIX, incluso en las primeras décadas del Siglo XX hubo
intentos de prolongarla.
A
mediados del siglo XIX se hicieron varios encuentros, primero un
Congreso en 1847-48 en Santiago de Chile y otro en 1864 en Perú en
los que participantes de diversos países se reunieron para no dejar
morir la idea bolivariana y retomar su propuesta de unidad. Vale
mencionar a algunos de los pensadores que destacaron durante esa
centuria; el chileno Francisco Bilbao, el uruguayo José Enrique
Rodó, los argentinos Juan Manuel de Rosas, Juan Bautista Alberdi y
Felipe Varela, el puertorriqueño José María de Hostos, el
hondureño Francisco Morazán, el colombiano José María Torres
Caicedo y José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba.
A
finales del siglo XIX, en 1880 Estados Unidos comienza a concretar el
concepto de panamericanismo. Aspiraba a crear una unión con doble
propósito, económico y político. Por un lado establecer una unión
aduanera y por otro, un sistema de arbitraje en el cual asumía papel
de juez y arbitro en las Américas. En ese contexto, se efectuó la
primera reunión panamericana en 1889 con la asistencia de 17
naciones latinoamericanas además del anfitrión, sin embargo ninguna
de las dos propuestas que presentó Estados Unidos fue aprobada. A
pesar de ello, se sancionó la creación de la Unión Internacional
de Repúblicas Americanas. Con ello se inició la práctica de estos
cónclaves, que se realizaron 9 veces de manera regular, 2 de forma
extraordinaria además de tres reuniones de consultas de cancilleres.
En la IX conferencia realizada en Bogotá en 1948 se creó la
Organización de Estados Americanos (OEA), un año antes había
surgido el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
Aparentemente, la idea bolivariana había quedado sepultada.
En
la segunda mitad del siglo XX la revolución cubana, la Unidad
Popular en Chile, la revolución sandinista y el movimiento de la
Nueva Joya en Granada estremecieron el manto de opresión que se
desplegó como un todo en el continente. Así mismo, militares y
civiles nacionalistas y democráticos y con sentido de patria grande
manifestaron desde el poder propuestas para acercar a nuestros
pueblos. Juan Domingo Perón en Argentina, Jacobo Arbenz en
Guatemala, Joao Goulart en Brasil, Juan Velasco Alvarado en Perú,
Juan Bosch en República Dominicana, Juan José Torres en Bolivia y
Omar Torrijos en Panamá fueron expresión de esa oleada de rebeldía
en la búsqueda de construir alternativas al dominio estadounidense.
Sin embargo, los pueblos luchaban aislados y sus gobernantes seguían
los dictados de Washington, lo que ha creado un caldo de cultivo para
mantener la hegemonía imperial.
Al
cerrar el siglo pasado se había logrado sobrevivir, éramos, -a
pesar de cinco siglos de agresión desde la llegada de los españoles-
naciones independientes, pero subordinadas política y
económicamente, era evidente que se necesitaba - al finalizar el
siglo XX y en vísperas del inicio del XXI- nuevas formas de
organización que asumieran las negativas experiencias de lo
ocurrido en el pasado. .
Al
concluir la anterior centuria, se escuchó un primer grito de alerta
y rebelión, fue el de los zapatistas en México, en 1994, ese
clamor estremeció no sólo a la región, se sintió en todo el mundo
en momentos en que se había profetizado el “fin de la historia”.
Desde el norte se respondió con una propuesta neoliberal, que
significaba exclusión, marginación de las mayorías, privatización
de los recursos naturales, la educación, la salud y la seguridad
social. Los gobiernos de entonces aceptaron sumisamente tal proyecto
que en el plano político militar asumía al pueblo como su enemigo.
Venezuela
bajo el liderazgo y conducción del Comandante Hugo Chávez comenzó
a cambiar esa perspectiva. Chávez se propuso transformar esta
estructura injusta y, dar inicio a la recuperación del sueño
bolivariano, para convertirlo en el proyecto bolivariano que había
quedado truncado en 1830.
Venezuela
empezó a ser libre en materia petrolera, el propio presidente Chávez
hizo un gran esfuerzo para hacer renacer la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que Estados Unidos había
logrado separar y dividir a sus miembros, para que no tuvieran una
posición conjunta. El Comandante Chávez visitó uno por uno a todos
los líderes de los países productores de petróleo y logró que se
hiciera -después de casi 20 años- una nueva cumbre de la OPEP en
Caracas, cambiando la perspectiva energética mundial. Estados Unidos
no podría seguir sentando las bases y marcando las pautas del
comportamiento de los países productores. A partir de eso, Chávez
visualizó que Venezuela, poseedor de la mayor reserva de petróleo
del planeta, debía usarla como instrumento de liberación, para la
Independencia, para la solidaridad y la integración de nuestros
pueblos. El petróleo debía ser en el siglo XXI la sangre que
derramaron los soldados venezolanos en el siglo XIX bajo el liderazgo
de Bolívar y Sucre.
Cuando
se emite el concepto de energía, el mismo no se está limitando a
petróleo, porque nuestra región posee importantes existencias de
gas y las mayores reservas de agua y oxígeno del mundo. Era
menester, entender que había que proteger esos recursos, ponerlos al
servicio de los pueblos, y de su Independencia, ya no sólo la
política, lograda a comienzos del siglo XIX, también la económica,
lo cual pasaba por construir una idea de integración no subordinada
a poder mundial alguno.
Otros
pueblos de América Latina por su lado también comenzaron a tener
sus propios procesos de toma de conciencia y emancipación y así
vino una avalancha de victorias populares con los triunfos de
Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil.
Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, René Preval
en Haití, y Tabaré Vázquez en Uruguay, entre otros, lo que dio
inicio a una nueva ola de democracia. Así, se empezaron a establecer
vínculos, comenzó una era de conocerse y acercarse, comenzó una
época de entender que las necesidades eran las mismas, que las
economías de la región eran complementarias, y que si se lograba
establecer un tipo de comercio justo y equitativo entre los países
de la región se podía ampliar el espacio de libertad política
conquistado. En la medida del tiempo se fueron sumando otros países
con gobiernos que tal vez tienen un mayor grado de relación con el
imperio pero que finalmente, la fuerza de la necesidad y la crisis
que agobia al mundo los ha llevado al acercamiento con sus pares de
Latinoamérica y el Caribe.
Ese
es el contexto de la derrota del ALCA en Mar del Plata en 2005 y la
creación de condiciones para la fundación de Unasur y Celac, el
fortalecimiento de Mercosur y otras iniciativas de integración y/o
concertación política regional y subregional
Bolívar
mencionaba la necesidad de comunicaciones más frecuentes y
relaciones más estrechas cuando finalizara la guerra de
Independencia. Con ello, se refería seguramente a lo que se ha
comenzado a construir hoy entre nuestros líderes, gobiernos y
pueblos. Él no pudo dedicarse plenamente a ese objetivo porque las
ambiciones mezquinas de las oligarquías pudieron más en las
naciones recién independizadas.
En
la Carta de Jamaica, El Libertador da su opinión sobre cuáles eran
las condiciones que permitieron desencadenar la lucha por la
Independencia y hace una caracterización de cada una de las naciones
americanas en guerra. Enseñaba, que porque somos diferentes, somos
fuertes, ¿qué nos han enseñado? Lo contrario que somos débiles
porque somos diferentes.
Es
de gran actualidad y relevancia el párrafo donde refiere que “Porque
los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar
de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes, mientras
que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál
es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y
armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha
simultánea en la misma extensión de este hemisferio”
Bolívar
nos enseña el valor de la diversidad, la idea que en el “Nuevo
Mundo entero” no todos luchan por la Independencia, también los
tiranos sacan sus ventajas, pero le da suprema cuantía al hecho de
que todos están conmovidos y armados para su defensa”. Esto fue
válido en la lucha por la independencia política, lo es hoy en la
lucha por la independencia económica.
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