Los
medios de prensa occidentales se han apresurado en informar que el gobierno
sirio vivía sus últimos días. Sin embargo, las cosas parecen estar cambiando,
el domingo pasado citando un cable de la Agencia Francesa de Prensa, el
periódico El Tiempo de Bogotá informó en una nota “Bastión rebelde sirio, acorralado”.
Lo
más increíble de esta situación es constatar cómo Estados Unidos y Europa,
ahora con el apoyo de las monarquías árabes,
manejan a su antojo y tergiversan los patrones del comportamiento
democrático para –sin inmutarse- imponer “soluciones particulares” a un problema
que lo ven como general. Así, produjeron recambios en Túnez y Egipto,
invadieron Libia, antes lo habían hecho en Afganistán e Irak, acusan al
gobierno sirio de estar constituido por una minoría religiosa, pero en
Bahréin, donde ocurre lo mismo, apuntalaron
la grosera y brutal entrada de los tanques sauditas que reprimieron a la
población causando muchos muertos entre la población civil. En Yemen, trataron
hasta el final de sostener el régimen, para que, cuando esto se hizo imposible,
hacer una transición acorde a sus intereses.
Para
entender lo que pasa en Siria hay que
estudiarlo en un marco geopolítico regional y global. El consabido tema
de los derechos humanos y la democracia utilizado desde la perspectiva
hipócrita de Estados Unidos, -país que más que ninguno protege terroristas y
fomenta su acción en todo el planeta- va siendo trillado cuando contrastamos el
discurso con la práctica. Como lo afirma la analista chilena Cristina Oyarzo “Los
medios de prensa oficiales hacen girar sus secciones internacionales en torno
al tema sirio, visto desde la lógica de la democracia y los Derechos Humanos.
Vemos a Hillary Clinton haciendo llamamientos seudoreligiosos a la comunidad
internacional para “proteger” y “salvar” a los civiles ante las brutalidades de
un gobierno autoritario. El argumento moral, baratija política cotidiana,
termina por embrutecernos”.
En ese marco, Siria es una pieza fundamental para el
control primario del Medio Oriente, región rica en recursos energéticos,
incluyendo el agua dulce de los Ríos Tigris y Éufrates y por su ubicación
geográfica. Desde hace muchos años se ha estructurado una campaña mediática de
Estados Unidos para sacudirse gobiernos que no le son afines y que impiden
consolidar una estrategia para la región que se sustenta en el papel de Israel
como portaviones de cualquier acción terrorista imperial en la zona.
Es sabido que Estados Unidos junto a Turquía, país
miembro de la OTAN, en coordinación con las monarquías petroleras del Golfo
Pérsico han apoyado desde hace años a la organización fundamentalista Hermanos
Musulmanes y a fuerzas mercenarias para atacar Siria. Para ello –y sin ser lo
primordial como pretenden demostrar los medios de comunicación- han apuntalado
a las corrientes musulmanas sunitas opuestas al gobierno alauita de Damasco.
Con ello se pretende debilitar el crecimiento de la influencia iraní y a todas
las fuerzas que se oponen al imperialismo y al sionismo en la región, en
particular al movimiento Hezbollah de El Líbano.
Todo esto ha estado sostenido por la máquina mediática
que tiene su origen en la cadena televisiva catarí Al Jazzeera, con fuertes
vínculos de subordinación a la BBC de Gran Bretaña.
En Siria, más allá de las simpatías o antipatías que genere el gobierno,
el mismo sigue contando con influencia en la mayoría de la población. Los actos terroristas organizados por la
Administración Obama con sus pares de la OTAN
y financiados por las monarquía corruptas y violadoras de los derechos
humanos de la región siguen todavía siendo un factor externo y el gobierno está
actuando como lo haría cualquiera que es objeto de un agresión externa, o es
que alguien se olvida que la venganza de Estados Unidos por el ataque japonés a
Pearl Harbour fue lanzar dos bombas atómicas a ese país cuando ya estaba
derrotado -fecha que por cierto se conmemora en estos días- o ya nadie rememora
la respuesta de los pueblos europeos ate la bárbara ocupación nazi. Quienes
pretenden mostrar lo que ocurre en Siria como una guerra civil en realidad de
lo que están hablando es de lo que quisieran que aconteciera. Por ahora, lo que
está aconteciendo es una invasión mercenaria desde Turquía, Irak, El Líbano y
Jordania que se refugia en la población civil y que ha intentado sin éxito ocupar
territorios para “liberarlos”. Alepo ni Homs han sido -al menos hasta ahora- la
Benghazi siria. Y aquí, por diferentes razones, la posición de China y Rusia en
el Consejo de Seguridad de la ONU no ha sido el mismo enfoque débil y
subordinado que mostraron en Libia.
Por
otro lado, y a diferencia de lo que ocurrió en Libia, en Siria ha sido
imposible construir un bloque homogéneo de oposición. El analista vasco Txente
Redondo, citando a un periodista local dice que las fuerzas opositoras al gobierno sirio están “divididas,
reina un ambiente de desconfianza, son débiles y les falta experiencia”. Y
agrega, “Todo ello es una muestra evidente también de que son actores
fácilmente manipulables por terceros actores”.
Como
ocurre en casi todos los puntos del planeta donde Occidente organiza, prepara y
arma fuerzas mercenarias a su servicio, éstas no tienen una agenda común ni un
programa de cara al futuro. La misión que les han encomendado es producir el
derrocamiento del gobierno, a fin de dar cabida a uno que pueda insertarse en
los planes imperiales de dominio y hegemonía.
Redondo
afirma que el Ejército Libre de Siria (ELS), cuenta con la asistencia del
llamado “quinteto” (EE.UU, Consejo de Cooperación del Golfo, Turquía, OTAN y al
Qaeda). Así, mientras que Arabia Saudita, Qatar y Turquía ofrecen apoyo
material a los rebeldes, EE.UU y sus aliados en la OTAN estarían aportando
soporte de inteligencia y “otras formas de asistencia” (la presencia de la CIA
en Turquía es más que evidente).
La
nueva carta que se ha comenzado a jugar la OTAN es la del general desertor
Munaf Tlass, hijo de uno de los líderes más prominentes del partido Baas del presidente El Assad y
amigo de éste desde la infancia a pesar de que Tlass es sunita y El Assad
alauita. Tampoco las deserciones han sido numerosas ni relevantes en las filas
del gobierno, pero la huida de Tlass a Londres supone una figura salida de las
entrañas del régimen a través del cual Occidente pretende unir a las dispersas
fuerzas opositoras.
El
problema de fondo es que nadie sabe qué puede pasar en Siria ante un cambio de
gobierno. Las monarquías árabes y Turquía
se han involucrado de lleno en el derrocamiento de El Assad porque a
través de ello pretenden debilitar la influencia de Irán. Sin embargo, el
escenario más probable es el de un caos del que al igual que en Libia sacarían
mayor provecho fuerzas musulmanas
extremistas entre las cuales destaca Al Qaeda.
Todo esto hace que el
futuro de Siria y de la región sea problemático. Estados Unidos y la OTAN,
-como siempre- juegan en todos los escenarios, en el bélico aupando a las
bandas mercenarias y en el diplomático tratando de quebrar la voluntad de China
y Rusia en el Consejo de Seguridad. En esto se inscribe la renuncia de Kofi
Annan como enviado especial de la ONU. Su misión fracasó por la presión de las
potencias que perseveran en su afán intervencionista y en la solución militar
del conflicto. Aunque esta gestión se desenvolvió siempre en un marco de
debilidad, por las posiciones opuestas en el Consejo de Seguridad, la sola
existencia de una opción de paz señalaba una luz en medio del túnel. Esta
renuncia podría abrir el camino a la intervención militar y pondría en cuestión
el papel que la ONU pueda jugar en el futuro
como garante de la paz en el mundo.
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