Desde
hace una semana estoy en Chile. Estando aquí he podido ver sus dos caras. De un
lado las luces del modelo neoliberal que obnubila y es mostrado como ejemplo
por los centros de poder mundial. Ha sido un sistema “ideal” administrado
durante 20 años por una alianza de “socialistas” y los demócrata cristianos más
derechistas del mundo, promotores del golpe de estado de Pinochet, más otros
grupos menores que les sirven de comparsa.
Bajo
el influjo de una supuesta economía neoliberal exitosa y altos índices
sociales, sus medios de comunicación audiovisual y escrita nos muestran los
laureles del consumo desenfrenado, la estabilidad de un sistema político
binominal que margina a las minorías y las relega de la participación política
y una capital pletórica de modernas avenidas y hermosos parques que circundan
gigantescos centros comerciales (malls como los llaman aquí) que son el símbolo
de la prosperidad y de la inserción consumista que configuran la verdadera
identidad del chileno que existe, porque es capaz de endeudarse según los
patrones creados y asumidos por la sociedad de los que pueden.
A
través de las vitrinas mundiales de la carrera automovilística París-Dakar -ahora
desarrollado en su territorio- hasta el fastuoso Festival Internacional de Viña
del Mar finaliza otro verano de ensueño para los que tienen acceso a las
bondades del sistema.
Por
otro lado –la cara que no se ve- es la del Chile profundo y excluido. He
conversado con profesores universitarios que imparten más de 40 horas de clases
semanales en varios centros de educación superior a cambio de sueldos
miserables, empleados públicos obligados a ser testigos de la venta del
país, de sus recursos naturales, sus
bosques, minas, sus glaciales y hasta de su agua y pequeños comerciantes agobiados por la competencia de los
monopolios.
Detrás
de bambalinas descubrimos el drama de la exclusión social que ha privatizado la
educación hasta llevarla a niveles insostenibles para el presupuesto del
chileno medio e insoportable para las familias humildes. Al respecto el
Presidente Piñera dijo que “Todos quisiéramos que la educación, la salud y muchas otras cosas más fueran gratis para
todos, pero al fin y al cabo, nada es gratis en esta vida, alguien lo tiene que
pagar”. Se olvidaba el mandatario chileno
que está hablando de derechos consagrados en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y que ese “alguien” que lo tiene que pagar es el Estado para
lo cual recauda los impuestos de los ciudadanos.
La
movilización social de las regiones, los estudiantes, trabajadores y mapuche
son el signo de los nuevos tiempos. Los
aires electorales comienzan a soplar en este hermano país del sur. La gran
interrogante (que nadie me ha podido responder) es la que tiene relación con
qué pasará con los 4 millones de ciudadanos que se han incorporado al padrón electoral al modificarse la ley,
haciendo que -de manera automática- todos aquellos que nunca se inscribieron
como una manera de rechazar el sistema, hoy tengan la opción de manifestarse en
las urnas. Su ulterior comportamiento comicial es un misterio hasta hoy, pero
indudablemente marcará un derrotero para
el futuro político de la nación austral.
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