Pocas
semanas después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, consultado
sobre el futuro de los miles de somocistas detenidos, el Comandante Tomas Borge
quien era ministro del interior del nuevo gobierno, pronuncio una frase que
paso a la historia como expresión de lo que debería ser la ética y la
moral de los vencedores “Implacables en
el combate, generosos en la victoria”.
Evidentemente
no se puede ni se podrá comparar nunca la moral y la ética del Comandante Borge
con la de Juan Manuel Santos y sus adláteres que celebraron jubilosos y
exultantes la muerte de Cano. No se trata de tener compasión, ni suponer que
haya arrepentimiento cuando se ha obtenido una victoria militar. El que
enarbola la lucha armada debe asumir los riesgos que ella entraña. Criticamos
de estos señores que se dicen cristianos la celebración ante el cadáver del
enemigo muerto. Al igual que en Colombia, los asesinatos de Saddam Hussein y
Muamar Gadafi muestran, cual es la ética
y la moral de estos “vencedores”. En
cualquier caso, el domingo van a su iglesia, lavan sus culpas y asunto
resuelto.
Pero no es
de esto, de lo que quiero hablar. Después de la muerte de Cano, Santos ofreció
como alternativas la rendición o la muerte, lo cual en pocas palabras es la
continuación de la guerra, en contra de la opinión de millones de colombianos
que claman por la paz y la negociación. Un vencedor -como lo es Santos en este
momento-, debió haber sido “generoso en la victoria”.
Si suponemos
que el 90% de los combatientes de las FARC aceptaran rendirse o son muertos en
combate, el solo hecho que un 10 % continúe realizando operaciones militares
basta para que no haya paz en Colombia. A diferencia de la guerra regular, los
combates exitosos de las fuerzas irregulares dependen de una muy pequeña
cantidad de combatientes que pueden generar desestabilización e
ingobernabilidad parcial que -en mi opinión- es a lo único que las fuerzas
guerrilleras colombianas pueden optar en este momento, después de 60 años de
guerra, y cuando el equilibro estratégico entre las fuerzas armadas colombianas
y las fuerzas militares insurgentes -que se había mantenido durante años-
pareciera estarse rompiendo en favor de las primeras.
En el caso
de Colombia hay historias que contar al respecto. Ni la muerte de Pablo
Escobar, ni la detención y posterior extradición de los hermanos Rodríguez Orejuela,
ni todo el apoyo militar y logístico de Estados Unidos han impedido que este
país siga siendo el mayor productor y exportador de cocaína del mundo.
Lo que cabe
es escuchar al ex presidente Samper y la ex senadora Piedad Córdoba -entre
otros- que han hecho un llamado a la negociación que le evite a Colombia más
muertes y más destrucción, que impida que la guerra siga
siendo el negocio de una minoría, que no haya más perseguidos, asesinados, ni secuestrados,
que los falsos positivos sean parte del pasado, que las organizaciones
sindicales y sus dirigentes puedan desarrollar sus actividades de manera segura
y que no haya más exiliados ni desplazados.
Los colombianos quieren la
paz, los latinoamericanos la debemos fomentar por el bien de ese país querido y
de toda nuestra región.
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