Actividades Académicas

sábado, 25 de agosto de 2018

USNS Comfort, instrumento de guerra de la armada de Estados Unidos.


La guerra es un fenómeno sumamente complejo en el que en sus aspectos estratégicos, tiene estrecha vinculación con la política y la economía, es a partir de estas que se puede explicar el origen, desarrollo y las consecuencias que se derivan de los resultados obtenidos. Pero, las complicaciones que la misma entraña, también vienen dadas por sus aspectos operativos y tácticos que se revelan en el mismo proceso del combate, o dicho de otra manera en la manifestación bélica del conflicto armado.

Se suele suponer que las tropas que participan directamente en las hostilidades, juegan el papel principal en el desarrollo de las mismas, y tal vez esa aseveración sea indiscutible, pero no es menos cierto que sin los aseguramientos que permiten la realización exitosa de los combates, la victoria difícilmente será conseguida.

Existen aseguramientos de dos tipos: por una parte los de carácter combativo, que van a facilitar la toma de la decisión del jefe y la ejecución del mando durante las operaciones, aunque existe una variedad, los más importantes son la información y la inteligencia además de las comunicaciones y la ingeniería. En el otro plano, a veces muy subestimadas, porque en muchas ocasiones se realizan alejadas del borde delantero del combate, se encuentran los aseguramientos logísticos: médicos, víveres, vestuarios, combustibles, armamento y otros, sin los cuales tampoco se podría garantizar el éxito en la batalla.

Toda esta reflexión, surge después de conocer la noticia de que el barco hospital de la armada de Estados Unidos USNS Comfort se va a trasladar a Colombia a fines de desarrollar “labores humanitarias” a favor de los emigrantes venezolanos. Hay que ser demasiado inocente o demasiado imbécil para creer esto. Visto lo anteriormente expresado, el Comfort como cualquier barco de la armada de Estados Unidos, cumple misiones en la lógica bélica de garantizar los aseguramientos médicos para las operaciones ofensivas de la Armada de Estados Unidos, cuya función -según sus reglamentos- es: “Mantener, entrenar y equipar para el combate a las fuerzas navales, capaces de conseguir la victoria de la guerra, disuadir agresiones y mantener la libertad en los mares”. Podríamos aceptar las dos primeras, pero la última es una auto atribución que Estados Unidos se ha dado y que debe entenderse como la posibilidad de intervenir militarmente en cualquier rincón del planeta donde por decisión propia, decida que debe hacerlo.

Se habla de “operaciones ofensivas” porque la última vez que la armada de Estados Unidos realizó operaciones defensivas fue en diciembre de 1941, en Pearl Harbor, de manera bastante desastrosa, toda vez que su flota del Pacífico fue neutralizada tras el ataque japonés sin poder dar respuesta, salvo en las películas de Hollywood.

Así, el Comfort es un instrumento de agresión de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, toda vez que su subordinación al Pentágono, -no a la Secretaría de Transporte ni a la de Salud de ese país- ubica su misión en términos militares, siendo su objetivo dar soporte a las acciones bélicas que ese país en su carácter imperialista desata en múltiples latitudes y longitudes del planeta de forma permanente y como parte de su política exterior. En este contexto, es evidente que la decisión tomada por el secretario de Guerra de Estados Unidos James Mattis, acatada con la sumisión tradicional de los gobiernos colombianos, no puede entenderse sino como otro eslabón en la preparación de acciones militares ofensivas contra Venezuela.

En el contexto actual, en que el ex presidente Uribe -quien siente una repulsión enfermiza hacia Venezuela- ha regresado a la supremacía del Estado en Colombia, colocando a su pupilo Duque en el palacio de Nariño, pero controlando a distancia los hilos del poder, existen sobradas razones para temer cualquier acción desde territorio colombiano.

Es sabido que la visita de este barco a otros lugares, aparte de la atención médica que además podría ser provista por cualquier organización civil, hace manifiesto el acoso a la población, el incremento de la prostitución y una ostensible presencia de los marinos en los bares de los puertos que visitan, como se atestiguó en Puerto Rico donde el citado barco hizo presencia en octubre del año pasado.

En el trasfondo, estas operaciones se insertan en la necesidad del entrenamiento regular que deben realizar las fuerzas armadas de cualquier país para la realización de la guerra; los aseguramientos y los servicios médicos como parte de ellos, no están ajenos a este proceso de preparación combativa. 

Ya en diciembre de 1999, tras el desastre natural producido por las enormes inundaciones que se suscitaron en el estado Vargas, las fuerzas armadas de Estados Unidos ofrecieron su “generosa” ayuda a Venezuela. El presidente Chávez no titubeó en rechazar tal propuesta. En ese caso no ocurría la “crisis de refugiados más grande de la historia”, sino “el desastre natural más grande de la historia”, así mismo fue la “intervención cubana más grande de la historia” en Granada en 1983 y la búsqueda del “mayor narcotraficante de la historia” en Panamá en 1989. Como buitres necesitados de carne muerta para saciar su apetito intervencionista, Estados Unidos siempre anda indagando formas que justifiquen su despreciable presencia, el resultado siempre es el mismo: muerte y destrucción.

En 1999, se demostró que las Fuerzas Armadas de Venezuela, el pueblo y el gobierno bastaron para derramar apoyo y solidaridad a fin de salir de la terrible situación por la que pasó el país, sin necesidad de la intervención militar “humanitaria” de las fuerzas armadas imperiales.

Si Estados Unidos tuviera el más mínimo sentimiento humanitario no habría intervenido militarmente al menos 48 veces en América Latina y el Caribe en los dos últimos siglos; ni hubiera apoyado a Stroessner, Pinochet, Videla, Banzer, Trujillo, Batista, Somoza y cuánto sátrapa se haya encumbrado en el poder en los países de nuestra región; no le hubiera robado a México un tercio de su territorio; tampoco hubiera financiado al mercenario William Walker para intentar apoderarse de Centroamérica; no se hubiera apoderado de Puerto Rico ni de Guantánamo en Cuba, ni le hubiera impuesto la Enmienda Platt a este país; tampoco hubiera estimulado la segregación de Panamá de Colombia para apoderarse por casi un siglo de un territorio de ese hermano país reprimiendo a sangre y fuego a los valientes panameños que se opusieron a ello; no hubiera intervenido militarmente en República Dominicana en 1904, 1916 y 1965, en Cuba en 1906, en Panamá en 1908, 1918, 1925 y 1989, en Nicaragua en 1910, 1912 y 1927, en México en 1911 y 1914, en Haití en 1915, en Honduras en 1924, en Guatemala, en 1954 y 1966 ni en Granada en 1983 provocando miles de muertos en esos países, no precisamente de forma humanitaria; no hubiera financiado los escuadrones de la muerte que asesinaron a Monseñor Romero, a los seis sacerdotes jesuitas en la Universidad Centroamericana y a las cuatro monjas maryknoll en El Salvador en 1980, por un partido político al que sigue apoyando hasta hoy; no hubieran apoyado militar, logística y financieramente la guerra de los contras en Nicaragua ni hubiera minado los puertos de ese país a partir de 1981; no hubiera ordenado el asesinato del general Torrijos en Panamá en 1981; tampoco hubiera lanzado el Plan Colombia para asegurar los envíos de cocaína a Estados Unidos mediante vías controladas por la DEA, a fin de hacerse de los multimillonarios ingresos que le produce la droga y que van a parar a su sistema financiero para servir de base importante del funcionamiento de su economía, sin importarle para nada la vida y el futuro de los jóvenes de su propio país; no hubieran organizado los golpes de Estado contra Chávez en 2002 y Correa en 2010 ni la secesión de Bolivia en 2008; tampoco hubieran secuestrado al presidente Jean Bertrand Aristide en Haití en 2004, para posteriormente invadir ese país y permitir que Bill Clinton y su esposa hicieran multimillonarios negocios a costa del sufrimiento de ese pueblo; no hubieran apoyado los golpes de Estado en Honduras, 2009, Paraguay, 2012 y Brasil, 2016; ni los descarados fraudes electorales en Honduras 2017 y Paraguay, 2018. No parece, en definitiva, que Estados Unidos tenga un expediente humanitario que mostrar, sin hablar de los desmanes que ha cometido a través de la historia por todo el mundo, incluyendo las “humanitarias” bombas atómicas que lanzó en Hiroshima y Nagasaki contra la inerme población civil de esas ciudades. 

Muchas de estas acciones fueron realizadas por la marina de Estados Unidos y han contado con apoyo logístico de barcos como el Comfort u otros similares, varias de ellas se han disfrazado de operaciones humanitarias, no hay que ser demasiado inteligente para entender que esta orden emanada de forma directa del ministro de la guerra de Trump y emitida desde Colombia se inscribe en los preparativos de invasión a Venezuela para lo cual han visitado la región -solo durante este año- el vicepresidente Mike Pence dos veces, el ex secretario de Estado Rex Tillerson, le embajadora ante la ONU, Nikki Haley, el actual secretario de Estado Mike Pompeo y el jefe del Comando Sur almirante Kurt Tidd, además del ministro de guerra James Mattis. Entonces, resulta válido o no preguntarse, ¿Cuándo antes en la historia había ocurrido este despliegue? y ¿Para qué lo realizan? Todos, absolutamente todos, han manifestado en declaraciones públicas que sus viajes persiguen el derrocamiento del presidente de Venezuela, por tanto, no hay nada oculto.

El despliegue del USNS Comfort en las costas cercanas a Venezuela solo se puede interpretar como una medida logística que se inscribe en los preparativos de invasión de un ejército paramilitar colombiano con el apoyo de su gobierno. Al pueblo venezolano, le queda estar preparado y movilizado y organizarse para que si Estados Unidos, utilizando a Colombia desata tan insensata medida, repeler la agresión y hacer morder el polvo de la derrota a los invasores. Recordar que Sun Tzu, el filósofo y teórico chino de la guerra decía que: “En el ámbito castrense existe la premisa de no suponer que el adversario no atacará, sino contar con la propia presteza en presentar batalla; de no confiar en que no atacará, sino hacerse uno mismo inderrotable”

sábado, 18 de agosto de 2018

¡Alerta! Un perro rabioso anda suelto en la región.



La visita del jefe del Pentágono, a quien me cuesta llamar Secretario de Defensa, James Mattis a América del Sur ha venido a generar todo tipo de debates en torno a los objetivos de dicho periplo, en el que ha hecho escala en cuatro países subordinados a donde se ha dirigió para impartir órdenes imperiales. 

La historia ha demostrado que la existencia de una secretaría de defensa (con ese nombre) en el gobierno de Estados Unidos es una total falacia. En sus más de 240 años de vida republicana, el país ha sido atacado tres veces en su territorio y sus defensas “no lo han podido defender”. La primera vez fue en la guerra contra Gran Bretaña entre 1812 y 1814, en la que los ingleses le propinaron una derrota aplastante a la soberbia nación emergente capturaron la capital Washington, incendiándola, incluso quemando la Casa Blanca y el Capitolio. Posteriormente, en la segunda guerra mundial, los japoneses destruyeron la armada estadounidense del Pacífico en Pearl Harbor, Hawái, cuando los radares no vieron (o no quisieron ver) el desplazamiento de la aviación nipona, para así tener la justificación ante su opinión pública que les permitiera entrar oficialmente a la contienda bélica. Finalmente, el 11 de septiembre de 2001, no fueron capaces (o no quisieron) evitar el ataque terrorista en New York y Washington, lo que fue usado para desatar su guerra contra ese flagelo a fin de establecer un sistema unipolar con preeminencia de Estados Unidos. Lo que observamos tras el brutal atentado que costó la vida de miles de ciudadanos inocentes, fue la estúpida mirada perdida de un presidente incapaz de hacer algo de inmediato. Un mes después, dio inicio a una guerra en Afganistán, que hoy, tras 17 años, aun no termina y no tiene visos de hacerlo. 

De manera que hablar de defensa y de secretaría de defensa en Estados Unidos no deja de ser un eufemismo, en ese mismo período de dos siglos han desatado centenares de guerras en todas los continentes y en todos los rincones del planeta. Valdría la pena tener en cuenta que en la actualidad, según datos entregados por el presidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, general Joe Dunford su país tiene 300 mil soldados en más de 800 bases militares en 177 naciones del mundo, una cifra que aumenta constantemente si se considera que en 2016 eran 138 y en 2017, 149 estos países, todo lo cual le cuesta a los contribuyentes más de 716 mil millones de dólares según el presupuesto de guerra recién aprobado para el año 2019 y que sobrepasa el billón de dólares si se consideran los gastos de inteligencia no incluidos en el presupuesto militar. Al respecto, el prestigioso portal informativo Vox, explicó ya en 2015 que este entramado configuraba "un sistema militar masivo que aseguraba la influencia de Estados Unidos en todos los rincones del planeta, y dado el carácter indiscutible de esta estrategia generalizada, no es probable que pronto se produzca algún cambio", como las evidencias posteriores han demostrado. 

En América Latina hay 75 bases militares de Estados Unidos en varios países, destacando la presencia de 12 en Panamá, 12 en Puerto Rico, 9 en Colombia, 8 en Perú, 3 en México, 2 en Honduras, 2 en Paraguay, además de tener también fuerzas militares desplegadas bajo diferentes modalidades en Brasil, Guyana, Aruba, Bahamas y El Salvador. 

Esto nos lleva a concluir que en realidad esta tal secretaría de defensa más que preocuparse de la protección del país, su encargo real es la guerra. Así, nos podríamos preguntar ¿qué viene a hacer el ministro de la guerra de Trump a América del Sur? 

“Perro rabioso” como es conocido el jefe del Pentágono, es el primer militar en 50 años que ocupa ese cargo, para lo cual debió establecerse una “dispensa legislativa “ que permitiera hacer una excepción a fin de que Mattis, que no había cumplido los siete años reglamentarios desde su retiro para optar por este cargo, tuviera la posibilidad de ejercer el mismo. Él uno de los pocos sobrevivientes del gabinete cercano de Trump que ocupa su responsabilidad desde el primer día de gobierno, lo cual es una verdadera hazaña si se considera la característica inestabilidad emocional de su jefe 

América Latina, bajo el influjo de la designación de 2018 por Estados Unidos como “año de las Américas” ha visto desfilar en el último tiempo a una cantidad inusitada de personeros de alto nivel del gobierno imperial, pero es la primera vez que Perro Rabioso pasa revista a sus tropas en directo. 

Podríamos asegurar que su visita encara dos objetivos: uno estratégico y uno táctico. En febrero de este año, el groseramente defenestrado ex secretario de Estado Rex Tillerson, antes de su viaje a la América meridional, puso en el tapete la necesidad de hacer más efectiva la Doctrina Monroe que ha estado presente como eje de la política estadounidense hacia el continente por casi 200 años, pero a diferencia de la idea del presidente de su país que dio nombre a tal paradigma y que se orientaba a impedir la presencia de Gran Bretaña y la Santa Alianza en la región, esta vez, se trata de utilizar la misma como instrumento de presión y chantaje a las oligarquías vasallas que usufructúan el poder de los países subordinados, para que se mantengan alejadas de China y Rusia. En el plano táctico, se trata de ofrecerles dádivas y limosnas para que se presten a la tarea imperial de agredir a Venezuela. 

No obstante, en lo específico existen particularidades en cuanto a la misión de Mattis en cada país. En Brasil, Perro Rabioso, fue a llamarle la atención a las fuerzas armadas de ese país que todavía conservan un sector poseedor de un sentimiento nacionalista que sigue teniendo en mente la defensa de la soberanía de su país y que enarbolan las banderas de la integración sudamericana en materia militar por encima de la idea panamericana y monroista de entrega del país, que propicia Temer y el sector fascista del componente militar. A este sector no le ha agradado los exitosos esfuerzos de Estados Unidos, avalado por los gobiernos de la región, incluyendo el suyo propio de desactivar Unasur, y con ello el Consejo de Defensa Sudamericano y el Colegio Sudamericano de Defensa, que consideran una obra propia y emanada de su doctrina, como oposición a la doctrina panamericana que se enseña en la Universidad de Defensa (ex escuela de las Américas) ubicada en el estado de Georgia en el sureste de Estados Unidos y que demostró su ineficiencia durante la Guerra de las Malvinas. 

Todo ello, es percibido en Estados Unidos como un impedimento para hacerse de la poderosa industria militar de Brasil, y de sus más preciados tesoros: la Amazonía en tierra y los gigantescos recursos energéticos del presal en el océano, los que están siendo entregados por Temer a las empresas transnacionales de Estados Unidos. Ni siquiera la dictadura de los años 60 y 70 del siglo pasado logró una subordinación de las fuerzas armadas brasileñas a Estados Unidos de la magnitud de la que ha implementado Temer. 

En Argentina, el mensaje de Perro Rabioso fue claro: mostrar su rechazo a la base espacial china de Neuquén, el mandato es preciso: debe ser cerrada. Mauricio Macri, que cultiva la hipocresía como forma de hacer política no tuvo empacho en aceptar las imposiciones de Mattis, mientras, al mismo tiempo, corre desaforado a los brazos del presidente chino Xi Jinping a fin de solicitar los recursos que le permitan salvar su maltrecha economía. Así, lo persigue en cuanto evento multilateral se encuentran, presentando planes y proyectos de inversión para atraer a China a su país, en el colmo de su desfachatez felicitó a Xi por su reelección como secretario general del Partido Comunista de China en octubre del año pasado. 

Después de reunirse con su homónimo rioplantense Oscar Aguad, Perro Loco afirmó que “Argentina es considerada una amiga de Estados Unidos” y agregó “La conversación de hoy continúa la relación que comenzó hace más de 200 años atrás“. Se le olvidó, mencionar el pequeño detalle de que en la guerra de las Malvinas en 1982, Estados Unidos estuvo en la trinchera opuesta apoyando al invasor británico. Por supuesto, Aguad no tiene la dignidad suficiente como para recordárselo. 

Por su parte, Chile es un país casi insignificante en la agenda del ministro de guerra estadounidense. Tanto, que el escueto comunicado de su visita y encuentro con el presidente de ese país, elaborado por la embajada de Estados Unidos en Chile, no tuvo más de dos párrafos. El tema de la agresión conjunta a Venezuela ocupó la mayor parte del encuentro bilateral. 

En el momento de escribir estas líneas, Perro Loco se reunía con el presidente colombiano Iván Duque, no habrá grandes novedades: darán continuidad a las acciones de los ex presidentes Uribe y Santos, en la coordinación de operaciones contra Venezuela, el apoyo al paramilitarismo para prepararlo como ejército de invasión y la utilización de la cocaína que hace de Colombia el primer productor y exportador mundial, como instrumento necesario para justificar la presencia militar de Estados Unidos en la región. 

En fin, nada distinto de lo que ya han hecho el vicepresidente Pence, el ex secretario de Estado Tillerson, el ex director de la CIA y actual secretario de Estado Pompeo, el comandante del Comando Sur Kurt Tidd y la embajadora ante la ONU, Nikki Haley: mostrar impaciencia y desesperación por la imposibilidad de competir con China en cuanto a la cooperación, la inversión y el comercio, amenazar y chantajear a los pusilánimes presidentes de la ultra derecha latinoamericana y rumiar su exasperación por la incapacidad de la oposición venezolana para derrocar al gobierno democrático del país. En cualquier caso, hay que tener cuidado: Un perro rabioso anda suelto en la región.

sábado, 11 de agosto de 2018

¡Adiós Santos, cuídate mucho!


En agosto de 2010, cuando Álvaro Uribe dejaba la presidencia de Colombia, escribí un largo artículo titulado “Adiós Uribe o un nuevo fracaso de la política imperial contra Nuestra América”. Finalizaba así: “Colombia y su gobierno han asumido el papel preponderante en esta armazón imperial que se propone retrotraer los procesos soberanos que llevan adelante nuestros pueblos. A ello debemos oponer la unidad y la integración del sur para construir un sólido bastión que impida la embestida estadounidense y aísle los ánimos intervencionistas. Uribe se fue, pero el imperio perseverará en su política. Contará siempre para ello con la oligarquía colombiana, y sus representantes de turno porque sus intereses –a través de la historia- siempre han coincidido con los de Estados Unidos. Este nuevo y más reciente conflicto creado por el ex presidente Uribe ya cuando fenecía su gobierno se inscribe en la permanente posición mantenida por Estados Unidos contra nuestros pueblos…” 

Hoy, ocho años después, podríamos repetir casi textualmente lo apuntado en esa ocasión, pero ahora referido a Juan Manuel Santos quien se marchó de la más alta magistratura del país vecino de la misma manera que su antecesor: derrochando odio y atacando a Venezuela. Es como si los presidentes colombianos necesitan dar examen de “buena conducta” para que al perder la inmunidad de la presidencia, que les permite hacer cualquier destrozo sin sufrir las secuelas, el imperio les conceda “un rinconcito en sus altares” como dice Silvio Rodríguez. 

Lo cierto es que más allá del aborrecimiento y la animadversión que la oligarquía colombiana (de la cual Santos y su familia son miembros conspicuos) ha sentido por Venezuela desde hace 200 años, Juan Manuel ha dejado la presidencia despreciado y rechazado por sus propios compatriotas, incluso en niveles más bajos que sus cuatro antecesores. Según encuestas publicadas por BBC Mundo, el rechazo a Santos en el momento de entregar su cargo ascendió a 61% de acuerdo a Invamer/Semana, mientras que para Gallup es de 59%, aunque habría que decir que esa cifra hace cuatro meses llegó a 73%. Su aprobación el martes 7 cuando abandonó el poder fue de solo 35% después de haber llegado al gobierno con 83%, lo cual es expresión clara del repudio que le profesan los colombianos. Vale decir que hasta Andrés Pastrana, uno de los presidentes más grises de las últimas décadas tuvo menor desaprobación con 54%. 

Santos se va, pero deja tras sí una impronta de muerte que es muy difícil de borrar. Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, entre el 1° de enero de 2016 y el 3 de agosto de 2018 han sido asesinados 333 líderes sociales y defensores de derechos humanos en el país. Por su parte, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y el programa no gubernamental Somos Defensores registran más de 400 asesinatos en el mismo período. En lo que sí armonizan los datos de estas entidades es que desde la firma del Acuerdo de Paz entre las FARC y el Gobierno de Colombia en 2016, la cifra de asesinatos se ha elevado de manera alarmante. 

Solo en el mes de julio del presente año, el último del mandato de Santos, se contabilizan 30 líderes sociales asesinados, entre los que se destacan miembros de Juntas de Acción Comunal, militantes de la oposición política, excombatientes de las FARC, reclamantes de tierras, activistas que lideran programas de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, defensores de derechos humanos, docentes del sector público, campesinos, indígenas y afrodescendientes. 

Santos se va, seguramente a disfrutar de su premio Nobel de la paz, el mismo que Estados Unidos le compró en Noruega como pago por haber invadido militarmente a Ecuador cuando era ministro de defensa en 2008, por el asesinato de centenares de colombianos y por haber incorporado su país a la OTAN, tres claras acciones a favor de la paz según el desprestigiado comité que regala ese premio. 

Santos, se va, pero dejó ya en el año 2015, 4.770 niños wayuu muertos por hambre y desnutrición en la Alta Guajira según cifras entregadas en su momento por Javier Rojas Uriana, representante legal de la Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas Wayuu Shipia Wayuu. Solo en lo que va de este año 2018, han muerto 321 niños por desnutrición según el defensor del pueblo Carlos Negret: “…no existe ningún departamento de Colombia donde no existan niños que hayan muerto por desnutrición. 

Se va Santos, pero queda el déficit que dejó en el sector educativo que asciende a 600 mil millones de pesos (alrededor de 204 millones de dólares), cifra que según la Federación Colombiana de Educadores (FECODE) podría duplicarse antes de finalizar este año, todo lo cual ha significado que en este momento 1.446.295 niños se encuentren fuera del sistema educativo. 

Se va, Santos, pero ahora va a tener que enfrentar algo, esta vez nefasto para él: la guerra contra Uribe, tarde se dio cuenta, por lo que inició el contra ataque moviendo sus fichas dentro del Estado a fin de incriminar a su antecesor en alguna de las decenas de acusaciones ante la justicia que tiene pendientes. Pensaba que de esa manera, podría negociar una salida decorosa que significara la impunidad para los dos. 

Pero el expresidente Uribe no cree en reconciliaciones, el mismo día del cambio de gobierno desplegó un anuncio pagado en todos los medios de comunicación impresos, titulado “La herencia de Santos”, en el que a continuación se enumeran decenas de hechos y situaciones que desenmascaran el supuesto paraíso santista. OJO amigo lector, esto no fue publicado por el gobierno de Venezuela, sino por el Centro Democrático de Uribe, que algo debe saber de estos temas. En el mencionado afiche se puede leer que Santos dejó un país: 

1. Nadando en coca y con problemas de drogadicción. 

2. Sin desarrollo social. 

3. Con su economía deteriorada y saturada de impuestos. 

4. Sin la revolución de la infraestructura prometida. 

5. Con la salud en cuidados intensivos. 

6. Con mayor burocracia. 

7. Con corrupción y derroche. 

8. En manos del crimen organizado. 

9. Con otra imagen. 

Cada uno de estos puntos está ampliamente desarrollados puntualizando con detalles lo que se quiere demostrar, lo cual evidencia que los ataques de Santos a Venezuela son solo una cortina de humo, en el intento de escabullirse de la justicia que ahora lo perseguirá por los escándalos de Odebrecht y otras “cositas” se estarán investigando. 

No es de Venezuela, de la que tiene que preocuparse Santos, finalmente el gobierno venezolano es respetuoso de las decisiones que cada país tome, incluyendo si esto tiene que ver con juzgar a un presidente por corrupto, serán las autoridades colombianas y la justicia de ese país, la que resuelva qué hacer. 

Por eso, ante los hechos acaecidos en Caracas el pasado 4 de agosto, Venezuela ha actuado en el marco del derecho internacional y ha acudido al nuevo gobierno de Colombia para que no cargue con las responsabilidades de Santos, solicitando la entrega de los participantes en el hecho terrorista, que se encuentran viviendo en ese país. 

El comunicado oficial del gobierno de Santos sobre este atentado terrorista es que ese día, él se encontraba en el bautizo de su nieta Celeste. Alguien se encargó de recordar como casualidad que Michael Corleone en la película “El Padrino II”, ordenó asesinar a sus enemigos, mientras él estaba bautizando a su sobrino…claro, estaba hablando de una película, en todo caso, le deseo a Celeste, salud y una vida luminosa, la misma que su abuelo intentó negarle a los niños venezolanos por 8 años. 

Adiós Santos, como es habitual con los de tu calaña, es probable que corras a refugiarte en Estados Unidos, como todos los tránsfugas de este continente que buscan el abrigo imperial tras realizar sus tropelías en el uso del poder. Lamentablemente para ti, no podrás encontrarte con tu amigo Martinelli, ya Estados Unidos se lo entregó a Panamá, como hacen a veces los amos, cuando los lacayos ya no le sirven. Cuídate mucho allá en el norte, no vaya a ser que tengas una sorpresa similar.

lunes, 6 de agosto de 2018

Apuntes para una política exterior del gobierno de López Obrador.


El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones presidenciales de México ha generado grandes expectativas en América Latina, sobre todo entre los sectores progresistas, revolucionarios y de izquierda de la región, bastante vapuleados desde 2015. Incluso se ha llegado a comparar esta victoria electoral con la obtenida por el comandante Hugo Chávez en Venezuela en 1998, en el sentido que igualmente estos resultados podrían significar un vuelco en la situación regresiva de la región, en la que en los últimos 3 años se han ido imponiendo fuerzas conservadoras, retrógradas, delincuenciales y hasta fascistas, a través de golpes de Estado de diferente índole o utilizando los espacios de la democracia representativa que permite ganar elecciones indistintamente de manera legal o ilegal. 

Vale comenzar diciendo que las dos primeras victorias de AMLO son: haber salido vivo de la contienda electoral y haber derrotado el enorme fraude montado por el gobierno de Enrique Peña Nieto similar al que realizó el año pasado en los comicios locales del estado de México en los que impuso de forma ilegal a su primo como gobernador. AMLO obtuvo su victoria al conseguir el 53,2%, superando por 17 millones y medio de votos a su más cercano contendiente que solo tuvo 22,3%. De tal dimensión fue la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de Peña Nieto que su candidato quedó en tercer lugar con solo el 16,4%. Todos estos elementos permitieron derrotar al establishment y al fraude que tenía preparado. 

Pero, mi objetivo en esta ocasión no es analizar los resultados electorales mexicanos, eso ya se hizo, hay mucha información al respecto. Intentaré esbozar algunas ideas respecto de la probable política exterior de AMLO, entendiendo la situación del país y conociendo las circunstancias de su victoria. En este sentido, unos días antes de las elecciones pregunté a un amigo mexicano, qué podría significar un triunfo electoral de AMLO y la respuesta por simple, no deja de ser esclarecedora “Será un gobierno honesto, lo que en México significa casi una revolución”. 

Hay que recordar que como jefe de Gobierno de la ciudad de México (2000-2005), la tercera urbe más grande del mundo, AMLO cerró la oficina de relaciones internacionales, mientras era común que se rehusara a recibir a jefes de Estado y altos dignatarios que visitaban la ciudad. En los últimos dos años previos a las elecciones de 2018, AMLO estuvo en 20 ciudades del exterior, pero, de ellas 11 son de Estados Unidos en las que viven decenas de miles de mexicanos, además hizo cuatro viajes fuera de las fronteras del norte de América en los que visitó 2 ciudades europeas, 2 de América del Sur y dos de América Central. Se comenta que ya siendo la máxima autoridad de la capital mexicana, López Obrador aún no había obtenido un pasaporte, lo que presupone que hasta ese momento no había viajado al exterior, cuando ya era un reconocido dirigente político de alrededor de 50 años. Todo esto podría dar una idea de su poco acercamiento e interés en los temas internacionales 

No obstante, cualquier análisis debe partir de la aceptación de que AMLO es un político pragmático que no se alinea con posturas ideológicas y que no tiene temor en establecer alianzas que le permitan conseguir sus objetivos, esto es válido en lo interno, pero también en lo internacional. Por eso, ha designado como futuro canciller a Marcelo Ebrard un tecnócrata formado en Francia que hizo carrera política de la mano de Manuel Camacho un viejo cacique del PRI y después de AMLO, con quien ha trabajado desde hace casi 20 años. 

Como hecho relevante hay que destacar que por primera vez en la historia reciente, Estados Unidos no tuvo injerencia en la selección del candidato y futuro presidente de México. Éste fue elegido con los votos del México profundo al margen de los partidos y del establishment, y con una votación tan masiva que –como se dijo antes- impidió ejecutar el fraude que había preparado el gobierno de Peña Nieto para imponer su candidato. 

Por primera vez también, el presidente electo mexicano no visitó Washington de inmediato para rendir pleitesía al gobierno de ese país y a las instituciones financieras internacionales que funcionan en la capital imperial, como era la costumbre en el pasado. Al contrario, fue el gobierno de Trump quien solicitó una reunión y envió una delegación de muy alto nivel el 13 de julio pasado, al frente de la cual estuvo el secretario de Estado Mike Pompeo, la que fue a Ciudad de México a reunirse con el mandatario electo. 

He consultado a varios analistas y especialistas mexicanos en el tema y todos coinciden en señalar que la política exterior no será una prioridad en la agenda de López Obrador. Muy probablemente, el presidente no asistirá a algunas reuniones de jefes de Estado donde se hará representar por el Canciller, quien tendrá mucha autonomía en el desempeño de sus funciones. AMLO confía en su eficiencia y su visión de país y de mundo, en lo cual tienen concomitancia plena. Como me dijo un periodista mexicano: “A AMLO, la política exterior no le importa, no le interesa, no sabe”. 

Una de las primeras medidas tomadas, tras su elección fue enviar una carta al presidente Donald Trump en la que resalta que ambos tienen ciertas similitudes, lo cual es cierto si se considera que ambos ganaron las elecciones contra la opinión del establishment, y también –aunque por diferentes razones- ninguno de los dos siente simpatía con los Tratados de Libre Comercio (TLC), para AMLO porque afecta el mercado interno de México y para Trump porque -según él- es la causa de los problemas de la economía de Estados Unidos, al generar desempleo y no hacerla competitiva. 

Para México será imprescindible lograr una buena relación con Estados Unidos, el pragmatismo de AMLO lo llevará a ofrecer a Trump la posibilidad de hacer negocios e incrementar el comercio, con el objetivo de factibilizar el vínculo, allanarse una buena relación y permitir tratar los otros temas de la agenda que también le interesan, en particular los de seguridad y el de las migraciones. En este sentido, intentará atraer a Estados Unidos a los negocios en el área energética en particular los de la construcción y modernización de sus refinerías de petróleo. Todo esto considerando que la agenda del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que ha funcionado en los últimos 25 años, se agotó y deben buscar alternativas viables para los intereses de ambos países. 

Trump ha llegado a la conclusión que, contrario a lo que opina el establishment y los medios de comunicación de ambos países, AMLO no es una amenaza para Estados Unidos, pero no estoy seguro que entienda que el nuevo presidente necesita ampliar el mercado interno de su país y mejorar los ingresos de los sectores más empobrecidos, para evitar un colapso. Así mismo, deberá estabilizar los precios de los combustibles y controlar el capital especulativo. En esto último también coincide con Trump. 

Muy probablemente. AMLO volverá a ubicar a México en sus valores tradicionales de independencia, igualdad soberana entre los Estados, apoyo a la solución pacífica de controversias sin inmiscuirse en los asuntos internos de otros países. En esto se verificará un cambio trascendente respecto del pasado, sobre todo en relación a las tres últimas administraciones, claramente injerencistas y subordinadas a Estados Unidos. 

Pero el mayor esfuerzo del nuevo presidente se orientará a buscar la solución del conflicto interno del país, a partir del reforzamiento de un sistema de administración de justicia que aporte estabilidad a la gestión de gobierno, con el criterio de que la “mejor política exterior, es una buena política interior”, para lo cual se abocará a la lucha contra la corrupción y la impunidad. 

Retomando principios del histórico nacionalismo mexicano, es probable que los temas de la agenda global estén circunscritos a la relación con Estados Unidos, lo cual ocupa parte importante del trabajo de los entes de política exterior del país. México no puede darse el lujo de obviar esta realidad signada por tres mil kilómetros de frontera, y entre 20 y 30 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos. Por ello, intentará mantener vigente el TLCAN, negociando en conjunto otros temas de la agenda, incluyendo el comercio, la seguridad fronteriza y de manera prominente y puntual la defensa de los derechos humanos. 

Por ello, ya en la reunión sostenida con la delegación del gobierno de Estados Unidos, que estuvo en Ciudad de México, se propuso un cambio sustancial en la relación bilateral. AMLO intentó persuadir a las autoridades de Estados Unidos de que por el bien de las dos naciones, era más eficaz y más humano, aplicar una política de cooperación para el desarrollo que insistir, como sucede actualmente, en dar prioridad a la cooperación policiaca y militar. Esto supondría un vuelco en la relación bilateral tradicional. 

Con claridad AMLO le dijo a Pompeo, que su propuesta a Estados Unidos era solicitar más recursos para cambiar radicalmente las prioridades: lo primero debe ser el desarrollo y el empleo y no la cooperación militar. Le dijo que los problemas de índole económico y social, que está enfrentando y padeciendo México, no se resuelven con medidas coercitivas. Reiteró lo que ya había anunciado en 2016 en su Proyecto de Nación: “No es con asistencia militar o con labores de inteligencia ni con envío de helicópteros y armas, como se remediará el problema de la inseguridad y de la violencia en nuestro país. Tampoco se detendrá el flujo migratorio construyendo muros, haciendo razias, deportando a nuestros paisanos o militarizando la frontera”. 

Por ello se discutió con el gobierno de Estados Unidos la firma de un acuerdo específico para la aplicación de un programa orientado a reactivar la economía y a crear empleos en el país, en el entendido que solo así se va a poder enfrentar el flagelo de la violencia y mitigar el fenómeno migratorio. Para ello, el nuevo gobierno hará su mayor esfuerzo y pondrá toda su capacidad diplomática a fin de lograr la regularización migratoria de los mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos insistiendo en la necesidad de una reforma migratoria, como AMLO ya lo ha venido afirmando tanto en México como en Estados Unidos 

Con relación a América Latina y el Caribe, es probable que México retome los tradicionales lazos de amistad y cooperación abandonados durante los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto, e incluso se le dé un carácter prioritario buscando establecer programas de largo plazo, desarrollando políticas conjuntas ante problemas comunes como seguridad, combate de hechos ilícitos y congruencia en el trato a los migrantes. 

En la medida que México vaya resolviendo sus problemas internos referidos a la violencia y el narcotráfico, podrá recobrar su presencia tradicional en el mundo y en los entes multilaterales, recuperando su aporte a la solución de los problemas globales en temas como pobreza, migración, calentamiento global, discriminación, derechos humanos, combate a las epidemias, seguridad colectiva, armamentismo y lucha por la paz. Por lo que se sabe México está optando por un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad, en el periodo 2020-2021, para lo cual, seguramente tendrá el apoyo unánime de América Latina y el Caribe.