Actividades Académicas

sábado, 26 de noviembre de 2016

Simplemente Fidel



El 25 de noviembre de 1956, el yate Granma puso proa en dirección a Cuba, desde el puerto de Tuxpan en México. Llevaba 82 combatientes que bajo la conducción y liderazgo de Fidel se habían propuesto “salir, llegar, entrar y vencer” a la oprobiosa dictadura de Batista, apoyada y sostenida por Estados Unidos, para aplicar el Programa del Moncada, verdadero plan para una transformación profunda del país. Fidel había dicho que “en el 56 seremos libres o seremos mártires”. El Granma llegó a Cuba el 2 de diciembre después de una difícil travesía, detectada por las fuerzas militares de la dictadura. 

El 5 de diciembre, los sobrevivientes del desembarco tuvieron su bautismo de fuego, después de lo cual solo quedaron 12 guerreros con igual cantidad de armas. Al percatarse de tal situación y ante la suposición generalizada de que enfrentaban una situación extremadamente difícil, Fidel con plena seguridad dijo “Ahora si ganamos la guerra”. Muchos años después, Raúl confesó que en ese momento pensó que Fidel se había vuelto loco.

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué condiciones debe tener una persona que la lleva a desarrollar aparentes actos de locura, pero que son los verdaderamente transformadores de la historia? La posibilidad que la vida nos ha dado de conocer a algunos de esos personajes, Fidel entre ellos, nos señala que se trata de seres superiores por su capacidad científica de prever el futuro, no a partir del azar ni de subterfugios mágicos, tampoco de idolatrías divinas, sino de un acendrado conocimiento de la realidad social, de sus fuerzas profundas y de sus sujetos motrices. La gran diferencia de Fidel es que puso toda su inteligencia y capacidad al servicio de su pueblo y de los pueblos del mundo.

Cuando se produjo la sorpresa de Alegría de Pío, ese 5 de diciembre de 1956, ya Fidel había dirigido importantes luchas estudiantiles y como abogado había sido defensor de la causa de sectores humildes de la población que habían sido avasallados y excluidos por el régimen. Ya había forjado su pensamiento y su práctica internacionalista, bolivariana y martiana cuando con 21 años se enroló en la Expedición de Cayo Confites para combatir a la dictadura dominicana y al año siguiente, en 1948 fue testigo directo del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en Colombia, hecho que produjo el bogotazo, situación que lo marcó profundamente el resto de su vida y que significó una impronta en su mirada de la realidad de nuestra región.

El golpe de Estado de Batista en marzo de 1952 fue el último clavo del féretro de la falsa democracia liberal como instrumento para producir un cambio político en Cuba. Fidel previó y a partir de ese momento se jugó por completo para derrocar la dictadura por la única vía que se podía: la de las armas. Organizó personalmente el ataque al Cuartel Moncada y estuvo al frente de la generación de hombres y mujeres que se propuso “tomar el cielo por asalto” y no dejar que el centenario del nacimiento del Apóstol pasara inadvertido. Tras su captura en el Moncada, Fidel exaltó una característica que marcó para siempre a los verdaderos revolucionarios latinoamericanos: el líder conduce personalmente a su tropa y asume la responsabilidad por lo que ocurra, en la victoria y en la derrota. El fracaso militar en el Moncada devino victoria política. Aún hoy retumban aquellas palabras: “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”.

Vino la prisión fecunda, el exilio organizador, el desembarco esperanzador, la guerra y la victoria y ese 1° de enero de alegrías imperecederas nuevamente su palabra de futuro “Ahora viene lo más difícil”. Y nuevamente la suposición de su locura ante la imagen de un ejército despedazado por los harapientos campesinos del Ejército Rebelde.

Y así continuó siendo, por años, por décadas, el Comandante invicto, el que Estados Unidos no pudo vencer, el que superó 674 intentos de asesinato de todos los presidentes imperiales, los republicanos y los demócratas, el de la victoria de Playa Girón, el que se agigantó durante la crisis de Octubre de 1962, el del Ciclón Flora, el que superó el aislamiento de los gobiernos latinoamericanos con la sola excepción de México, el que enfrentó hasta hoy al bloqueo norteamericano con el honor y la dignidad de su pueblo, el de la lucha contra los bandidos organizados desde el norte imperial, el que derrotó los sabotajes a la economía, incluso usando armas biológicas y químicas contra Cuba, el de las misiones internacionalistas que derrotaron a la mayor potencia militar de África dando una colaboración decisiva al fin del apartheid como forma de dominación en el mundo, el de transformar a su país pequeño y pobre en una gran potencia científica, cultural, deportiva y moral en todo el mundo, el de la solidaridad sin límites a los pueblos de Asia, África y América Latina y el Caribe, el que transmitió la voluntad de avanzar y vencer a pesar que el mundo decía lo contrario en los momentos terribles del período especial, el de las extraordinarias misiones de salud para enfrentar al ébola en África, a las consecuencias del terremoto en Haití y los desastres naturales en Chile, Perú, Pakistán, Ecuador y muchos países más en todo el planeta, el que no se dejó intimidar ni avasallar durante cinco décadas, por la potencia más poderosa de la historia. 

Entonces volvemos a la locura, ¿es que acaso alguien en su sano juicio es capaz de creer que un pueblo pequeño de solo 11 millones de ciudadanos, carente de riquezas económicas pueda ser capaz de todo eso y más, a tan solo 90 millas de la potencia más destructiva y agresiva de la historia? Cuba pudo, y pudo porque tenía un jefe que aglutinó lo mejor de su pueblo a partir de la exaltación de valores, principios y comportamientos que desbordaron su época transformando en fuerza indestructible lo único que los revolucionarios tenemos y que cuando lo usamos somos invencibles: la fuerza de la moral, de una moral superior al poderío militar, político y económico de cualquier hegemonía global.

Eso fue Fidel y eso será Fidel por los tiempos de los tiempos: fuerza moral avasalladora para saber que nada es imposible cuando se confía en el pueblo y cuando se tiene seguridad en la victoria, y al final, tras la tranquilidad del deber cumplido, te retiras porque otros te seguirán. Es la continuidad no del hombre, sino de su obra.

Hoy miles y millones en todo el mundo sentimos un dolor profundo por la partida de Fidel, hoy lloramos en el momento de despedirlo, pero parafraseándolo recordamos aquella tarde de octubre de 1976 “Cuando pueblos enérgicos y viriles lloran, la injusticia tiembla”.

Dijo el apóstol que “No es verdad la muerte, cuando se ha cumplido la obra de la vida”. Hoy, 25 de noviembre, cuando recordamos 60 años del día en que el Granma zarpara hacia la libertad, llevando en su vientre a aquellos hombres que iniciaron la batalla por la segunda independencia de América latina y el Caribe, Fidel ha zarpado hacia la inmortalidad, pero esta vez, si se llegara a producir nuevamente una Alegría de Pio, ya no serán 12 combatientes que seguirán a ese extraordinario loco por los caminos de la historia, hoy somos 12 millones o 12 veces 12 millones…nadie sabe cuántos te recordaremos y junto a ti diremos “Comandante en Jefe, Ahora si ganamos la guerra”.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Conjeturas iniciales sobre una probable política exterior de Trump


No nos engañemos, Donald Trump es un hombre de extrema derecha como se ha señalado con abundante efusión en los últimos meses y sobre todo en la semana más reciente. Aún así, pienso que su victoria le da un respiro a la humanidad en términos globales, si de la paz mundial y la distensión se habla, pero sobre todo si se compara su propuesta con la de la señora Clinton.

Es muy pronto para hacer vaticinios, sobre todo porque estamos ante un presidente que no viene del establishment. Hubiera sido mucho más fácil prever la política exterior de Clinton que era predecible al ser conocidas sus actuaciones como Secretaria de Estado. Por el contrario, durante la campaña, salvo algunos “bombazos” propios de cualquier contienda electoral, el discurso de política exterior del candidato Trump estuvo impregnado de contradicciones y vacíos.

En particular pareciera prematuro aventurar consecuencias para América Latina. Eso debería obligar a la cautela en el análisis hasta determinar la magnitud de los cambios que se anuncian, sobre todo en el mediano y largo plazo.

Vale decir que el nuevo presidente ya confronta rechazo desde su propio partido: el influyente senador John Mc Cain, representante de su ala más conservadora está en completo desacuerdo con el anunciado acercamiento entre Estados Unidos y Rusia. Como probablemente ese tema será el que modere el conjunto de medidas que se tomen en materia de política exterior, no tendremos definiciones claras hasta que se comiencen a ejecutar las primeras acciones. Por lo pronto, Trump ha reaccionado nombrando a Mike Pompeo, otro recalcitrante ultra derechista como nuevo Director de la CIA y en una movida que ha pasado relativamente de bajo perfil, el presidente electo recibió en su oficina de la Trump Tower de Nueva York al siempre presente (a sus 93 años) Henry Kissinger. Vale decir que en su último libro titulado “Orden Mundial. Reflexión sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia”, publicado en 2014, el ex asesor de Seguridad Nacional y ex secretario de Estado aseveró que “Un orden mundial de estados que afirman la dignidad individual y el gobierno participativo, y cooperan internacionalmente de acuerdo con reglas consensuadas, puede ser nuestra esperanza y debería ser nuestra inspiración” y agrega más adelante “Estados Unidos necesita una estrategia y una diplomacia que tengan en cuenta la complejidad del viaje: lo remoto de la meta, así como la incompletud (sic.) intrínseca a las empresas humanas con que se intentará alcanzarla”. Tal vez ese fue el mensaje que le dio al Sr.Trump.

Con respecto a América Latina, salvo sendas llamadas telefónicas a sus pares de México y Argentina, el silencio ha sido la única señal, solo interrumpida por las amenazas con muros y deportaciones. Por lo pronto redujo de los once millones señalados en campaña a tres, sus expectativas respecto a aquellos inmigrantes susceptibles de ser sacados del territorio estadounidense. Si eso se mantuviera así, tal vez estaríamos ante la posibilidad de que la política exterior de los países latinoamericanos y caribeños tenga que poner un mayor énfasis en la protección de sus conciudadanos, tal como de alguna manera, ya lo han hecho México y Ecuador.

Por lo pronto, el resultado de los comicios en Estados Unidos ha generado gran ansiedad en algunos países de América Latina y el Caribe, sobre todo en aquellos de gobiernos que apostaron a la victoria de la candidata demócrata. Aunque como se dijo al comienzo, es osado emitir predicciones respecto al futuro en este ámbito, nos vamos a atrever a exponer algunas impresiones sobre los probables temas de interés del gobierno Trump para la región, tomando en cuenta que estamos hablando de un empresario, que además es el primer presidente de Estados Unidos que no viene de la política desde que Dwight D. Eisenhower, un militar, accedió a la más alta magistratura de ese país en 1953

En esa calidad, Trump ha demostrado ser pragmático en cuanto a la búsqueda de objetivos: para él lo más importante es obtener beneficios, sin embargo coincidirá con sus antecesores en que lo primordial, - por encima de todo- es el interés nacional de Estados Unidos. La diferencia con quienes le antecedieron en el cargo radica en que hasta ahora todos los presidentes estadounidenses han puesto el énfasis en el poder militar para lograr ese objetivo. Pareciera que Trump va a hacer su mayor apuesta en el área económica. En esto, coincidirá con China que basa su poder y hace planes de futuro, a partir de su fortaleza económica, no la militar.

En esa medida, es previsible que Trump no agite banderas que no le signifiquen un provecho concreto e inmediato. Esto es lo que hace prever que parte importante de la política exterior de Estados Unidos se base en sus países vecinos: México por su frontera terrestre y Cuba por la marítima. 

Trump denunció en su campaña que los TLC y el TPP atentaban contra la economía de Estados Unidos por lo que los rechazó y dijo que los revisaría. El tema de la deslocalización industrial de empresas norteamericanas que se instalan en otros países para obtener mayores beneficios y que establecen una “competencia desleal” con las que permanecen en el país, pareciera ser el eje sobre el cual se articulará su política económica. En esa medida, México, cuyas exportaciones a Estados Unidos tendrían que pagar un gravamen de 35%, se pone en una situación de extremo riesgo en sus perspectivas económicas. Más que el muro, lo verdaderamente peligroso para México tiene relación con la probable revisión del Nafta. 

La apuesta de Trump en torno a eliminar este tratado, (o por lo menos revisarlo) tendrá consecuencias gigantescas en el país azteca. Considerando que construir el muro es inviable, toda vez que resulta complejo conseguir los US$ 8 mil millones que cuesta, una alternativa sería esbozar “un muro virtual” controlado de manera exhaustiva a través de drones. Por otra parte, Estados Unidos insistirá en la política que viene desarrollando desde el año 2000, -con el advenimiento de Vicente Fox a la presidencia de México- de “correr” su frontera sur hasta el linde divisorio entre México y Guatemala, es decir a la frontera sur de México, para cargar a este país de la responsabilidad principal en el control de la migración ilegal proveniente de las regiones meridionales.

Otros países de América Latina afectados, en caso de que Trump cumpla su palabra de revisar los TLC, no suscribir ningún otro, y no firmar el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP), son aquellos que tienen TLC con Estados Unidos: Colombia, Perú, Chile y Centroamérica. Al escribir estas líneas (18 de noviembre) el desconcierto de la clase política de esos países, (sobre todo, Colombia, Chile, México, Panamá y Perú) es evidente, sin que hasta el momento hayan podido articular una opinión coherente respecto de su futuro económico, a consecuencia de lo cual transmiten una total incertidumbre.

En el caso de Colombia, Trump renovará el apoyo a las conversaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla, considerando el consenso global que ha logrado tal tema.

Con respecto a Cuba, es muy probable que Trump elimine definitivamente el bloqueo, salvo que se vea obligado a establecer acuerdos con los parlamentarios que representan al reaccionario lobby cubano, por razones de correlación de fuerzas en el Congreso. El apoyo recibido por Trump en los estados del sureste productores de alimentos que han comenzado a tener un beneficioso intercambio con Cuba jugará a favor del fin del bloqueo y la continuidad en la normalización de las relaciones. Finalmente se impondrá el pragmatismo de Trump frente al factor ideológico que ha imperado en las relaciones con Cuba, el cual ha sido tímidamente roto por Obama, en medio de muchos temores, por cierto, no alejados de las contiendas electorales.

Con respecto a Venezuela, Trump dará continuidad a la política seguida por Obama en sus últimos meses de mandato de apoyar las negociaciones entre el gobierno y la oposición, y simultáneamente seguir ejerciendo presión económica, política y diplomática a fin de llevar al gobierno a una situación de debilidad de cara a las elecciones de 2018. Pero, Venezuela no será una prioridad de la política de Trump, a diferencia de lo ocurrido en el gobierno de Obama. Tal vez el único tema en relación a Venezuela que ocupe parte de la agenda de Trump sea la influencia que ésta ejerce en Centroamérica y el Caribe a partir de su agenda energética. Estados Unidos quisiera para Venezuela, una salida tipo Macri, no le conviene una tipo Temer, que genere una situación que a futuro no pueda controlar.

Estados Unidos necesita una América Latina y el Caribe “sosegada”, para poder enfrentar sus problemas globales de política exterior: Medio Oriente, Ucrania y el Mar de la China Meridional y dentro de ello, revisar sus relaciones con China y Rusia y en menor medida con Irán. Las decisiones que tome en este sentido, marcarán el derrotero de su política exterior, en particular con América Latina.

Paradójicamente, la victoria de Trump podría generar repercusiones positivas en la integración latinoamericana, toda vez que podría acercar a los países con gobiernos de derecha aliados de Estados Unidos que se verían directamente afectados por las decisiones de política económica del nuevo presidente y otros que han adversado la política exterior de ese país. Esta es una oportunidad, que deberían aprovechar las élites para acercarse, pero sobre todo los pueblos para hacer que los vínculos sean sólidos e irreversibles.

Otra vez Nicaragua

A Aldo Díaz Lacayo,
 Bolivariano y sandinista 
en su 80 aniversario



El siglo XX inauguró el dominio de Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe, al desplazar a Gran Bretaña como potencia predominante en la región. En el marco de pleno desarrollo de su política imperialista, con preponderancia de los monopolios, la hegemonía del sector financiero sobre los demás y una creciente captación de capitales y materias primas, se produjo un arrebato ascendente en sus impulsos agresivos. El espíritu del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, que suponía que Estados Unidos era un pueblo elegido y que toda la región era parte de su emporio, se apoderó de sus clases dirigentes, exacerbadas por inusual impulso mediático para la época

Antes de finalizar el siglo XIX, Estados Unidos invadió Cuba y obligó a España a entregarle Puerto Rico, Filipinas y las islas Guam. Permaneció en Cuba hasta 1903 y retiró sus tropas a cambio de imponer la ominosa Enmienda Platt a la Constitución de ese país, concediéndose el derecho de intervenir en los asuntos internos de la isla. Así mismo, se apoderó de una porción de territorio en Guantánamo conservándolo aún por la fuerza. Casi 120 años después, tutela a Puerto Rico bajo una situación colonial, que mantiene a sus habitantes como ciudadanos de segunda clase.

Esta acción fue el inicio de un largo y doloroso proceso de penetración imperial de Estados Unidos en la región, utilizando para ellos diversos instrumentos y un variado expediente de recursos militares, políticos, diplomáticos y económicos para lograr sus objetivos. En 1903, en alianza con el mercenario francés Philippe Bunau-Varilla, apoyó una rebelión secesionista que condujo a la creación de Panamá y el apoderamiento de una zona de su territorio, donde construyó el canal interoceánico, sobre el cual todavía hoy, tiene el privilegio único para el tránsito de sus navíos militares.

La aplicación de la política del gran garrote y la diplomacia del dólar se hizo práctica al implementarse el Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe que le auto concedía a Estados Unidos la posibilidad de actuar como “policía internacional” legalizando las intromisiones militares. En ese marco, intervino en República Dominicana en 1905, en 1906 en Cuba, en 1908 en Panamá, en 1909 en Honduras, en 1910 en Haití, en 1912 nuevamente en Nicaragua y en Panamá; en 1915 invadió y sojuzgó a Haití y en 1916 volvió a enviar sus tropas a República Dominicana, así como en 1918 a Panamá.

Ese parecía ser el sino de la actuación de Estados Unidos en la región. Cuando en 1927 se produjo una nueva intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua, la voz ardiente y el fusil libertario del General Augusto C. Sandino se alzó con un pequeño ejército de campesinos, que fue creciendo con los días y las semanas, en contra de la presencia de la bota imperial en su país. Las fuerzas invasoras dotadas del más moderno armamento y con el apoyo de aviones y artillería pesada, fueron vencidas militarmente, teniendo que abandonar Nicaragua, reconociendo la imposibilidad de derrotar a Sandino. La poeta chilena Gabriela Mistral, dijo entonces que el general nicaragüense “carga sobre sus hombros vigorosos de hombre rústico, sobre su espalda viril de herrero y forjador, con la honra de todos nosotros los latinoamericanos” y el escritor y político argentino Manuel Ugarte lo corroboró al asegurar que “Sandino se eleva por encima de las fronteras de su propia República y aparece como el brazo de una reacción continental. Reacción contra el invasor extranjero y reacción contra los traidores que favorecen sus planes”. 

Sandino y el pueblo nicaragüense revirtieron la situación de avasallamiento de Estados Unidos sobre la región, propinándole su primera derrota militar y rescatando para los pueblos de América Latina y el Caribe, la moral necesaria para continuar la lucha desigual contra la potencia imperial.

Sandino fue asesinado en 1934, traicionado por Anastasio Somoza que impuso una férrea dictadura en su país, apoyada por Estados Unidos con armas y recursos financieros ilimitados. El propio presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt reconoció que “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, sintetizando con ello el desprecio de la metrópoli por el engendro que había creado. En 1961, Carlos Fonseca, el más preclaro heredero de la causa sandinista, Tomás Borge y otros jóvenes, fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para llevar adelante la lucha armada contra la dictadura que acosaba su país. Después de largos años de lucha, a finales de la década de los 70, la dictadura se encontraba aislada nacional e internacionalmente, sólo sostenida por el apoyo de Estados Unidos y una brutal represión que producía miles de muertos, torturados y perseguidos.

Los acontecimientos en la región no eran muy distintos. Desde la intervención militar y derrocamiento violento del presidente Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, América Latina vivía una situación de regresión generalizada, solo interrumpida por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, pero la isla caribeña, había sido aislada, bloqueada y expulsada del sistema interamericano, e incluso agredida en 1961 por tropas mercenarias que habían salido de Nicaragua apoyadas (para variar) por Estados Unidos. Cuba, emulando a Sandino había logrado derrotar la invasión proporcionándole una nueva derrota militar al imperio. Sin embargo, el panorama de América Latina durante los últimos años era desolador: se entronizó la dictadura de Duvalier en Haití, el presidente Juan Bosch fue derrocado en República Dominicana en 1963 y dos años después las tropas imperiales irrumpieron en ese país, asesinando a centenares de ciudadanos, golpes de Estado en Brasil (1964), Bolivia (1971), Chile y Uruguay (1973) y Argentina (1976). La regresión conservadora estaba en marcha acompañada de feroces dictaduras de seguridad nacional apuntaladas por Estados Unidos, mientras se aplicaban políticas neoliberales que destruían y desmejoraban conquistas de los trabajadores, logradas tras largas décadas de lucha. 

El panorama de la región era oscuro hasta que en 1979, el pueblo nicaragüense conducido por el FSLN dio al traste con la dictadura somocista, generando el proceso de transformación más profundo jamás vivido en América Latina y el Caribe desde el triunfo de la Revolución Cubana. Unido a la toma del poder por parte del Movimiento de la Nueva Joya en Granada en marzo de ese año, Nicaragua una vez más, detenía el influjo maligno de las fuerzas reaccionarias y se convertía en un bastión moral, en una fuerza avasalladora que señalaba que era posible enfrentar al imperio y derrotarlo. La Revolución Popular Sandinista fue el impulso catalizador que los pueblos de la región necesitaban para desarrollar las luchas que devinieron años después en las derrotas de las dictaduras, el retorno a la democracia, el aplastamiento del neoliberalismo y la posibilidad de enfrentar el futuro en mejores condiciones.

El imperio no podía permitir incólume tal afrenta. La Revolución Sandinista fue sometida a un brutal acoso militar, político, diplomático y económico hasta que fue derrotada electoralmente en 1989, cuando la disyuntiva era continuar interminablemente la guerra o darle una posibilidad a la paz. Aunque esta sobrevino en la forma de tres gobiernos neoliberales que produjeron la regresión de todos los avances sociales y económicos que había logrado el gobierno del FSLN a pesar de las difíciles condiciones de la agresión, los herederos de Sandino y Carlos Fonseca supieron perseverar, vencer los obstáculos y regresar al poder en 2007.

Otra era la situación en América Latina y el Caribe desde el triunfo en 1998 del Comandante Hugo Chávez en Venezuela. La región respiraba un ambiente de democracia, solidaridad e integración, al cual Nicaragua se incorporó rápidamente. Sin embargo, las fuerzas que pretenden retrotraer la historia continuaron en su afán de socavar los logros de los últimos años, las oligarquías locales aliadas de Estados Unidos comenzaron a recurrir a nuevas formas de retroceso: golpes de Estado parlamentarios, utilización de los medios de comunicación como instrumentos de falsificación de la realidad, bestial acoso financiero y económico exterior y tergiversación de las correctas prácticas gubernamentales, lo cual unido a errores propios cometidos en las gestiones, condujeron a un nuevo momento de involución dialéctica que ha hecho del 2016, un año de malas noticias para los pueblos: el regreso del neoliberalismo más desenfrenado en Argentina, de mano de la fraudulenta democracia representativa y Brasil a través del más desembozado golpe de Estado, campañas de desinformación mediáticas que hicieron perder el referéndum que posibilitaría la reelección de Evo Morales, a pesar de lo cual, la popularidad del presidente se mantiene sobre el 60%, intentos desestabilizadores en Venezuela que buscan el derrocamiento del Presidente Nicolás Maduro y el rechazo de una minoría de colombianos que en virtud de la democracia representativa se transforma en mayoría, en el plebiscito que refrendaría el proceso de paz de ese país.

Nuevamente, una situación tenebrosa para las luchas populares, y nuevamente el pasado 6 de noviembre, a solo unos días de la conmemoración del 40 aniversario de la caída del Comandante Carlos Fonseca, el pueblo nicaragüense, da una lección memorable al levantar en las elecciones presidenciales, la bandera de la perseverancia, la dignidad y el honor para una América Latina que por tercera vez en menos de 100 años, puede mirar a la patria de Rubén Darío, como encumbrada tierra de lucha, de libertad y esperanza.