Actividades Académicas

sábado, 27 de febrero de 2016

Notas para tratar de entender el momento actual del conflicto en Siria.


Los acontecimientos en el Medio Oriente evolucionan a ritmos tan asombrosos, que es bastante difícil seguir el pulso de la situación, sin embargo existe plena convicción de que en esa región se están definiendo las posibilidades de las potencias imperiales para establecer un nuevo orden mundial que fije las pautas del comportamiento internacional desde una posición de fuerza. Por eso no es exagerado decir que en esta región y particularmente en Siria, se están jugando los destinos de la humanidad.

En el marco global, estamos ante una situación que tiene una gran importancia geoestratégica para la paz del planeta, considerando los gigantescos recursos energéticos: petróleo, gas y agua que guarda su subsuelo, haciendo que el tablero estratégico en el que se mueven las preocupaciones de las potencias confluyan en la región a partir de actuaciones de todo tipo, incluyendo la violación del derecho internacional y la utilización de la violencia y la guerra como instrumento de hacer política en función de beneficios corporativos y de grupo, que soslayan los intereses mayoritarios de los pueblos.

Hoy, la región está cubierta por guerras en Siria, Libia, Irak y Yemen, fuertes conflictos políticos en Líbano y Bahréin, y caos en Egipto por la acción de grupos fundamentalistas, todo lo cual configura una situación explosiva en demasía, con muchas variables de análisis e innumerables elementos que deben considerarse en el momento de tomar decisiones.

Siguiendo con el aspecto global, la presencia de Estados Unidos y Rusia, (de manera primordial) pero también de la Unión Europea y la OTAN, y de China en menor medida, dan cuenta de una zona a la que concurren intereses globales contradictorios. Desde 2001, cuando Estados Unidos invadió Afganistán, la correlación de fuerzas ha cambiado una y otra vez, sin que pueda establecerse una situación de potencial estabilidad. La destrucción de estructuras seculares, el cataclismo producido en Estados nacionales creados por los propios intereses coloniales de las potencias en el pasado, el desbordamiento del terrorismo criminal y el incremento hasta niveles nunca antes visto de migrantes que huyen de las áreas de conflicto y sus ramificaciones, son algunas de las consecuencias de la demencial política impuesta a los países árabes y musulmanes.

En el plano regional, también asisten innumerables variables que coadyuvan al fomento y desarrollo del conflicto. Por un lado, una supuesta contradicción entre árabes e israelíes que existe solamente en el discurso interesado de los mercaderes de armas para obtener jugosas ganancias de tal conflicto, incluso sin que el mismo llegue al enfrentamiento bélico con la entidad sionista, pero que, por el contrario ayudan a su soporte y fortalecimiento, en detrimento de una vida estable para el pueblo palestino. 
 
Por otro lado no se puede soslayar la deformación fundamentalista y terrorista del islam presente en la ideología dominante en Arabia Saudita que no escatima medios ni recursos a fin de consolidar y mantener una hegemonía por cualquier vía incluyendo el desarrollo, financiamiento y armamento de grupos terroristas, aceptados por Occidente y denominados por la terminología oficial como “luchadores por la libertad y la democracia”, lo cual resulta bastante difícil de aceptar, porque no hay ningún organismo de derechos humanos en el mundo que sea capaz de sostener que en estas monarquías decadentes exista libertad y democracia. 

Así mismo, hay que considerar el afán desmedido del islam de corte británico configurado como corriente de pensamiento oficial en Turquía, país que pretende revivir el imperio otomano, del cual el gobierno actual se considera continuador y bajo cuyo dominio permanecieron durante varios siglos, muchos de los países hoy en conflicto.

De la misma manera, es imprescindible recalcar la presencia de organizaciones terroristas seudo islámicas, las que incubadas a partir de las intervenciones militares estadounidenses en Afganistán e Irak, han desatado un terror que recuerda los peores momentos de la humanidad. La hipocresía de Occidente que dice combatir dichas huestes no resiste análisis ante las innumerables pruebas que muestran su apoyo, protección, financiamiento, preparación combativa y abastecimiento con armamento de todo tipo.

Finalmente, pero no menos importante es la presencia de Israel como actor interesado más que ningún otro en el desmembramiento de los Estados nacionales a fin de desatar su ánimo expansionista como peón imperial que pretende ocupar para siempre el territorio palestino. Para ello, no ha escatimado esfuerzos para establecer alianzas con sus “enemigos” árabes de Catar, Arabia Saudita, Marruecos, Emiratos Árabes Unidos y también con Turquía con quienes ha concretado sólidos acuerdos de cooperación, sobre todo en materia militar y de seguridad.

Vistas así las cosas, nos encontramos ante una amplia alianza conformada por Estados Unidos, la OTAN, las monarquías árabes del Golfo Pérsico, Arabia Saudita, Israel y las organizaciones terroristas. Alguien podría pensar que esto es inaudito y poco creíble, pero diariamente se encuentran nuevas evidencias que permiten asegurar la configuración de tan demencial coalición: aviones estadounidenses protegiendo las caravanas de camiones del Estado Islámico (EI) que transportan petróleo robado, jefes militares del EI y de Al Nusra, que reciben tratamiento médico en Israel donde son visitados por sus principales autoridades, anuncios de intervención militar ilegal de Arabia Saudita y Turquía en Siria, no autorizadas por la ONU, bombardeos de la artillería turca a las fuerzas patrióticas que se enfrentan al EI, derribo de un avión militar ruso por parte de Turquía cuando se encontraba cumpliendo misiones de ataque a los terroristas, comercio ilegal de petróleo entre el EI, Turquía e Israel, en el que incluso participa directamente el hijo del presidente turco y muchas otras más.


Como colofón, la actitud ambigua e irresponsable del presidente de Estados Unidos que un día dice una cosa y al siguiente, refuta con otra, generando incertidumbres y dudas sobre su real voluntad de trabajar por solucionar el conflicto. El diplomático de un país del Medio Oriente lo denominó “la política de un paso adelante y dos atrás”. En el hecho más reciente, los presidentes de Rusia y Estados Unidos conversaron a petición del primero a fin de discutir el establecimiento de condiciones para un cese al fuego en Siria entre el gobierno y la oposición, que permita fortalecer las acciones contra el EI. El mandatario ruso Vladimir Putin anunció el pasado lunes 22 de febrero que “hemos aprobado las declaraciones conjuntas sobre el cese de los combates en este país", y agregó que "La declaración fue precedida por un trabajo intenso de los grupos de expertos rusos y estadounidenses. Al mismo tiempo, se utilizó la experiencia útil acumulada durante la colaboración a la hora de destruir las armas químicas en Siria". Así, se alcanzó un acuerdo para el cese del fuego en Siria entre el gobierno y la oposición armada considerada democrática por Occidente, desde la medianoche del 27 de febrero de 2016, el cual no tendrá validez para seguir realizando acciones en contra del EI y Al Nusra

Pero como todo gobierno de Estados Unidos, acostumbrado genéticamente a las amenazas, solo un día después, el martes 23, el secretario de Estado John Kerry hizo referencia a un eventual “plan B” para Siria que pondría más el acento en la opción militar internacional en caso de que fracase el diálogo diplomático y político que Estados Unidos y Rusia intentan promover a través del cese del fuego acordado.

Esta vez, fue su homologo ruso Serguei Lavrov quien tuvo que salir al paso a las declaraciones de su colega estadounidense, reflejando contradicciones entre el presidente Obama y su secretario de Estado y falta de autoridad del primero. El jefe de la diplomacia rusa afirmó en relación con un supuesto “Plan B” sobre Siria, “que no existe ni existirá alternativa al armisticio pacificador concertado el lunes pasado por los mandatarios de Rusia y Estados Unidos, agregando que “Ya dijimos todo sobre el ´Plan B`, nunca existió y nunca existirá”.

Al concluir estas líneas, restan pocas horas para el inicio del esperanzador cese del fuego en Siria, sin embargo, analistas locales consultados tienen profundas dudas de que el mismo pueda verificarse en toda su extensión, dados los disimiles actores e intereses presentes en el país árabe. Con todo, lo más deseable sería que este cese del fuego sea el comienzo de la paz y la estabilidad para el abnegado y heroico pueblo sirio y para todos los pueblos de la región. 

domingo, 21 de febrero de 2016

Elecciones en EE.UU. El show ha comenzado


La campaña electoral de Estados Unidos ha comenzado. La mesa está servida para la mayor parodia democrática del planeta. La puesta en escena que conmueve la mass mediática como “lucecitas montadas para escena” en palabras de Silvio Rodríguez se ha puesto en funcionamiento, sin embargo, en su punto cúlmine: las elecciones del próximo mes de noviembre dejará de participar más de la mitad del electorado estadounidense a quien no le interesa qué hagan o no hagan sus gobernantes hasta que le tocan el bolsillo, único lugar sensible del cuerpo de una gran cantidad de ciudadanos del país del norte. 

Contrario a lo que se pueda suponer, el sistema político estadounidense es monopartidista. Existen dos corrientes del mismo partido político: el de las transnacionales, el de las grandes empresas, el del complejo militar industrial, es decir el que finalmente a través del financiamiento de las campañas electorales ha decidido hasta ahora quién puede y quien no puede ser presidente de los Estados Unidos de América. Estas dos corrientes: demócratas y republicanos han sufrido un corrimiento más a la derecha en los últimos años que asemeja su carrera comicial a las del hijo dilecto, Israel, donde compiten partidos de derecha, extrema derecha y ultra derecha según las clasificaciones de los analistas de la propia entidad sionista.

Al respecto Noam Chomsky afirma que los republicanos modernos se hacen llamar demócratas, “mientras la antigua organización republicana quedó fuera del espectro, porque ambas partes se desplazaron a la derecha durante el periodo neoliberal, igual que sucedió en Europa. El resultado es que los nuevos demócratas de Hillary Clinton han adoptado el programa de los viejos republicanos, mientras éstos fueron completamente desplazados por los neoconservadores. Si usted mira los espectáculos televisivos donde dicen debatir, sólo se gritan unos a los otros y las pocas políticas que presentan son aterradoras”. Tal vez sea difícil encontrar una expresión tan gráfica de lo que está ocurriendo. La interna republicana es una confrontación entre distintas derechas que no tienen diferencias conceptuales, sino ciertas discrepancias ideológicas relacionadas con divergencias de tipo religioso o, en cuanto a la profundidad con que se deben aplicar las políticas imperialistas agresivas. 

Finalmente, el único debate que marca una diferencia en la política de Estados Unidos, es el de cómo se producen los ingresos que van a soportar el presupuesto de Estados Unidos en el que el gasto militar ocupa de lejos el espacio más importante: los demócratas son más proclives a incrementarlos para aquellos que ocupan los sectores más altos de la sociedad y los republicanos creen que se deben obtener reduciendo el gasto social, de manera que sean los marginados, los que paguen las aventuras militares del país en todo el mundo. No hay grandes diferencias entre unos y otros a la hora de decidir intervenciones militares, agresiones a otros países, organización de golpes de Estado contra líderes “indeseables”, o apoyo para la interrupción de la democracia en cualquier lugar del globo donde lo consideren necesario para sus intereses.

En este contexto, la realidad internacional y el papel que Estados Unidos a través de su política exterior pueda jugar en ella, adquieren una relevancia que no ha tenido parangón desde el fin de la guerra fría. Será inevitable que las opiniones sobre el tema ocupen parte importante de los debates y la propaganda que busca atraer votos en las elecciones primarias de los partidos políticos, sobre todo, cuando una vez que los candidatos hayan sido definidos entren en la contienda real para obtener la máxima magistratura de la primera potencia mundial.

Chomsky advierte del peligro que significa la obcecada negación de la existencia del calentamiento global por parte de los republicanos o, incluso del hecho de que algunos sean escépticos respecto de tal situación, por lo cual según ellos, los gobiernos no deben hacer nada al respecto. El científico social estadounidense opina que estamos ante el peor desastre que la humanidad haya enfrentado jamás. De ahí su preocupación, porque los republicanos “quieren aumentar el uso de combustibles fósiles”. Igual inquietud genera el tema de la migración, que indudablemente ocupará un lugar especial en el debate electoral, en lo que es junto al narcotráfico la expresión más alta de la hipocresía estadounidense. Obvian que son, los conflictos y la destrucción que generan en todo el mundo, la causa fundamental de las migraciones que pretenden evitar mediante la represión. Igualmente, mientras consumen crecientes cantidades de drogas para mantener estupidizada a su juventud, se asumen como los adalides de la lucha contra el narcotráfico. 

No hay contradicciones importantes en los grandes temas de la política exterior. Las diferencias se manifiestan en solo dos ámbitos que tiene más que ver con aspectos de política interna que internacional, la existencia de sendos lobbies cubano y sionista, ha transformado esos temas en puntos álgidos de debates electorales, en el primero de los cuales pareciera que el presidente Obama va ganado posiciones con el apoyo de un importante sector bipartidista. Me parece que serán esos los cuatro temas los que copen la agenda internacional de la campaña: cambio climático, migraciones, Cuba y Medio Oriente. 

Más allá de eso, no parecía haber nada interesante en esta repetición del show cuatrienal de la “democracia” estadounidense. Sin embargo, la irrupción de los outsiders ha marcado el rumbo del proceso eleccionario. En lo que el analista colombiano Antonio Caballero llama ”choque de extremos” la irrupción tanto de Donald Trump entre los republicanos y de Bernie Sanders entre los demócratas ha establecido una novedad respecto del pasado.

Todos aquellos que al comienzo de la carrera electoral supusieron y afirmaron que Trump era un “bufón” que no tenía cabida en el sistema político estadounidense, han debido aceptar que es el candidato de las corporaciones que ostentan el poder tras bambalinas en el país, así mismo es el presidente que desearía la aún mayoría WASP (blancos, anglosajones y protestantes), expresión de la tradición más rancia del sentir nacional. En el más reciente sondeo de CBS sigue conservando un potente 35% contra 18% del senador Ted Cruz, su contendiente más cercano dentro del partido republicano. 

La monotonía ultra derechista de la campaña electoral que conglomera un amplio espectro que va desde Donald Trump hasta Hillary Clinton ha sido rota por la aparición refrescante de Sanders quien ha tenido la virtud de movilizar a los jóvenes y a las minorías en acciones multitudinarias que nos hacen parafrasear a Galileo Galilei, para decir que sin embargo, en Estados Unidos, algo se mueve. Clinton no se diferencia en nada de cualquier candidato republicano. Es responsable de transformar el Departamento de Estado, en el aparato político de la máquina de guerra imperial. Sus poco transparentes manejos de la diplomacia y sus vínculos con Wall Street la condenan. Las encuestas indican que los electores demócratas cada vez le creen menos. Lo que aparentaba ser un fácil camino al olimpo se ha transformado en una espinosa ruta descendente que no se sabe a dónde la llevará. 

Sanders que se auto describe como social demócrata a la usanza de los antiguos líderes escandinavos de esa corriente, ha rechazado públicamente la acumulación de riqueza en el 1% de los estadounidenses, mientras se han desmejorado las condiciones de vida de la mayoría de la población incluyendo a sectores muy importantes de la numerosa clase media. Su particular uso de las redes sociales y su irrevocable impugnación a los aportes millonarios a su campaña, a fin de evitar condicionamientos previos de corporaciones y empresas transnacionales, ha significado una verdadera revolución política que está conmocionando la sociedad en particular a los jóvenes que sobre todo en las universidades se están plegando de manera entusiasta a su campaña. Ello lo ha llevado, de ser considerado un candidato advenedizo y marginado en los números electorales, a un impresionante 40% de apoyo entre los electores demócratas a nivel nacional, rezagado todavía 10 puntos de Clinton. 

La campaña apenas ha comenzado. Todavía queda mucho camino por recorrer. Las cartas están echadas. El show ha comenzado y los actores están en el escenario. El 48% de los votantes que regularmente acuden a los comicios tendrán tiempo de decidir. ¿Podrá Sanders movilizar a la juventud adormilada por los medios de comunicación? Me parece que en la resolución positiva de ese dilema podría generar una posibilidad que conduzca a un resultado distinto que haga a este mundo un lugar más agradable para vivir. 

sábado, 13 de febrero de 2016

Algunas reflexiones sobre el fin del “ciclo progresista”

El debate sobre el “fin del ciclo progresista” se mantiene y amplía, sobre todo después que se han cumplido dos meses de aplicación en Argentina de lo que -como dijimos la semana pasada utilizando un concepto de Immanuel Wallerstein- podría denominarse un modelo de “fascismo democrático”. Así mismo, su caudal se viene a alimentar con las acciones de la oposición venezolana encaminadas a hacer retroceder las conquistas de los trabajadores y el pueblo en los últimos quince años, los nuevos intentos desestabilizadores de la derecha y ciertos sectores de las fuerzas armadas ecuatorianas y la incertidumbre respecto del resultado del referéndum en Bolivia. Todo ello apunta a confirmar la tesis de aquellos que aseguran que ha habido un ciclo progresista y que el mismo está llegando a su fin.

Desde mi punto de vista, hablar de ciclos entraña un pensamiento lúgubre y fatalista de la historia que apunta a la idea de que los avances logrados en la lucha de los pueblos pasa por ciclos que necesariamente van a tener un retroceso. ­­­­Suponer que esos momentos de flujo o, como se ha dado en llamar “ciclos progresistas” están vinculados a la llegada al gobierno de una fracción del movimiento popular, en el marco de democracias liberales representativas, cuando la estructura del poder económico no se ha cambiado (por las razones que sean), es simplificar la significación de la lucha de los pueblos por su liberación. Asumiendo incluso que las transformaciones estructurales no se han hecho, simplemente porque no existen las condiciones para ello, se da cuenta de la superficialidad con que se acepta la idea de “ciclo”, toda vez que la persistencia de un momento de flujo del pueblo depende de su capacidad de ensanchar en cantidad y calidad el espectro de fuerzas que configuran la masa que va a actuar como sujeto del proceso de transformación. El solo hecho de que esa correlación de fuerzas pueda ser revertida, incluso estando en el gobierno algún representante de una fracción progresista, democrática, independentista o anti imperialista, nos habla de un proceso dialéctico en el que el “ciclo” es solo un factor temporal, tal vez importante para los académicos que necesitan sistematizarlo para efectos didácticos. 

Aunque la idea de paso de un ciclo de una situación de flujo del movimiento popular a una de reflujo, expone la continua ley dialéctica de negación de la negación, no considera de la misma manera, las de la unidad y lucha de contrarios y mucho menos la de los saltos cuantitativos a cualitativos. Desde el punto de vista de la dialéctica la aplicación de estas leyes, discurren de manera tal que en términos estratégicos la historia siempre camina hacia adelante. Es en ese sentido, que me parece que hablar de “ciclos” tiene un carácter pesimista y desmovilizador. Vale recordar que si comparamos la América Latina y el Caribe de hoy con la de 1998 cuando el Comandante Chávez ganó las elecciones por primera vez, la situación en términos de organización, formación y conciencia política de los pueblos, es infinitamente superior. Eso siempre ha sido así, ha habido avances de los pueblos independientemente de si llegan o no al gobierno, aunque generalmente ese ha sido el parámetro para medir tal adelanto.

Veamos la historia de América Latina y el Caribe al respecto. El primer gran momento político de los pueblos de la región lo inaugura la Independencia de Haití en 1804, ello sirvió como impulso y apoyo político y moral a los independentistas en las colonias hispanoamericanas, que una a una fueron logrando su emancipación en la década siguiente, incluso la visión estratégica del Libertador Simón Bolívar atisbó la necesidad de la integración como vía de dar presencia a la región en el mundo del futuro. Pero en 1830 comenzó un proceso de regresión cuando las oligarquías se hicieron cargo de los Estados nacientes y establecieron políticas encaminadas a satisfacer intereses particulares de grupos, en detrimento de las mayorías nacionales y de la región. 

Los próximos ochenta años fueron de hegemonía comercial inglesa, desintegración de naciones, penetración del capital extranjero, intervenciones militares de Estados Unidos, guerras fratricidas, secesión de países, avance en la implementación jurídica de la idea panamericana, hasta la transformación a finales del siglo XIX de estados Unidos en primera potencia mundial, todo lo que se podría llamar un “largo ciclo conservador y retrógrado”. Era la época de las políticas imperiales del “Gran garrote” y “Diplomacia del Dólar”. Sin embargo, ya a inicios del siglo XX habían comenzado a ser fundados partidos de tendencias democráticas y reformistas y sindicatos que organizaban a la clase obrera en función de sus propios intereses, cuestionando por primera vez el orden establecido. Cien años después de la Independencia, la Revolución Mexicana fue el primer gran proceso de transformación profunda en la América emancipada ejerciendo un impacto ideológico y emocional sin parangón en la historia y dando un influjo a las luchas populares en la región. No sé si eso llegó a ser un “ciclo”. La nueva Constitución mexicana de 1917, surgida de la revolución fue un modelo para la institucionalización de las ideas progresistas y anti feudales, dando un papel predominante al Estado y rechazando al imperialismo. Estados Unidos se vio obligado a desatar una política ultra conservadora a fin de frenar el ejemplo de la Revolución mexicana, lo cual devino en un nuevo momento de reflujo del movimiento popular. 

Sin embargo, las luchas populares continuaron. La crisis económica se enseñoreó en Estados Unidos, lo cual unido a su entrada en la segunda guerra mundial unos años después, creó una situación propicia para el avance de los pueblos. La potencia imperial se vio obligada a implementar la política del “Buen Vecino”. Estados Unidos retiró sus fuerzas de intervención de los países que tenía ocupados ante un capitalismo debilitado, mientras en América Latina, los gobiernos estaban rendidos a los pies del poderoso. La región vivió una situación positiva desde el punto de vista del desarrollo económico y social producido por el alza de sus materias primas por efecto de la guerra. Nuestros países, ricos en energía, minerales y alimentos incrementaron sus ingresos generándose un derrame financiero que repercutió en el mejoramiento de las condiciones de vida, pero salvo los gobiernos de Getulio Vargas (bastante contradictorio) en Brasil y de Jacobo Arbenz en Guatemala, derrocado a sangre y fuero, no se podría hablar de “ciclo progresistas” en la región, a pesar de que hubo progresos muy importantes en la organización y la lucha popular. ¿Se podrá decir que fue un ciclo progresista generado por la crisis capitalista de 1929 y las repercusiones económicas positivas de la guerra? ¿Les suena conocido?


Casi al finalizar la década de los 50 del siglo pasado, con muy poca diferencia en el tiempo, cayeron las dictaduras de Perú, Colombia y Venezuela. Y vino el momento más alto jamás alcanzado desde la Independencia y la Revolución mexicana: la victoria del pueblo cubano en 1959 que sí cambió todo, ¿alguien puede explicar como una tromba revolucionaria como la que se produjo en la mayor de las Antillas no generó un “ciclo progresista”? ¿Por qué Perú, Colombia y Venezuela no siguieron el mismo derrotero de Cuba? Sin embargo, hay que decir que la persistencia y presencia de Cuba, su resistencia sin par a la agresión imperial, siempre ha sido un estandarte blandido por las fuerzas progresistas de la región. Pasó más de una década antes que Salvador Allende llegara al gobierno en Chile, antes militares progresistas como Juan Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, intentaron desarrollar procesos de soberanía y defensa de los intereses nacionales. Por un breve período, se sumó el General Juan José Torres en Bolivia unos años después. Perón había regresado a Argentina. ¿Se puede atribuir al influjo de la Revolución Cubana este “nuevo ciclo”? Sin embargo, todo cayó bajo la noche negra del fascismo. Jamás escuché en esos años de persecución y muerte, de clandestinidad y riesgos que alguien hablara de “fin de ciclo”. Sólo se pensaba en organizarse y luchar para derribar las dictaduras, retomar la democracia y avanzar hacia la revolución. Al final, igual que en la Independencia, las derechas reaccionarias y las izquierdas recicladas en Europa se hicieron cargo del Estado, despojando al pueblo de una victoria que le pertenecía, después de haber llevado la parte más dura de la confrontación.


Los triunfos de Nicaragua y Granada en 1979 parecieron inaugurar “un nuevo ciclo”, pero fueron enfrentados con la guerra y la invasión, que paralizaron un proceso, retomado en diferentes condiciones 17 años más tarde en un caso, y destruido desde sus raíces el otro. De todas maneras, la revolución sandinista ejerció una influencia notoria en el fin de las dictaduras de seguridad nacional, y en el logro de la paz que con la sola excepción de Colombia se obtuvo en toda Latinoamérica antes de finales el siglo pasado. ¿A qué ciclo pertenecen estas luchas?

Y ahora… este debate, estéril para mí, sobre el fin del último “ciclo”, el que inauguró Hugo Chávez y se supone, cerrando el gobierno de Mauricio Macri. Visto en la perspectiva histórica , vendrán nuevos “ciclos” porque la lucha de los pueblos no se detiene, es dialéctica, es continua, es permanente, se hace a veces en mejores condiciones cuando se han logrado algunos espacios de poder. y en mucho peores en otras, cuando la represión, el asesinato , la tortura y la muerte es la alternativa.


De lo que si estoy seguro es que la América Latina de hoy es mejor que la de la Independencia, mejor que la de la revolución mexicana, mejor que la que inauguró el luminoso triunfo de Fidel Castro y el pueblo cubano en 1959, mejor que la del fin del siglo pasado cuando Hugo Chávez llegó al gobierno en 1999 y será siempre mejor mientras los pueblos sigan luchando haya o no haya “ciclos progresistas”.

domingo, 7 de febrero de 2016

De Jefferson a Macri: dos siglos de intervención imperial en América Latina y el Caribe (II)


La semana pasada concluíamos hablando de los preparativos de Estados Unidos para entrar en la segunda guerra mundial que lo llevaron a modificar su política hacia América Latina y el Caribe con el objetivo de buscar aliados confiables que jugaran el papel de abastecedores seguros de materias primas para sus tropas en la conflagración, y de paso, evitar que los nazis pudieran tener acceso a esos productos básicamente energéticos y alimenticios. Es lo que se denominó la “Política del Buen Vecino” que motivó la retirada de las fuerzas militares imperiales de Haití en 1933, la anulación de la Enmienda Platt de la Constitución cubana en 1934 y una actitud “contemplativa” ante la expropiación de la Standard Oil en Bolivia en 1937 y la nacionalización del petróleo en México en 1940 durante el gobierno del General Lázaro Cárdenas. Mientras esto ocurría, continuaron con el proceso de institucionalizar la idea panamericana, realizando cuatro conferencias interamericanas y tres reuniones de consulta en el período de 1933 a 1945. En 1942, en medio de la guerra y después del ataque japonés a Pearl Harbor que supuso la entrada de Estados Unidos al conflicto, se creó la Junta Interamericana de Defensa, a fin de formalizar el control de la potencia sobre las fuerzas armadas de los países de la región.

El fin de la guerra significó la conclusión de la coalición anti nazi. Estados Unidos ya no necesitaba a América Latina, sin embargo apareció un nuevo enemigo sobre el que debía poner su mirada a fin de no perder el control sobre la región. La lucha contra la Unión Soviética y el socialismo se transformó en la nueva obsesión de Washington. El anti comunismo fue la característica principal del nuevo período. En la región se comenzaron a imponer dictaduras conservadoras, Venezuela y Perú en 1948 y Cuba en 1952 fueron objeto de la novedosa política imperial. En 1947 se creó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como instrumento militar y en 1948 la Organización de Estados Americanos (OEA) como brazo político: el dogal se había cerrado sobre la región, la idea panamericana se había consolidado. El gobierno progresista de Jacobo Arbenz en Guatemala fue aplastado a sangre y fuego en 1954. Este marco, propició el acoso que condujo al suicidio del Presidente Getulio Vargas en Brasil ese mismo año y el derrocamiento del general Juan Domingo Perón al siguiente en Argentina. Bajo el amparo del Tio Sam, las fuerzas retrogradas y reaccionarias de la región actuaban a su antojo.

Sin embargo, este clima de represión brutal de las dictaduras y gobiernos anti democráticos de derecha, generó una repuesta popular multitudinaria en la década de los 50 del siglo pasado. En 1956 fue derrocado en Perú el General Manuel Odría, en 1958 le tocaba el turno a los tiranos de Colombia, Gustavo Rojas Pinilla y de Venezuela, Marcos Pérez Jiménez y el 1° de enero de 1959 las fuerzas populares bajo el mando de Fidel Castro dieron al traste con la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba, iniciando un proceso de transformación democrática y de independencia nacional en la mayor de las Antillas. Desde el primer momento, el gobierno de Estados Unidos se propuso acabar con la revolución cubana, para lo cual estableció una política de sabotajes, agresiones, intentos de asesinato de sus dirigentes y guerra bacteriológica que incluyó la introducción de enfermedades para las plantas como el moho azul del tabaco, los animales como la fiebre porcina y las personas como el dengue hemorrágico; y la aprobación de un inhumano bloqueo económico y financiero que aún hoy se mantiene. El punto más alto en sus intentos de destruir al gobierno cubano se produjo en abril de 1961 cuando fuerzas mercenarias apoyadas por unidades de la marina de Estados Unidos realizaron un desembarco en la costa sur de la isla a fin de instalar un gobierno que pediría apoyo a la potencia imperial a través de su instrumento colonial, la OEA. En 72 horas, el pueblo cubano barrió con la intentona. Tres días antes, en el entierro de las víctimas de los bombardeos aéreos contra el país, Fidel Castro había declarado el carácter socialista de la revolución cubana.

Hasta hoy, han sido 57 años de agresión contra Cuba que en 1962 fue expulsada de la OEA con el apoyo casi unánime de los gobiernos entreguistas de la región, quienes salvo el honroso voto de México mancharon de ignominia para siempre lo poco de decencia que hubiera podido tener ese “ministerio de colonias” como la llamó el Canciller cubano Raúl Roa García.

En 1961 Estados Unidos creó la “Alianza para el Progreso” (AP) para contrarrestar el ejemplo de Cuba. Como nuevos conquistadores la AP fue la entrega de “nuevos espejitos” que no cambiaron en lo más mínimo la estructura neocolonial y dependiente de la economía de los países latinoamericanos y caribeños. Pero junto a ello, una nueva oleada de dictaduras reaccionarias bajo influjo estadounidense se diseminaron como plagas bíblicas en la región. Ahora, los instrumentos eran múltiples, la OEA y el TIAR jugaban su papel de control de la política militar y la política exterior, pero junto a ellos, la presencia de militares latinoamericanos en las academias estadounidenses de formación de genocidas, torturadores y asesinos se hizo práctica a su regreso a los países de origen, mientras tanto, los órganos de inteligencia hacían su papel subvirtiendo el orden y conspirando para establecer gobiernos proclives al amo imperial. Así, fue instalado Alfredo Stroessner en Paraguay en 1954 y los terroristas que tomaron el poder en Brasil en 1964, en Bolivia de manera intermitente desde 1964 hasta 1982, en Uruguay y Chile en 1973 y en Argentina en 1976, aplicando la doctrina de seguridad nacional que instauraba la idea de que el enemigo interno era el pueblo. Junto a ello aplicaron férreas medidas neoliberales ante la ausencia de parlamentos y la persecución y clandestinidad de partidos políticos, sindicatos y prensa libre. Los asesinatos, las desapariciones, las torturas y el exilio fueron las recetas que recomendó Washington impuso para contener los deseos de libertad e independencia de los pueblos. En ese contexto, en 1965 intervinieron militarmente de manera directa para derrocar el gobierno democrático de Juan Bosch.

La noche oscura de las dictaduras pro estadounidenses se comenzaron a revertir en 1979 cuando la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua y la de la Nueva Joya en Granada irrumpieron impetuosas en sus países. Sin embargo, ambas fueron atacadas con la peor saña imperial. Las fuerzas militares estadounidenses invadieron Granada en 1983 y ya en 1981, Estados Unidos armó y financió un ejército mercenario para atacar Nicaragua desangrando al país económica y humanamente. En 1989, repitieron la medicina en Panamá, bombardeando la ciudad, y provocando centenares de víctimas en la población civil. Pero ya los pueblos empezaban a manifestar su hastío. La presión popular condujo a las dictaduras a emprender la retirada y a finales de siglo, la victoria electoral de Hugo Chávez inició un proceso mediante el cual varios países utilizaron la vía electoral en los marcos de la democracia representativa largamente propugnada como el súmmum del sistema, para comenzar a revertir el orden establecido. A pesar de ello, la respuesta no se hizo esperar, en 2002, propiciaron un golpe de Estado que derrocó por unas horas al presidente Chávez, en 2004 destituyeron y secuestraron al Presidente Jean Bertrand Aristide en Haití, en 2008 conspiraron para provocar la secesión de la zona oriental de Bolivia, acción que fue conjurada por el gobierno de Evo Morales y estuvieron detrás de los consumados golpes de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras, 2009 y Fernando Lugo, Paraguay, 2012, mientras fracasaban en el que organizaron contra el presidente Correa en Ecuador, durante el año 2010.


El talante monroista de la política estadounidense se ha mantenido incólume por dos siglos, su macabra creatividad lo has llevado a la combinación de acciones abiertas de intervención con aquellas encubiertas que surgen de sus laboratorios de guerra secreta y en las que hoy, los medios de comunicación son el instrumento principal de desestabilización, sustituyendo a los partidos como instrumento de ejecución de la política. Por doscientos años nos hablaron de democracia para implementar conceptos como estado de derecho, libertad de prensa, elecciones democráticas, mayoría parlamentaria y otras, pero cuando los pueblos voltearon esas ideas para ponerlas a su servicio, cambiaron el discurso, y ahora, en su expresión más novedosa, recurren a defecar diligentemente en esa democracia que vendieron como objetivo supremo a lograr.

Macri mediante, se ha violado impunemente la democracia que dicen defender y la política que dicen enarbolar. Macri mediante, han consumado un golpe de estado legal en que la novedad es que ya no necesitan a los militares para que hagan el trabajo sucio. Los medios de comunicación se encargan de ello. La perversidad no ha tenido límites en la Argentina surgida del 10 de diciembre de 2015. La inmunidad de los parlamentarios perdió validez cuando no protege a los representantes del capital, a las “instituciones de la democracia” se les puede pasar por arriba cuando de entregar el país a las transnacionales se trata, la igualdad surgida de la revolución burguesa en Francia es una entelequia cuando afecta los intereses de los poderosos, prosperidad y crecimiento económico son una ficción a partir de decenas de miles de despidos y programas de ajuste estructural que dejan en condiciones de orfandad a millones de ciudadanos, la soberanía deviene en concepto caduco cuando se avanza a la entrega de la riqueza nacional, se negocia con “fondos buitres” y se asume una posición perruna para hablar de las Malvinas con Gran Bretaña, la altisonante “libertad de expresión” da paso al “monopolio de la expresión”. Los poderes imperiales no escatiman al manifestar su satisfacción, el presidente Obama expresó, “… su compromiso de profundizar en la cooperación en temas multilaterales, mejorar las relaciones comerciales y ampliar las oportunidades en el sector energético", el gobierno británico fue suficientemente explícito después de la reunión del primer ministro Cameron con el presidente argentino: "Claramente asumió un nuevo presidente y ha dado señales de que está abierto a tener una mejor relación alrededor de Malvinas…”. Christine Lagarde, titular del Fondo Monetario Internacional expuso con seguridad que " Las políticas macroeconómicas que actualmente son identificadas por el nuevo equipo y las nuevas autoridades en la Argentina son alentadoras y esperamos que estabilicen la economía argentina”. Sobran las palabras.

Todo esto en el marco de la democracia representativa, ¿será éste el nuevo diseño imperial que sobrevendrá?, ¿una dictadura surgida de elecciones?. En su diseño de escenarios para el siglo XXI el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, expuso que “el nuevo sistema emergente procederá del caos. Considera que ante ello, hay tres posibilidades, una es la que denomina “fascismo democrático”. ¿Es lo que Argentina está inaugurando?.