Actividades Académicas

viernes, 29 de enero de 2016

De Jefferson a Macri: dos siglos de intervención imperial en América Latina y el Caribe (I)

En homenaje al Profesor Demetrio Böersner, profesor y maestro.



La historia de América Latina y el Caribe de los dos últimos siglos está cubierta por la implementación de modelos de intervención imperial en sus asuntos internos. Desde su irrupción como potencia dominante a nivel global a fines del siglo XIX, Estados Unidos inició el proceso de institucionalización de la intrusión y el sometimiento en los países del sur del Río Bravo, sin embargo muy pocos años después de su Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776, comenzó su proceso de expansión y avasallamiento.

Thomas Jefferson quien fue elegido presidente en 1800, curiosamente en representación de un partido que se llamaba republicano-demócrata, fue exponente de una doctrina de expansión que miraba más allá de las fronteras naturales del río Mississippi (al oeste) colonizadas por Francia desde 1763 en territorios en los que habitaban sus pueblos originarios, y hacia el sur, que era una posesión española. Dada su debilidad por la desastrosa guerra que libraba en Haití, Francia se vio obligada a vender la Louisiana a Estados Unidos. Fue el inicio de una expansión que rápidamente tomó rumbo sur con la mirada expresamente orientada a la obtención de Cuba. Después de utilizar diversos instrumentos como la conspiración, el apoyo y aliento a la rebelión en pro de la secesión de colonos que había introducido en territorio español y la intervención militar directa, logró la apropiación de la Florida en febrero de 1819. Fue el comienzo de 200 años de horror. 

En 1829 y a pesar que el Tratado Adams-Onis que le había permitido apropiarse de la Florida aceptaba implícitamente la soberanía española sobre Texas, Estados Unidos inició nuevamente la conjura para apropiarse de ese rico territorio mexicano. Nuevamente, mediante la introducción de colonos a partir de 1821 fue creando las condiciones para la apropiación de esa región. En 1836 los texanos de origen estadounidense se alzaron con el apoyo del país del norte y se declararon independientes, lo cual fue reconocido por el Congreso de la Unión Norteamericana en 1837, con ello se inicia la expoliación mediante la guerra, de un territorio que significa el 15% del área actual de Estados Unidos y de la de México, comprendiendo la totalidad de los estados de California, Nevada y Utah y partes de Arizona, Colorado, Nuevo México, Wyoming, Oklahoma y Kansas. 

La anexión de Texas potenció la ambición intervencionista de los intereses de expansión. El triunfo de la burguesía y el capitalismo emergente en la Guerra de Secesión contra el latifundismo esclavista no impidió la búsqueda de nuevos territorios para ampliar la frontera agrícola del país. Así, comenzó a aplicarse la doctrina de “Destino Manifiesto” que justificaba la aplicación de estas políticas. En 1855, William Walker, un mercenario financiado por intereses texanos invadió territorio centroamericano. El gobierno de Estados Unidos se hizo de la “vista gorda” ante las protestas de las naciones violentadas y de Gran Bretaña con quien había firmado un pacto de no agresión para la región en 1850. Así mismo, en 1849 y 1850 apoyó con financiamiento y armas a otro mercenario, esta vez el cubano Narciso López con el fin de que se apoderara de la isla y la anexara a Estados Unidos.

Las décadas finales del siglo XIX introducen la fase imperialista en la política de Estados Unidos. Con ello, comienza el proceso de institucionalizar su dominio y jugar un papel de “arbitro” en los conflictos entre países de América Latina, -la mayoría heredados de la colonia y aún sin solución- a través de la creación de las conferencias panamericanas que se propusieron eternizar el pensamiento monroista en la región. Después de desplazar a Gran Bretaña como potencia hegemónica en la región, Estados Unidos intervino en Cuba, ocupó Puerto Rico y conspiró con los secesionistas de Panamá para desprender ese territorio de Colombia y crear un nuevo país con idea de que las nuevas autoridades compradas a fin de apuntalar sus intereses, le cedieran el territorio necesario para construir el canal creando una ruta que le facilitara su voracidad imperial comunicando sus costas del Pacífico y el Atlántico.

Fueron años en que se aplicaron la política del gran garrote y la diplomacia del dólar. Volvió a intervenir en Cuba en 1906 y se puso de lado de las potencias europeas en la agresión contra Venezuela en 1902 siendo cómplice de la usurpación de territorio venezolano por parte de Gran Bretaña. Ocuparon República Dominicana en 1905 asumiendo el control de las aduanas de ese país. Eran tiempos del corolario Roosevelt a la doctrina Monroe que le auto concedió el papel de “policía internacional”.

En 1909 apoyaron el conato de golpe de Estado contra el presidente liberal de Nicaragua, José Santos Zelaya, pero ante el fracaso de la intentona envió barcos de guerra al país centroamericano, lo cual provocó la caída del presidente y la instalación de un gobierno proclive a los intereses imperiales que entregó las aduanas a un administrador estadounidense. En 1910 intervinieron en Haití, ocupando la banca de ese país y manejándola a partir de intereses financieros propios. Volvieron a invadir Nicaragua en 1912 y 1931. En 1915, los marines gringos regresaron a Haití para permanecer 18 años, imponiendo una Constitución redactada en Washington. En una ocasión y ante las protestas del pueblo haitiano por la intervención imperialista en su país, asesinaron a mansalva a 3000 ciudadanos. Un año después, en 1916, ocupó la otra parte de la isla la Española, en República Dominicana estuvieron ocho años, tiempo durante el cual las fuerzas armadas imperiales asumieron el mando directo del país, estableciendo una brutal dictadura. Las aduanas fueron afanadas hasta 1940. En los dos países, los intereses azucareros estadounidenses aprovecharon la situación para controlar y extender su dominio sobre la industria azucarera.

Al producirse el triunfo de la revolución mexicana de 1910, como era de esperar, Estados Unidos se puso de parte de los latifundistas y otros sectores de grandes propietarios, incluso el embajador Henry Lane Wilson conspiró con el general Victoriano Huerta para apresar y asesinar al Presidente Madero. En 1914 los marines intervinieron en México, pero se vieron obligados a retirarse por su interés primordial de participar en la primera guerra mundial. Las relaciones entre Estados Unidos y México se mantuvieron en el marco de una fuerte tirantez y bajo amenaza imperial permanente hasta 1933, en los prolegómenos de la segunda guerra mundial.

Durante este período, actuaron militarmente en Panamá en 1908, 1912 y 1918, en Honduras en 1909 y en Nicaragua (como se dijo antes) en 1912 quedándose hasta 1933 cuando instalaron a Anastasio Somoza con la orden de asesinar al General de Hombres Libres Augusto. C. Sandino a quien no le perdonaban haber sido el primer latinoamericano que dirigió un ejército popular hasta derrotarlos militarmente y expulsarlos del territorio de su país.

Tras su retirada física de estas naciones motivada por la necesidad de una nueva política que le significara apoyos en su cruzada durante la segunda guerra mundial, instaló y/o apoyó dictaduras leales a sus intereses, las que utilizaron la represión, la tortura y el asesinato como medio de aplicar la democracia made in Estados Unidos. Son los casos de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, Gerardo Machado en Cuba y Juan Vicente Gómez en Venezuela, todo con el objetivo de aislar a la revolución mexicana e impedir que su ejemplo se propagara por la región.

En ese intertanto, complotaron junto a la Standard Oil Company para enfrentar a Bolivia con Paraguay que a su vez era respaldada por la Shell, en el conflicto del Chaco que derivó en una guerra fratricida entre los dos países, bajo la defensa de supuestos intereses nacionales que ocultaban las contradicciones imperialistas por intereses energéticos de las transnacionales, mientras hipócritamente, Estados Unidos jugaba a ser mediador en el conflicto. (Continuará)

viernes, 22 de enero de 2016

Estados Unidos, ¿una nación excepcional?


Desde un tiempo hacia acá, la prepotencia imperial ha cobrado nuevos impulsos. Este marco da pie al carácter grotesco que significan algunos hechos de la cotidianidad. Durante el mandato del primer presidente negro de Estados Unidos, se ha producido la mayor oleada de asesinatos de carácter racista de la historia reciente de ese país. Hasta el sacro santo Hollywood ha comenzado a hacerse eco del rechazo a la segregación nuevamente desbordada de la sociedad, el destacado director Spike Lee y los afamados actores Jada Pinkett y Will Smith han dicho que no van a asistir a la entrega de los Premios Oscar en protesta por el racismo presente en la industria del cine. En la consumación de la idea, el crítico argentino Diego Lerer opina que “Los ejecutivos de marketing piensan que las películas para ‘minorías’ son las de acción y las comedias y las de prestigio son las otras: Room, Brooklyn y Spotlight, por ejemplo, y que son blancas como la nieve”.

Ese mismo presidente que para vergüenza del comité noruego recibió el Premio Nobel de la Paz ha involucrado directa o indirectamente a su país en más conflagraciones y conflictos que todos sus antecesores desde la segunda guerra mundial. Su hipocresía y dotes histriónicas lo llevaron a derramar lágrimas cuando presentaba sus propuestas respecto del control de armas en un Congreso de mayoría republicana que ha rechazado una y otra vez tales medidas. Debería aceptar que las dos cámaras del parlamento estadounidense cayeron en manos de los sectores más reaccionarios y retrógrados del país, precisamente por la ambigüedad característica de sus decisiones. 

Estos elementos de análisis solo sirven como punto de partida para intentar entender la soberbia del mandatario estadounidense cuando el 16 de septiembre pasado durante una Mesa Redonda de Negocios que reunió a los jefes de las mayores corporaciones de su país, expresara que "No hay ningún país, incluida China, que nos mire sin envidia en este momento". Me pregunto ¿De qué podemos sentir envidia?, ¿de su espíritu racista y asesino?, ¿de su idolatría por las armas y la violencia?, ¿de su afán guerrerista y destructivo?

En el trasfondo, persiste en la elite estadounidense una acendrada idea respecto de una supuesta “excepcionalidad” de su país en torno a la cual, demócratas y republicanos no se diferencian. Hace cincuenta años el sociólogo y profesor emérito de la Universidad de California en Berkeley, Robert Bellah explicaba que la separación de iglesia y Estado en su país, no ha privado a la clase política de una dimensión religiosa que hace que Estados Unidos sienta la obligación de “materializar la meta trascendente de hacer valer la voluntad de Dios en le Tierra”. La Declaración de Independencia contiene cuatro referencias a Dios y el primer discurso de George Washington como presidente está invadido de terminología religiosa, sin hacer referencia a ningún culto en particular, ni siquiera al cristiano. 

En ese sentido, la “religión estadounidense consiste en cumplir una misión”, que según ellos sería hacer posible un mundo mejor, de lo cual deriva la idea de que para los ciudadanos de ese país la nación vino a sustituir el papel que juega la religión. La nación es una religión en sí misma. Dicho de otra manera, mientras para la mayoría de los habitantes del planeta, la nacionalidad está vinculada a una historia común, cultura y costumbres similares, para los estadounidenses es una cuestión ideológica-religiosa.

Esto es lo que explica que el tema se haya transformado en ámbito de debate entre las potencias. Estados Unidos pretende sustentar su supremacía en esa “excepcionalidad divina” que le permite identificarse a sí mismo, pero sin lograr que el mundo lo acepte como superior. En esa necesidad de auto afirmación, el presidente Obama, acaba de aseverar en su discurso ante el Congreso, el pasado 12 de enero, que "la gente en el mundo no busca en Moscú o Beijing un liderazgo, nos mira a nosotros". Antes, en septiembre de 2013 al acusar al gobierno de Siria de usar armas químicas ilegales, lo cual como casi siempre nunca pudo demostrar dijo que "…cuando con modesto esfuerzo y riesgo, podemos lograr que los niños dejen de ser atacados con gas hasta la muerte y poner a nuestros propios hijos más seguros a largo plazo, creo que debemos actuar. Eso es lo que hace diferente a Estados Unidos. Eso es lo que nos hace excepcionales". Nunca la idea de excepcionalidad ha venido de opiniones externas, sino de autoalabanzas propias de mentes religiosas extremistas y fanáticas, que solo sirven para justificar la invasión, la destrucción y el exterminio de países y pueblos en todo el mundo.

En aquella ocasión, su demencial alocución fue respondida por el Presidente ruso Vladimir Putin, quien en un artículo publicado en el New York Times en fecha tan simbólica como el 11 de septiembre de ese año 2013, señalaba su desacuerdo con la idea de excepcionalidad estadounidense manifestada por Obama. A juicio de Putin, "es extremadamente peligroso animar a la gente a verse como algo excepcional, sea cual sea la motivación". Putin recordó que "Hay países grandes y pequeños, ricos y pobres, los que tienen una larga tradición democrática y aquellos que aún están buscando su camino hacia esa democracia. Sus políticas son diferentes también. Todos somos diferentes pero cuando pedimos la bendición de Dios no debemos olvidar que nos creó a todos iguales". 

Exponiendo el pensamiento ultra conservador y racista predominante en Estados Unidos el analista Rich Tucker de la Fundación Heritage de Washington, explica con talante propio la idea de excepcionalidad al afirmar que, “A grandes rasgos, al decir que Estados Unidos es ´excepcional´ los americanos no afirman ser mejores que otros pueblos. Sin embargo, el país está dedicado a los principios universales de la libertad humana y se fundamenta en la verdad de que todos los hombres (no sólo los americanos, sino todos y en todas partes) han sido creados iguales y dotados de los mismos derechos. De modo que Estados Unidos es claramente distinto a otras naciones que no se definen sobre la base de la igualdad”.

Putin volvió al tema durante su discurso en el 70° período de sesiones de la Asamblea General de la ONU en octubre del año pasado al refutar la opinión de su colega estadounidense en ese mismo escenario cuando exaltó el papel de Estados Unidos en Ucrania, Libia y Siria, países en los que la presencia directa o indirecta de Estados Unidos ha gestado verdaderos desastres humanitarios de consecuencias aún incalculables. El presidente ruso dijo que no podía evitar preguntarle a quienes causaron esa situación si se daban cuenta lo que habían hecho, y él mismo se respondía “…me temo que nadie va a contestar eso. En realidad, las políticas fundamentadas en la vanidad y la creencia en la excepcionalidad e impunidad (…) nunca han sido abandonadas”.

Por su parte el canciller ruso Serguei Lavrov también ha hecho alusión al tema. El ministro de relaciones exteriores de Rusia recordó que “la excepcionalidad de Estados Unidos condujo a la humanidad a horribles catástrofes”, toda vez que esa supuesta condición ha sido utilizada como herramienta de su política exterior. Lavrov señaló que particularmente el presidente Obama ha convertido la excepcionalidad en su “lema principal”.

En América Latina y el Caribe se conoce de sobra y se ha sufrido la excepcionalidad de Estados Unidos o lo que Tucker denomina “principios fundamentales de la libertad humana”. Ellos han venido acompañados de intervenciones militares y apoyo a golpes de Estado con su consabida secuela, de muertos, desaparecidos, torturados y exiliados. Su soporte ha sido la aplicación de modelos neoliberales que han conducido a extraordinarios procesos de exclusión y deterioro social. En realidad Estados Unidos ha fomentado la idea de ser un país excepcional para actuar ilegalmente fuera de sus fronteras amparado en una supuesta misión celestial que nadie le ha dado. Eso explica que en su visión infinita, hace casi doscientos años el Libertador Simón Bolívar nos alertara con su premonición "Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad".

domingo, 17 de enero de 2016

Finanzas globales. Una guerra sin armas mortíferas


La visión imperial del orden mundial que tiene a Washington como su centro y que se propone el objetivo de desarrollar una guerra permanente contra todo aquel que se oponga a sus designios ha encontrado en los últimos años en China y Rusia a los valladares más importantes­, al pugnar por establecer equilibrios que afronten la irracionalidad de la guerra a partir de una lógica geopolítica diferente. Los escenarios de conflicto son variados, la lucha por establecer preceptos económicos que beneficien a unos u otros establecen la pauta del conflicto mismo. Los intereses de clase que se expresan en cada país, exponen su naturaleza transnacional imperialista que como se sabe fue definido por V.I. Lenin como fase superior del capitalismo.

Esto se manifiesta de manera predominante en algunos hechos observables actualmente en el acontecer económico global y en la actuación de las potencias en torno a ello, en particular la confrontación en el ámbito económico que está alcanzando ribetes trascendentales. Por ejemplo, las sanciones de los gobiernos europeos a Rusia se inscriben en una razón absurda, toda vez que Europa bajo presión de Estados Unidos, le causa daños mayores a su economía y a sus propios ciudadanos que las que se le ocasionan al “sancionado”. Mientras tanto, Estados Unidos cuyo comercio con Rusia es ínfimo en comparación con el que el viejo continente mantiene con la potencia euroasiática, no sufre afectación alguna por la aplicación de esa política de sanciones. Rusia es la sexta economía del mundo y el tercer socio comercial de la Unión Europea, alcanzando su intercambio en 2013 a 326 mil millones de euros. En este sentido, los poderes fácticos que manejan los gobiernos europeos privilegian sus relaciones con Estados Unidos por encima de las responsabilidades con sus ciudadanos.

En otro ámbito, la política de Estados Unidos encaminada a crear bloques económicos con sus aliados es un cambio respecto de la tradicional de economías abiertas que daban libertad de acción. Con los Tratados de Libre Comercio, Estados Unidos regula el funcionamiento de la economía y la actuación comercial de sus aliados a partir de sus propios intereses o necesidades. El afianzamiento de los monopolios apunta a destruir la natural esencia del capitalismo que es la competencia, eliminando a pequeños y medianos empresarios, restringiendo el empleo y reduciendo el poder adquisitivo de grandes masas de ciudadanos de los países periféricos que se van empobreciendo.

Así mismo, el espacio financiero de las monedas que rigen el comercio global y el uso que se hace de ellas, escenifican una de la más actualizada y de alguna manera novedosa dimensión del conflicto global. La imposición del dólar gracias al poder adquirido por Estados Unidos al finalizar la segunda guerra mundial de manera victoriosa y con su territorio incólume de la devastación producida por la conflagración, le permitió penetrar los mercados globales, contando con la anuencia de Europa que a cambio recibió la bendición para llevar adelante su proceso de integración neoliberal a partir de los años 50 del siglo pasado y consolidado en 1993 a partir del Tratado de Maastricht.

Sin embargo, estos elementos, entre otros, comienzan a generar tirantez en el sistema internacional, sobre todo por la crisis que agobia al capitalismo global. China y Rusia han entendido que debe enfrentar a sus adversarios actuando en su propio terreno y suministrándole su propia medicina. Después de la creación por iniciativa china del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII), el Fondo Monetario Internacional (FMI) se vio obligado a anunciar en diciembre pasado, la incorporación de la moneda china, es decir del renmimbi o yuan a la canasta de reservas del organismo financiero internacional. Con ello, se hizo un reconocimiento a China como indudable poder económico mundial. La decisión tardó cinco años en hacerse efectiva, tiempo en el que Estados Unidos presionó para que la misma no se formalizara. La creación del BAII en abril de 2015 aceleró la ejecución de la medida.

Tal disposición ha obligado al FMI a reajustar las cuotas de los países miembros, aunque sin eliminar aún el poder de veto de Estados Unidos y sin darle todavía a China el espacio que le corresponde dado su indudable protagonismo económico en el planeta. China pasó a ser la tercera fuerza financiera dentro del Fondo en detrimento principalmente de los países europeos que han visto mermada su capacidad de decisión en el organismo.


En la misma lógica, otros países del grupo BRICS como Rusia, India y Brasil han aumentado su poder dentro del FMI. Si consideramos que en el próximo mes de marzo, el Banco de Desarrollo de los BRICS comenzará a conceder créditos, habrá que aceptar que las tres medidas vistas de conjunto, -mayor presencia de los países emergentes en el FMI, creación del BAII y otorgamiento de créditos por parte del Banco de Desarrollo BRICS- son exponentes del inicio de una transformación estructural del sistema financiero internacional hasta ahora hegemonizado y monopolizado por Estados Unidos y Europa.

Estos cambios que para algunos pueden resultar menores, no lo son de cara a acontecimientos recientes. Por ejemplo, la actuación contradictoria del FMI en los casos de Ucrania y Grecia: en el primero de ellos, plegándose a la política estadounidense cambió sus propias reglas para permitir que Ucrania no pague su deuda a Rusia porque la misma fue concedida en dólares. Por el contrario a Grecia, la obligaron a pagar conduciéndola a la declaratoria de default que arrodilló al gobierno de ese país.

Mientras tanto, el BAII opera a partir de reglas mucho más democráticas de funcionamiento. China
rebajó su cuota de participación al 30,04%, seguida de India con el 8,4% y Rusia con el 6,5%. Además, renunció a su derecho de veto. India y Rusia tienen una participación cuatro y tres veces mayor respectivamente, que la que tienen en el FMI. Eso permite suponer que para esos países será más atractivo solicitar créditos en el BAII.

En este marco, aunque Estados Unidos aún conserva capacidad efectiva para operar de manera determinante en el escenario financiero global, es evidente que su poder se ha ido reduciendo, lo que paradójicamente lo hace más peligroso. En estas condiciones China y Rusia tienen un instrumento que no es bélico, pero resulta igualmente letal: la desdolarización de la economía. Ambos países han acordado algunas medidas en ese sentido, por ejemplo la venta de petróleo y gas ruso a China en yuanes. Lo mismo operará para el comercio chino hacia Rusia, cuyos pagos se harán en rublos. A su vez, China financiará planes de infraestructura y transporte en Rusia por valor de 150 mil millones de yuanes, en particular para desarrollar proyectos conjuntos en la Ruta de la Seda. El Grupo de Banca de Inversión Goldman Sachs calcula que la aplicación de los acuerdos energéticos entre los dos países que significan el suministro del 30% de las necesidades chinas por los próximos 30 años va a significar la salida del mercado de 900 mil millones de dólares. Un golpe mortal a la hegemonía financiera estadounidense.

En el plano político y de seguridad ambos países se han propuesto el fortalecimiento conjunto de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que al finalizar el pasado año obtuvo un contundente éxito al propiciar el acercamiento entre India Y Pakistán, antiguos enemigos, aliados ambos de Estados Unidos. Los dos países ingresaron a la OCS en junio del año pasado. Este acercamiento significa un paso importante hacia la paz y la estabilidad en la región, así como lo será el ingreso pleno de Irán a la misma, durante su próxima reunión cumbre que se realizará a mediados de este año. El país persa también se ha sumado a la corriente que ha aceptado establecer sus vínculos comerciales con Rusia y China en rublos y yuanes 

Finalmente, vale recordar que China es el país extranjero que posee la mayor cantidad de bonos de deuda de Estados Unidos por un valor de 1.300 billones de dólares, lo cual le podría permitir a la potencia asiática producir una verdadera debacle financiera si decidiera realizar un movimiento brusco como el que ocurrió en diciembre de 2006. El año pasado, China vendió algo más de 100.000 millones de dólares de bonos estadounidenses, lo cual significa que decidió desprenderse de papeles de deuda del Gobierno estadounidense, enviándo un claro mensaje a Estados Unidos ante la perspectiva de causar un grave daño a la economía dolarizada y al dólar en general como lo comentó Serguéi Sanakoyev jefe del centro analítico ruso-chino en una entrevista con el diario moscovita Pravda.

Todos estos elementos apuntan a señalar una grave enfermedad de la hegemonía financiera occidental, la cual presagia una larga agonía que sin embargo no le permitirá salvarse. Este año 2016 será clave en este proceso que pareciera ser irreversible.

sábado, 9 de enero de 2016

Los modernos jinetes del Apocalipsis


El último libro del Nuevo Testamento es el de las revelaciones o del Apocalipsis. Se considera un texto profético, poblado de multitud de símbolos que permiten diversas interpretaciones. Su contenido alude a la existencia de cuatro jinetes que representan la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. 

Se supone que el Apocalipsis fue escrito a comienzos de la segunda centuria después de Cristo, cuando el territorio de lo que hoy se llama Medio Oriente vivía persecuciones, angustias, destrucción y muerte por parte de los poderosos. En ese sentido, una visión moderna del asunto nos llevaría a pensar que veinte siglos después y en ese mismo territorio nuevamente han manifestado su presencia los cuatro jinetes: la “victoria” de la política de Estados Unidos en la región, está significando similares situaciones de guerra, hambre y muerte que traen los nuevos equinos que han llegado cabalgando bajo la fusta y el látigo de la potencia norteamericana: Israel, Turquía y Arabia Saudita.

En marzo de 2011, cuando apenas comenzaba el conflicto en Siria escribí un artículo que se tituló “El conflicto árabe-israelí. Una falacia imperial”. Comenzaba diciendo. “Es común escuchar hablar de un supuesto “conflicto árabe-israelí” No existe tal conflicto, por lo menos en lo que a la mayoría de los gobiernos se refiere. Lo que ocurre en realidad es la confrontación entre los aliados de Estados Unidos y Europa y los pueblos árabes doblemente oprimidos por la intervención imperial en sus territorios en connivencia con sus dirigentes y el carácter represivo, autoritario y antidemocrático de la mayoría de los gobiernos de la región. Es así, que Israel tiene excelentes relaciones con varios gobiernos árabes con los que supuestamente está en conflicto”. En días recientes, esta verdad se ha hecho más patente que nunca. Estados Unidos ha logrado configurar una alianza árabe-sionista que estimula, fortalece, financia y apoya al terrorismo que fue creado bajo sus auspicios. Así, mientras éste desarrollaba sus acciones en el territorio de los países musulmanes, poco le importaban los centenares de muertos que producía, pero bastó que se produjera una acción deleznable de sus protegidos en Paría, para que saltaran las alarmas.

Un quinto jinete ha conmocionado a Occidente. Las gigantescas masas de migrantes, consecuencia de la guerra, la exclusión, la persecución y la muerte “amenazan” con vulnerar la tan cacareada estabilidad europea, construida a partir de la riqueza expoliada durante siglos de vandalismo colonial. Por otro lado, el factor “energía” y en particular la producción petrolera se han transformado en un elemento omnipresente en esta maraña de variables que han inaugurado un nuevo año para el planeta. 

A diferencia de la guerra fría, en la cual el elemento ideológico era el único ordenador de las relaciones internacionales, las constantes mutaciones del sistema internacional en los últimos 25 años han complejizado el análisis que ha dejado de ser dicotómico para complicarse por su carácter multifactorial. De ahí las dificultades para construir una opinión objetiva, liberada de sesgos emocionales. En años recientes, los poderosos medios de comunicación contribuyen a crear una imagen que magnifica y “embellece” el papel de las potencias imperiales en el proceso permanente de destrucción del planeta mediante el avasallamiento y la barbarie. En esa medida, lo que es incorrecto y repudiado en algunos países, es bendecido y aceptado en otros. En ningún lugar del planeta, eso es tan evidente como en el Medio Oriente. 

Estados Unidos, actuando como jinete portador de la victoria, agita su látigo para regular el galope de los países de la región, pasando por encima de la antigua contradicción entre “árabes e israelitas” que caracterizaba el mundo de la guerra fría. Así ha logrado articular, -superando contradicciones aparentes- a viejos contrincantes como Israel, Turquía, Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo Pérsico.

El devenir de los acontecimientos en el transcurso de este siglo ha trastocado la realidad del pasado en la que los países árabes permanecían unidos en su apoyo a la lucha del pueblo palestino en contra del sionismo. Hoy, la configuración que Estados Unidos ha dado al sistema internacional a partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 indujo a la construcción de un enemigo etéreo como el terrorismo, toda vez, que la potencia norteamericana es la que define, delimita y establece quién es ese enemigo, cómo y dónde combatirlo a partir de sus propios intereses y los de sus aliados de la OTAN. 

Eso lo llevó a apoyar el golpe de Estado en Ucrania, detrás del cual se esconde su pretendido afán de extender los límites de la alianza atlántica hacia el este o de hacer exigencias inauditas a Irán respecto de su programa nuclear, mientras calla y oculta la existencia del arsenal atómico de Israel. Persigue supuestas violaciones de derechos humanos en Siria, pretendiendo con ello el derrocamiento de su presidente, pero obvia las múltiples aberraciones que se cometen en Turquía, donde su presidente incluso se permitió venerar públicamente a Adolfo Hitler. Se suponen adalides de la democracia en América Latina, pero soslayan su existencia en Arabia Saudita donde no hay parlamento, partidos políticos, sindicatos, ni prensa libre y donde las ejecuciones sumarias en las que se violentan las normas más elementales del derecho son cosa de todos los días. En este ámbito, Arabia Saudita, compite con el Estado Islámico en la aplicación de una visión extremista y fundamentalista del islam. Si viviéramos en un mundo de justicia, la monarquía saudita debería ser execrada del sistema internacional como en su momento lo fue el apartheid de Sudáfrica, pero tal como con aquel, hoy Estados Unidos protege y soporta las peores satrapías de las que se tiene conocimiento en el siglo XXI, que son las cometidas por sus aliados del Medio Oriente

En la implementación de esta calamidad del siglo XXI, turcos y saudíes, -olvidando las diferencias generadas tras el derrocamiento en Egipto de Mohamed Morsi en 2013, aliado de Turquía y enemigo de la monarquía gobernante en Riad, wahabitas saudíes y Hermanos Musulmanes turcos (suníes y fundamentalistas ambos) - han acordado una posición común respecto del conflicto sirio, después de la visita del presidente Erdogan a la nación árabe el pasado 29 de diciembre. Es conocida la posición de apoyo de ambos países a las fuerzas terroristas (también sunitas) que asolan Siria e Irak, violando con esto las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU que han llamado a establecer negociaciones pacíficas entre las partes en conflicto.

En este ámbito, también se inscribe el reciente acercamiento entre Israel y Turquía quienes han logrado un acuerdo de reconciliación a fin de restablecer sus relaciones congeladas tras el asalto del ejército sionista a una flotilla humanitaria que pretendía llevar ayuda a la asediada Gaza y en la que fueron asesinados 10 activistas turcos. Curiosamente, el acuerdo por parte de Israel no fue firmado por una autoridad diplomática sino por el nuevo je­­­fe del Servicio Secreto (Mossad) Yosi Cohen. Es elemental preguntarse qué objetivos pudiera perseguir un acuerdo internacional firmado por la más alta autoridad de los servicios de inteligencia de un país.

En el trasfondo, Turquía está buscando alternativas al cese de los abastecimientos de petróleo y gas que le proveía Rusia, -que alcanzan el 55% de sus necesidades- después del derribo del avión ruso en Siria, y al parecer ha pensado que Israel puede solucionar esa demanda a partir del gas que explota ilegalmente en Palestina. Erdogan ha sido enfático en afirmar que ambos países se necesitan mutuamente, “Israel necesita a un país como Turquía en la región. Nosotros también debemos admitir que necesitamos a Israel”. Resulta también particular que estas declaraciones se produjeran después que el gobernante de Ankara regresara de su viaje a Arabia Saudita.

Cerrando el círculo, es menester recordar que Israel y Arabia Saudita, enemigos durante el siglo pasado, vienen negociando en secreto un acuerdo de cooperación militar desde hace casi 3 años. Esta colaboración se ha materializado durante la intervención saudita en Yemen donde los pilotos de la fuerza aérea sionista realizan bombardeos como parte de la coalición liderada por Arabia Saudita. 

Así, estos modernos jinetes apocalípticos se preparan, conjeturan, conversan, superan sus diferencias y buscan senderos comunes para plagar la región nuevamente de muerte, hambre y guerra, no importa que sean musulmanes o sionistas.