Actividades Académicas

sábado, 28 de febrero de 2015

¿Cómo es posible que…?

Hace unos días visite a mi tío Eduardo Rodríguez quien vive en San Felipe, capital del estado Yaracuy. Para los que leen fuera de Venezuela, San Felipe es una ciudad ubicada a unos 300 Km. al oeste de Caracas. Tanto la ciudad como el estado son posiblemente, los más limpios de toda Venezuela. Da gusto transitar sus pulcras carreteras y autopistas impregnadas de un verdor que abruma, cubriendo todo el paisaje con una paz embriagadora. Basta recorrer Yaracuy, estado eminentemente agrícola, para percibir un buen gobierno que se desearía en otras latitudes y longitudes del país.

Volviendo a la sabrosa conversación, lejana de todo academicismo, pero basada en un profundo conocimiento y estudio de la realidad internacional por parte de Eduardo, fue inevitable el debate sobre el problema de la permanente amenaza de utilización de la violencia por parte de los poderes que se resisten a aceptar una nueva realidad, mientras los ciudadanos están inermes, a pesar que se argumenta que el pueblo está en el gobierno. En ese contexto, apareció la consabida pregunta de ¿cómo es posible que…? 

En un distendido ambiente familiar, no pretendí hacer una disertación teórica ni esbozar consabidos argumentos superficiales que me permitieran salir del paso con simplicidades y lugares comunes que llenaran el momento, mucho menos hacer que se supusiera que tenía respuestas para todo. Eduardo no me lo hubiera permitido.

Ello me condujo a pensar, dada la reiterada manifestación de inquietud, expresada a través de conversaciones y correos hechos llegar en las últimas semanas que efectivamente estamos ante una extraña situación producida cuando un pueblo que ha elevado sus niveles de entendimiento y su capacidad de análisis político, no encuentra explicaciones ante determinados hechos que ocurren. La ausencia de lo que se llamó “pedagogía popular” del Comandante Chávez ha comenzado a hacerse sentir. La inexistencia de un proyecto masivo de formación y educación que debería encarar cualquier partido político, la incapacidad de los instrumentos comunicacionales de generar mejores herramientas de análisis para aportar mecanismos que coadyuven a entender los procesos que se viven, confluyen negativamente en esta percepción. Los medios de comunicación, en particular la televisión y la radio se circunscriben a informar, a veces acríticamente, los hechos que ocurren. Y ello, no ayuda al proceso de toma de conciencia, sobre todo porque la fuerza de las transnacionales de la información que transmiten violencia, consumismo e individualismo conducen a su objetivo de concebir sociedades más frágiles en el camino de crear condiciones para fragmentarlas y hacerlas más permeables y receptivas a la propaganda imperial. 

En el mundo de hoy, ese es un paso imprescindible y necesario a fin de generar las circunstancias más propicias para intervenciones de cualquier tipo. Se trata de emular formas de vida, costumbres, hábitos alimentarios, modas en el vestir e intereses de potencias que aparecen esgrimiendo conductas y principios a los que se les da valor universal. Esto también incluye el papel del Estado, las características de la democracia y la defensa de los derechos humanos. En el último siglo y medio, Estados Unidos se ha autoerigido en el evaluador universal de los comportamientos políticos de los Estados y pueblos a partir de cánones establecidos unilateralmente, pretendiendo una homogeneidad global que no existe, toda vez que civilizaciones y pueblos distintos y diversos, configuran la maravilla global de la vida en este planeta. 

En este sentido, los poderes imperiales se arrogan el uso de la violencia. Hay que decir que la violencia forma parte de la esencia del capitalismo constituyendo un elemento consustancial de su ADN. Hablando de “la llamada acumulación original” en El Capital, Carlos Marx, decía que “en la historia real (a diferencia del relato idílico de la economía política) desempeñan un gran papel la conquista, la esclavización, el robo y el asesinato: la violencia, en una palabra”. Por su parte en el Anti-Dühring, Federico Engels afirmaba que “Son siempre y en todas partes las condiciones económicas y los recursos de poder de que se dispone los que ayudan a la violencia a triunfar y sin los cuáles ésta deja de ser violencia”.

Para Marx y Engels, la violencia está íntimamente ligada al Estado. En el Manifiesto Comunista señalan que “el poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. Para quienes se escandalizan porque se habla de Marx y del Manifiesto Comunista, vale decir que Max Weber, otro de los padres de la sociología consideraba que el Estado es una entidad que ostenta el monopolio de la violencia y los medios de coacción. Esta definición weberiana ha sido básica para los estudiosos de las ciencias políticas alejados de Marx y del socialismo. Cuando ambos aceptan estos preceptos no determinan diferencias entre uno u otro tipo de Estado, siendo necesario recordar, que incluso en el Estado socialista, -si hubiera alguno en el mundo-, todavía existen clases sociales que luchan por el poder y, que en la medida que lo asumen, poseen “el legítimo derecho a la violencia”.

De manera tal que no debería haber cuestionamientos en este sentido. Sin embargo, la modernidad ha establecido límites en los marcos de la democracia, -a fin de evitar desbordes que conduzcan a la violación de los derechos humanos de los ciudadanos- los cuales a partir de 1948 fueron transformados en Resolución de Naciones Unidas a través de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Precisamente, uno de los considerando de esta Declaración manifiesta que “…el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”. A pesar de esto, el presidente de Estados Unidos, hace sólo unos días se permitió afirmar que su país “en ocasiones tuerce el brazo a los países cuando no hacen lo que queremos”. Posiblemente Hitler y Pinochet se hubieran sonrojado al escuchar esta confesión. La diferencia, es que ninguno de los dos se propuso vender su proyecto como modelo de democracia. 

La verdad es que otra ha sido la realidad. No debe olvidarse que la democracia siendo un paso adelante en la historia política de la humanidad fue desde sus inicios un sistema excluyente. En la antigua Grecia, sólo los ciudadanos tenían derechos, mientras la mayoría de la población que era esclava, no los poseía. 2500 años después y considerando los avances que han significado el feudalismo y el capitalismo respecto de tal época, la democracia sigue siendo un sistema excluyente en la sociedad. Continúa mostrando una faceta que la exhibe como un sistema político de élites.

El capitalismo la ha perfeccionado al máximo, estableciendo desde hace un poco más de dos siglos, un modelo representativo que se ha jerarquizado cada vez más y que mediante el monopolio de la violencia busca perpetuar el poder económico de aquellos que mediante el control del poder político sostienen ese modelo de élites. Esto es lo que ha comenzado a desmoronarse y a adquirir nuevas formas en algunos países del mundo y en particular en América Latina. No se trata de la clase obrera asaltando el poder como lo presagió Marx o Lenin. Se trata, solamente de establecer en el marco del capitalismo, nuevas reglas de juego, que al menos protejan a nuestros países de la expoliación imperial y la aplicación de medidas neoliberales, permitiendo de esa manera, espacios superiores de inclusión que conduzcan a mejorar las condiciones de vida, en particular las de educación y cultura para que, de esa manera, teniendo ciudadanos conscientes de su condición de sujetos de la historia, puedan participar protagónicamente en el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad.

No es todavía el socialismo, se trata de crear una correlación de fuerzas que haga posible iniciar la transición al socialismo. Pero, incluso esto es resistido violentamente por los poderes imperiales y sus representantes locales. Aún cuando han perdido la posibilidad de utilizar el aparato del Estado para usar la violencia a su favor, recurren a ella, porque finalmente hay un poder global que ampara tales acciones, a partir de su resistencia a aceptar que una época nueva está naciendo. 

Vale decir, que el gobierno es sólo una parte del poder y que asumir el gobierno solo sirve, - si se trabaja en pro de ello- para crear mejores condiciones para que el pueblo pueda acceder al poder. Este proceso no está exento de contradicciones, porque como se ha dicho antes, confluyen múltiples intereses que pueden acelerarlo o frenarlo. El desconocimiento y la incomprensión frente a la existencia de estos fenómenos que son propios de las sociedades de clases, son los que motivan la cada vez más común interrogante de ¿cómo es posible que…? la cual, mi tío Eduardo Rodríguez se hace tan seguido.

domingo, 22 de febrero de 2015

Pura hipocresía


Dicen que luchan contra el terrorismo y que lo exterminarán en cualquier lugar del mundo, pero protegen en su territorio a Posada Carriles que es un criminal confeso de haber puesto una bomba contra un avión civil cubano. Así mismo, esconden a los homicidas del canciller chileno Orlando Letelier, asesinado en el propio Washington.

Dicen que combaten el terrorismo internacional pero crearon, armaron financiaron y entrenaron el movimiento Talibán -para que combatiera al gobierno afgano en los años 80 del siglo pasado- y al Estado Islámico pensando que éste cumpliría sus objetivos de derrocar al gobierno sirio en años recientes, además cobijaron, protegieron y fueron aliados de Osama Bin Laden antes del año 2001.

Eligen un presidente negro, pero la policía sigue asesinando adolescentes y jóvenes afroamericanos con total impunidad y protección de la “justicia”.

Se dicen luchadores e insignias de la democracia en el mundo, pero han apoyado a las peores dictaduras del planeta. Fomentaron los golpes de Estado en Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina, que causaron centenares de asesinados, miles de desaparecidos y torturados y decenas de miles de exiliados. Protegieron las dictaduras criminales de Pérez Jiménez, Batista, Trujillo y Somoza. De éste dijeron “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. En su “defensa de la democracia” enaltecen a las monarquías medievales del Medio Oriente como la de Arabia Saudita donde no hay parlamento, ni partidos políticos, ni sindicatos, ni elecciones y donde las mujeres son segregadas y discriminadas.

Dicen que luchan contra el narcotráfico, pero la DEA actuando como un cártel, regula, controla y manipula el mercado de la droga, sin actuar contra su propio sistema financiero a donde van a parar los miles de millones de dólares que tan “lucrativo negocio”, inyecta a su economía ¿quién ha visto un narcotraficante estadounidense preso?

Se ensañan inflexiblemente contra el nuevo gobierno griego de Alexis Tsipras por no plegarse a preceptos que significan seguir el hambre y la exclusión para el pueblo griego, pero tratan con “manos de seda” a la corrupta banca internacional, aportando miles de millones de dólares para el enriquecimiento de sus ejecutivos, mientras siguen apretando el dogal de los pueblos.

Dicen ser los mayores protectores del medio ambiente y la naturaleza, pero se niegan a ratificar el protocolo de Kioto sobre cambio climático.

Se dicen preocupados por la situación de la justicia en el mundo, pero no aceptan la jurisdicción de la Corte Penal Internacional encargada de juzgar delitos como el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y la agresión. Lo hacen para actuar impunemente en sus prácticas intervencionistas y guerreristas, muchas veces al margen del derecho internacional. Tampoco acatan las decisiones de la Corte Internacional de Justicia de La Haya cuando sus fallos no le favorecen.

Dicen promover los derechos humanos en la región, pero no suscriben la Convención Americana sobre Derechos Humanos y teniendo la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no forman parte de ella a pesar que ambas fueron creadas a su imagen y semejanza bajo el alero del aún insepulto cadáver de la OEA.

Se gastan miles de millones de dólares en seguridad y no son capaces de proteger ni a su propio pueblo, mandan a sus hijos a inmolarse en guerras absurdas sin saber por qué lo hacen. Para ello, inventan armas nucleares en Irak, uranio enriquecido para fabricar misiles en Irán y tanques rusos en Ucrania. Nunca, nadie ha visto nada de eso.

Se ganan el Premio Nobel de la Paz, pensando que eso les servirá para legitimar el genocidio y la muerte de inocentes.

Dicen que van a normalizar las relaciones con Cuba, pero mantienen el inhumano bloqueo y la ley de ajuste que fomenta las salidas ilegales del país.

Se ufanan de tener grandes amigos, aliados y socios, pero espían a sus líderes, mientras admiten que los presionaron y obligaron a implementar sanciones contra Rusia y que en ocasiones les tuercen el brazo cuando no hacen lo que quieren.

Tienen un gigantesco déficit presupuestario, pero siguen financiando guerras de rapiña en todo el planeta. Respecto de eso, demócratas y republicanos no tienen contradicciones. Los debates en el Congreso solamente buscan definir si los gastos de guerra los pagan los pobres o los ricos. Al final, los pobres siempre pagan proporcionalmente más. 

Se dicen muy preocupados por Venezuela, mientras amparan y aúpan acciones terroristas, golpes de Estado, sabotajes petroleros y maniobras desestabilizadoras violentas que ningún sistema democrático admite, en primer lugar el de ellos mismos. A los ejecutores de esas políticas la llaman “oposición que disiente del gobierno”. 

Al respecto, el historiador estadounidense Morris Berman considera que aunque en su país afirman que “… disentir es patriótico, que es crucial para una sociedad democrática”, en realidad eso “…es pura hipocresía”.

sábado, 14 de febrero de 2015

¿ Y por qué Venezuela?


El año 2014 feneció con una noticia que estremeció los pocos cimientos que aún persisten de la guerra fría. Parafraseando el título del thriller erótico hollywoodense del director chino Chen Kaige, el presidente estadounidense Barack Obama les dijo a los cubanos “te mataré suavemente”. Aunque el anuncio fue inesperado una serie de hechos previos, fueron dando pautas que hacían pensar que el momento se avecinaba. Quedó claro que ningún presidente de Estados Unidos es capaz de resistir el bombardeo mediático…sí, leyó bien…, el bombardeo mediático del New York Times, -vocero del poderoso capital financiero que toma las decisiones en Estados Unidos- el cual a través de varios editoriales urgió el restablecimiento de los vínculos con Cuba. 

Nadie puede pensar que el poder imperial mutó para asumir una aceptación de la revolución cubana. El objetivo es el mismo, los instrumentos serán otros. Sin embargo, habrá que reconocerle a Obama, valentía y osadía para haber dado el paso que permite llevar adelante tan estratégica decisión, la que tuvo que construir casi desde la clandestinidad, a fin de evitar que el poder de los halcones impidiera la realización de una medida que ya era imposible sostener. Ni el Departamento de Estado tampoco el Pentágono, muchos menos la CIA estaban al tanto. La subsecretaria de Estado para asuntos del Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson se enteró de la noticia, al igual que Usted y yo, amigo lector, a través de los medios de comunicación. 

Es muy probable que el presidente Obama se haya visto obligado a actuar así en salvaguarda de la poca autoridad que le queda para tomar decisiones que vayan en detrimento de los intereses del Complejo Militar Industrial y del sistema financiero, verdaderos poderes fácticos en el país del norte, quienes actúan políticamente a través del partido Republicano y ciertos sectores de ultra derecha del partido Demócrata, quienes en política exterior suelen funcionar como si fueran uno solo. La brutal retórica imperialista y agresiva de Obama, (a pesar de la compra de su Premio Nobel) quien actuando como matón de barrio llegó a decir recientemente que Estados Unidos “en ocasiones tuerce el brazo a los países cuando no hacen lo que queremos” es expresión de su necesidad de sobrevivir políticamente en un país que en medio de la crisis recurre a un nacionalismo xenófobo y a su tradicional auto aceptación de ser un país divinamente elegido para dirigir los destinos de la humanidad, para lo cual se sienten autorizados al asesinato, la devastación y la intervención.

Hace unos años, la CIA abasteció de armas a los terroristas sirios que intentan derrocar al gobierno de ese país, mientras la administración Obama negaba tal hecho. Más recientemente, mientras el gobierno estadounidense coordinaba acciones con Europa respecto de Ucrania, se filtró una conversación telefónica de la subsecretaria de Estado para asuntos europeos, Victoria Nuland en la que defenestraba a la Unión Europea con términos bastante groseros y humillantes. Esta semana, Obama anunció que no recibirá al primer ministro israelí quien visitará Washington invitado por el Congreso. Así mismo, el presidente estadounidense admitió profundas diferencias con el líder sionista respecto del manejo de las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.

Algo está pasando en las entrañas del imperio. No se trata de subestimarlo, al contrario, las derrotas militares en Irak, la incapacidad para forjar una victoria acorde a sus intereses en Afganistán, la imposibilidad de derrocar al gobierno sirio, las manifiestas diferencias con Europa en el manejo del conflicto en Ucrania, la derrota del ALCA y la creación y fortalecimiento de Unasur y CELAC en América Latina y el Caribe, la presencia creciente de los BRICS en el planeta, el incremento de los vínculos entre China y Rusia, la transformación de la Organización de Cooperación de Shanghái en un baluarte para impedir la expansión imperial estadounidense en Asia, la progresiva desdolarización de la economía mundial y el remezón que significa la victoria electoral de Syriza con la consecuente entronización de Alexis Tsipras como primer ministro en Grecia, obligan a mirar a Estados Unidos, bajo la figura de la fiera herida que da zarpazos.

Si a ello le agregamos la crisis económica que intentan ocultar y las evidentes contradicciones con países que consideran sus aliados (que en terminología estadounidense significa sus subordinados) veremos un país institucionalmente deteriorado en el cual la figura presidencial ha perdido autoridad, lo cual lo hace más peligroso. En los últimos meses, Estados Unidos ha manifestado diferencias con tradicionales aliados, por ejemplo con Israel por Irán, con Arabia Saudita por el fracking y la baja de los precios del petróleo y con Europa por el manejo de la crisis ucraniana. Evidentemente algo está pasando en las “entrañas del monstruo”.

Pero, veamos las últimas actuaciones de Obama: acepta que hay que negociar con Irán después de su férrea oposición a ello. Un amigo bien informado al respecto, me dice que incluso las conversaciones bilaterales confidenciales son mucho más fluidas de lo que supone. Esto ha conducido a una flexibilización en las sanciones a este país. La semana pasada el presidente estadounidense, conversó con su colega ruso Vladimir Putin a fin de llegar a un acuerdo con respecto al conflicto en Ucrania, todo después que las sanciones han fracasado, afectando más a sus aliados europeos que a la potencia euroasiática. Así mismo, conversó con el presidente chino Xi Jinping a quien invitó a visitar su país en septiembre. En este ámbito (el de las sanciones), ya hablamos de Cuba. Desde el 17 de diciembre, Obama ha tomado algunas medidas administrativas que aflojan en algo, las restrictivas relaciones con la isla.

Entonces, uno puede preguntarse, ¿por qué si todo ello está ocurriendo en el mundo y en la política exterior de Estados Unidos, se ensaña con Venezuela, incrementando las medidas punitivas contra nuestro país? Y aquí comienzan a surgir diferentes hipótesis, las cuales desde mi punto de vista son partes de un todo mucho más complejo 

Algunos dicen que van tras el petróleo y es válido pensarlo, pero entonces, por qué “aflojar” en Irak e Irán que también son miembros de la OPEP? Otros afirman, que es por el ejemplo y la influencia que Venezuela ejerce en la región. Eso también encierra parte de verdad, pero para nadie es un secreto que el liderazgo del presidente Chávez es insustituible y que hoy lo que existe en la región es un liderazgo colectivo, a partir de muchos dirigentes forjados por sus pueblos y una conjunción de voluntades anti imperialistas, anti neoliberales y defensoras de la independencia y la soberanía popular en cuyo surgimiento y consolidación a Chávez le cupo un papel trascendente, al cual hoy Venezuela le da continuidad como herencia de su pensamiento bolivariano. 

También se afirma, que una eventual caída de Venezuela en las redes imperiales, gestaría un efecto dominó respecto de los otros países de América Latina, lo cual entraña una gran subestimación de los pueblos y gobiernos hermanos que han forjado su porvenir a partir de decisiones adecuadas a las características propias de cada país.

Creo que en el caso de Venezuela, habría que sumar otro componente, cual es que el gobierno de Estados Unidos toma decisiones a partir de falsas informaciones y erróneas apreciaciones que parten más del deseo que de la realidad. No terminan de entender que la guerra económica que han desatado y que se manifiesta a partir de múltiples problemas que enfrenta la ciudadanía para abastecerse de algunos productos, no ha tornado en crisis política, lo que da cuenta de un pueblo consciente de las causas de las dificultades. Comprende que esas causas son más exógenas que endógenas, aún cuando hay muchos problemas por resolver, a partir de construir y consolidar un gobierno eficiente, ágil, transparente y honesto. Aún estamos lejos de ello.

Venezuela vive en paz, hay gobernabilidad porque la mayoría de la población así lo desea, porque tenemos fuerzas armadas y de orden compenetradas con su pueblo y con el proyecto nacional patriótico que encarna la Constitución de la República. Existen términos de ley que permiten la alternabilidad en el gobierno con elecciones cada 6 años y la posibilidad constitucional de revocarlo a partir de la mitad del mandato si el pueblo así lo quiere y lo manifiesta electoralmente.

El pueblo venezolano y sus fuerzas armadas no se van a embarcar en un salto al vacío cuando no hay una alternativa que ofrezca un proyecto de país distinto. Volver al neoliberalismo y a la entrega de la soberanía y las riquezas nacionales a potencias extranjeras no parece ser aceptable para la mayoría de los venezolanos, mucho menos cuando se pretende que ello se imponga a través de la fuerza. Vale decir, que tampoco el pueblo, hoy con un mayor nivel cultural, educativo y político que hace quince años, dará un cheque en blanco para aceptar errores, incapacidades y malas decisiones administrativas, mucho menos la corrupción y la ineficiencia. Pero, en un “Estado democrático y social de Derecho y Justicia” la aceptación o no de un gobierno se expresa a través de elecciones como lo establece la Constitución. El que tome otra vía tendrá que asumir las consecuencias de la ley y la responsabilidad del Estado de aplicarla con la mayor firmeza.

Eso lo debería saber el gobierno de Estados Unidos, gasta todos los años, miles de millones de dólares en sus programas de espionaje e información. Estados Unidos, tal como lo manifestó su presidente, fracasó en Cuba y seguirá fracasando en Venezuela si no se impone de la realidad del país y de la voluntad del pueblo. No creo que –como en Cuba- tengan que esperar 55 años a que otro negro gane las elecciones, y se puedan dar cuenta de lo que 10 blancos (4 demócratas y 6 republicanos) no pudieron.

lunes, 2 de febrero de 2015

¿Es posible la integración latinoamericana y caribeña?

En 2004 cuando se firmó el Tratado que estableció una Constitución para Europa, se generó un gran debate en círculos académicos y de la opinión pública de América Latina a partir de la interrogante de si eso era posible en nuestra región.

La primera expresión integracionista de América Latina fue el Mercado Común Centroamericano (MCCA) que surgió en 1960, casi de manera simultánea con el Tratado de Roma de 1957, primer eslabón de la Unión Europea. El MCCA fue el primer acuerdo de su tipo en el continente.

Sin embargo, si regresamos en la historia debemos tener presente que el primer intento de reunión de los países americanos “antes españoles” -como decía el llamamiento- , fue el Congreso de Panamá convocado por Bolívar en 1824. Estados Unidos no fue invitado originalmente a este evento, sin embargo el Presidente de Colombia, Francisco de Paula Santander requirió la presencia del país del norte sin la complacencia ni el conocimiento del Libertador Simón Bolívar.

El espíritu integracionista del Congreso de Panamá se propuso dar continuidad en Tacubaya, México, sin embargo, tal idea no pudo concretarse. En 1831 con el apoyo y empuje del canciller mexicano Lucas Alamán renació la idea integracionista a través de una propuesta, que tuvo acogida en Perú, país que asumió con gran esfuerzo la idea de reunión de las naciones hispanoamericanas, concluyendo exitosamente en un Congreso que se realizó en Lima entre el 11 de diciembre de 1847 y el 1° de marzo de 1848. Dando seguimiento a los acuerdos de Panamá de 1826, el Congreso se propuso firmar un Tratado de Confederación que establecía que dado el común origen y necesidades y los intereses recíprocos de los países firmantes (Perú, Chile, Bolivia, Ecuador y Nueva Granada), “no pueden considerarse sino parte de una misma nación, que debe mancomunar sus fuerzas y sus recursos para remover todos los obstáculos que se oponen al destino que les ofrecen la naturaleza y la civilización”.

Importantes intelectuales latinoamericanos abonaron al pensamiento integracionista en la etapa posterior a las luchas independentistas del siglo XIX: el argentino Juan Bautista Alberdi, el neogranadino José María Torres Caicedo, el peruano Francisco de Paula Vigil, los ecuatorianos Juan Montalvo y Pedro Moncayo, los chilenos Justo Arteaga Alemparte y José Victorino Lastarria, el Mexicano Luis Nepomuceno de Pereda.

Un nuevo Congreso fue convocado en Santiago de Chile y concretado el 15 de septiembre de 1857 con la participación de Chile, Perú, Ecuador y la adhesión de Bolivia, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, México y Paraguay. Aquí se firmó el Tratado Continental o “Tratado que fija las bases de la unión de las Repúblicas Americanas”.

Otro encuentro dio inicio el 15 de noviembre de 1865 en Lima. Este Congreso que contó con la participación de representantes de Colombia, Chile, Venezuela, Ecuador, El Salvador y Perú aprobó cuatro tratados, entre ellos el de Unión y Alianza defensiva. Los otros fueron los de conservación de la paz entre los Estados contratantes, de correos y de comercio y navegación.

Algunos años después, en 1889-1890 se realizó en Washington la I Conferencia Interamericana. A partir de ese momento, los países americanos se reunieron bajo hegemonía de Estados Unidos en 14 ocasiones, 8 en conferencias interamericanas, 3 en reuniones de consulta de cancilleres y 3 en conferencias internacionales americanas extraordinarias, la última de las cuales, realizada cuando finalizaba la II Guerra Mundial, en el Palacio de Chapultepec en Ciudad de México del 21 de febrero al 8 de marzo de 1945, echó las bases del sistema interamericano moderno que surgiría pocos años después.

En esos años, de fines de siglo XIX otros intelectuales encadenaron las ideas bolivarianas con el siglo XX. El más excelso fue el cubano José Martí, pero también destacaron el uruguayo José Enrique Rodó, el argentino José Ingenieros, el venezolano Rufino Blanco Fombona, el cubano Enrique José Varona, el peruano José Santos Chocano, el colombiano José Vargas Vila, el costarricense Joaquín García Monje y el dominicano Pedro Henríquez Ureña, entre otros.

La idea panamericana se concretó con la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) en Río de Janeiro durante el año 1947 y con la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Bogotá en 1948. Así, se instituyeron los instrumentos militar y político de lo que se dio en llamar “integración americana”. La presencia de Estados Unidos como potencia hegemónica en ambas estructuras distaba mucho del modelo propuesto por Bolívar quien esbozó la idea de un sistema interamericano compuesto por actores que se debían relacionar en igualdad de condiciones.

La idea de Bolívar era -en esencia y en su práctica- contradictoria con la enunciada por el presidente Monroe quien en diciembre de 1823 pronunció un discurso en el Congreso de su país, que posteriormente se transformó en doctrina de política exterior de Estados Unidos adoptando el nombre de su propulsor. A través de ella, Estados Unidos asumió unilateralmente el papel de “protector” del hemisferio, legalizando de esa manera la posibilidad de intervenir en los asuntos internos de cualquier país del continente. Esta contradicción inauguró una doble visión de la política interamericana que aún hoy no se resuelve: bolivarismo vs. monroismo o para entenderlo mejor, el paradigma panamericano vs el nuestro americano, utilizando la conceptualización que José Martí dio a las naciones de la América meridional, al sur del Río Bravo, incluyendo las islas del Caribe.

A partir del momento de su fundación, el manto del TIAR cubrió el mapa de América Latina de intervenciones militares de Estados Unidos, desde Guatemala 1954, Cuba 1961, República Dominicana 1965 y Chile en 1973 hasta Honduras en 2009, (por mencionar algunas de las más importantes) signaron el derrotero de la historia de las relaciones interamericanas. Sin embargo, el pacto militar comenzó a dejar de tener legitimidad después de la invasión británica a las Islas Malvinas en 1982 cuando Estados Unidos se puso de parte de su aliado de la OTAN, contraviniendo uno de los principios fundamentales que le dieron origen, cual era la protección de cualquier país americano ante la agresión de una potencia extra continental.

La OEA, a su vez, -ahora bajo su “paraguas”- dio continuidad a las conferencias interamericanas transformándolas en “reuniones de consulta”. En la VIII convocatoria que recibió esta denominación, realizada en Punta del Este, Uruguay en 1962, Cuba fue expulsada del sistema interamericano, situación que apenas se revirtió en junio de 2009, durante la 39na. Asamblea General de ese organismo que se celebro en la ciudad hondureña de San Pedro Sula. Las juntas de la OEA se siguieron haciendo hasta 1967 cuando dieron paso a las asambleas generales anuales, la primera de las cuales se realizó en 1971.

La década de los 60 del siglo pasado, consignó también el interés de los países americanos por empezar a buscar modelos alternativos de desarrollo y mecanismos de vinculación económicos que le permitieran encontrar soluciones a los problemas comunes que los aquejaban. De esta manera, y de forma paralela a la creación del Mercado Común Centroamericano MCCA surgió la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) fundada ese mismo año de 1960, la cual dio un paso superior en 1980 al transformarse en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) con el objetivo de crear un área de libre comercio entre todos los países y mecanismos subregionales de integración. En 1968 y con el objetivo de lograr una mayor coordinación de los esfuerzos integradores se había creado la Comisión Económica de Coordinación Latinoamericana (CECLA), la cual emitió una declaración conocida como “Consenso de Viña del Mar” que planteaba una enérgica revisión de las relaciones norte-sur y una fuerte crítica a Estados Unidos en cuestiones atingentes al desarrollo económico. Como un mecanismo paralelo a las asambleas de la OEA funcionó también desde 1970 la Comisión Económica de Coordinación y Negociación (CECON) organismo informal para el diálogo norte-sur en el hemisferio occidental.

A su vez los países caribeños de habla inglesa se organizaron para dar vida en 1965 al Tratado de Libre Comercio del Caribe que evolucionó para formar en 1973 una estructura más amplia, el CARICOM. En fecha más reciente, en el año 1994 se relacionaron con un número superior de naciones caribeñas hablantes de otros idiomas e incluso con el Grupo de los Tres (México, Colombia y Venezuela) -países del continente que tienen aguas territoriales en el Caribe-, así como con los países centroamericanos, para crear la Asociación de Estados del Caribe (AEC), la cual no ha tenido mayor relevancia.

En el año 1969 surge el Acuerdo de Cartagena entre los países andinos que dio origen posteriormente al Pacto Andino y en años recientes a la Comunidad Andina de Naciones. Por su parte, los países del sur firmaron el Acuerdo del Río de la Plata, primer embrión de lo que hoy es MERCOSUR.

Desde el punto de vista político, el más amplio ámbito de concertación del continente se generó como necesidad de buscar una solución a los conflictos bélicos que vivían los países centroamericanos en la década de los 80. Así, surgió en 1984 el Grupo de Contadora formado por México, Venezuela, Colombia y Panamá, el cual se vino a reforzar con la participación de importantes Estados que se iban emancipando del yugo de las dictaduras para empezar a jugar un papel trascendental en la construcción de un esquema multilateral latinoamericano. De esta manera, Perú, Brasil, Uruguay y Argentina constituyeron el Grupo de Apoyo a Contadora que cuando se fusionó con éste, originó el Grupo de los Ocho, germen de lo que después derivó en un mecanismo político mucho más vigoroso, el Grupo de Río.

El incremento de la actividad integracionista desde Latinoamérica nunca fue bien visto desde Washington conllevando a que el Presidente George Bush (padre) presentara en 1990 la Iniciativa para las Américas (IPA), dando continuación histórica al proyecto presentado 100 años antes, durante la I Conferencia Interamericana, proponiéndose crear una única zona de libre comercio desde Alaska hasta la Patagonia. Con esta misma idea, México, Estados Unidos y Canadá firman en 1994 el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), con lo cual México expuso un interés primordial en el norte del continente y de alguna manera se alejó del papel que siempre tuvo como actor principal en América Latina.

La IPA y el TLCAN fueron el primer eslabón en la idea estadounidense de avanzar hacia un mercado común de todo el continente sin Cuba. Con ese objetivo se convocó en diciembre de 1994 a una reunión Cumbre que se realizó en noviembre de 2003 en Miami a fin de fundar un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) para el año 2005.

Este largo recuento nos lleva a entender que a través de toda su historia el continente americano ha tenido ánimos integracionistas. Pero, como decía antes, aún no se resuelve el problema básico, cual es la definición en torno al modelo a implementar: monroísmo vs. bolivarismo, latinoamericanismo vs. panamericanismo, es decir, en pocas palabras, si se hace con Estados Unidos o sin Estados Unidos.

El modelo de integración ideado por Estados Unidos es muy diferente al que llevó a la construcción de la Unión Europea. Primero, lo que el país del norte proponía es la integración de las economías, lo cual además, ni siquiera sería total, en la práctica, se concretaría una apertura de los mercados del sur del continente, porque las medidas proteccionistas existentes en ese país no permitiría un mercado en igualdad de condiciones, seríamos inundados de productos industrializados del norte a cambio de la exportación de nuestras materias primas. Por otro lado, no habría libre tránsito de ciudadanos como si existe en Europa.

En el papel, la Unión Europea estableció la necesidad de que su mecanismo de integración fuera una alianza entre iguales. La práctica demostró que eso resultara siendo una falacia. Para su logro los países más poderosos desde el punto de vista económico debían hacer una importante erogación de recursos hacia las naciones más atrasadas a fin de crear condiciones socio-económicas similares que permitan crear instituciones donde todos tuvieran una participación equitativa. La vida señaló que eso se hizo a cambio del establecimiento de ciertas capacidades de decisión en los países más poderosos que impusieron draconianas medidas a aquellas naciones que sufrieran crisis por aplicación de medidas neoliberales que afectaron a la mayoría de la población, como se observa hoy en Grecia y España.

De la misma manera, el modelo norteamericano se erige sobre la hegemonía única de Estados Unidos, sin considerar las gigantescas asimetrías existentes entre las naciones del continente, lo cual lo hace inviable en el mediano y largo plazo. La integración no se puede fundar sobre la base de la desigualdad y la inequidad. Lo que subyace es el mantenimiento y la profundización de un modelo basado en la supremacía de un país sobre otros.

Paralelamente, los latinoamericanos y caribeños hemos comenzado a crear y fortalecer mecanismos propios libres de ataduras europeas o estadounidenses que todavía persisten. Los esfuerzos españoles por robustecer la identidad iberoamericana o la hispanoamericana han ido encaminados a eso, igual que la idea panamericana fomentada por Estados Unidos.

Sobre todo en los últimos años, y como consecuencia de que en nuestro continente haya cada vez “más gobiernos que se parecen a sus pueblos” como dijo la presidenta argentina Cristina Fernández, los mecanismos de integración regional sin la presencia y hegemonía de Estados Unidos han cobrado mayor vigencia y presencia.

Al concluir la anterior centuria, se escuchó un primer grito de alerta y rebelión, fue el de los zapatistas en México, en 1994, ese clamor estremeció no sólo a la región, se sintió en todo el mundo en momentos en que se había profetizado el “fin de la historia”. Desde el norte se respondió con una propuesta neoliberal, la que fue aceptada sumisamente por los gobiernos de entonces.

Venezuela bajo el liderazgo y conducción del Comandante Hugo Chávez comenzó a cambiar esa perspectiva. Chávez se propuso transformar esta estructura injusta y, dar inicio a la recuperación del sueño bolivariano, para convertirlo en el proyecto bolivariano que había quedado trunco en 1830.

Venezuela empezó a ser libre en materia petrolera, el propio presidente Chávez hizo un gran esfuerzo para hacer renacer la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que Estados Unidos había logrado separar y dividir a sus miembros, para que no tuvieran una posición conjunta. El Comandante Chávez visitó uno por uno a todos los líderes de los países productores de petróleo y logró que se hiciera -después de casi 20 años- una nueva cumbre de la OPEP en Caracas, cambiando la perspectiva energética mundial. Estados Unidos no podría seguir sentando las bases y marcando las pautas del comportamiento de los países productores. A partir de eso, Chávez visualizó que Venezuela, poseedor de la mayor reserva de petróleo del planeta, debía usarla como instrumento de liberación, para la Independencia, para la solidaridad y la integración de nuestros pueblos. El petróleo debía ser en el siglo XXI la sangre que derramaron los soldados venezolanos en el siglo XIX bajo el liderazgo de Bolívar y Sucre.

Otros pueblos de América Latina por su lado también comenzaron a tener sus propios procesos de toma de conciencia y emancipación y así vino una avalancha de victorias populares, lo que dio inicio a una nueva ola de democracia. De esta manera, se empezaron a establecer vínculos, comenzó una era de conocerse y acercarse, inició una época de entender que las necesidades eran las mismas, que las economías de la América meridional eran complementarias, y que si se lograba establecer un tipo de comercio justo y equitativo entre los países de la región se podía ampliar el espacio de libertad política conquistado. En la medida del tiempo se fueron sumando otros países con gobiernos que tal vez tienen un mayor grado de relación con el imperio pero que finalmente, la fuerza de la necesidad y la crisis que agobia al mundo los ha llevado al acercamiento con sus pares de Latinoamérica y el Caribe.

Ese es el contexto de la derrota del ALCA en Mar del Plata en 2005 y la creación de condiciones para la fundación de Unasur y Celac, el fortalecimiento de Mercosur y otras iniciativas de integración y/o concertación política regional y subregional.

En particular, la Alba (Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América) que ya tiene 9 miembros que han retomado las ideas enunciados hace casi 200 años por el Libertador Simón Bolívar para adaptarlos a la realidad de hoy y sobre las bases de principios de cooperación solidaria, no de carácter intervencionista; cooperación entre iguales, no entre “donantes agresivos y receptores pasivos”; equidad para superar las grandes desigualdades entre nuestros países y las tremendas asimetrías heredadas del pasado colonial y neocolonial; complementariedad de las economías, para ser independientes y no recibir imposiciones de aquellos que nos suministran lo que algún país no tiene y sobre todo respeto irrestricto a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos.

El Libertador Simón Bolívar esbozaba la necesidad de comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas cuando finalizara la guerra de Independencia. Con ello, se refería seguramente a lo que se ha comenzado a construir hoy entre nuestros líderes, gobiernos y pueblos. Él no pudo dedicarse plenamente a ese objetivo porque las ambiciones mezquinas de las oligarquías pudieron más en las naciones recién independizadas.

En la Carta de Jamaica, que conmemoraremos este año en su bicentenario, el Libertador da su opinión acerca de cuáles eran las condiciones que permitieron desencadenar la lucha por la Independencia e hizo una caracterización de cada uno de las naciones americanas en guerra. Enseñaba, que porque somos diferentes, somos fuertes, ¿qué nos han enseñado? Lo contrario, que somos débiles porque somos diferentes.

Es de gran actualidad y relevancia el párrafo donde refiere que “Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes, mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma extensión de este hemisferio”

Bolívar nos enseñó el valor de la diversidad, la idea que en el “Nuevo Mundo entero” no todos luchan por la Independencia, también los tiranos sacaban sus ventajas, pero le daba suprema cuantía al hecho de que todos estaban “conmovidos y armados para su defensa”. Esto fue válido en la lucha por la independencia política, lo es hoy en la lucha por la independencia económica.

Sobre la base de estas ideas podemos afirmar que es posible la integración y la unidad de Nuestra América como la llamó José Martí. Solo, la integración nos señala un futuro que nos puede colocar en un lugar relevante en el mundo del siglo XXI.