Actividades Académicas

jueves, 18 de diciembre de 2014

Yo me muero como viví. El inicio del fin de una etapa tenebrosa para Cuba.



Muy temprano en la mañana, los medios de comunicación comenzaron a estremecerse con la noticia, se pasaba del estupor y la incredulidad a la fanfarria y la confirmación de que lo que se escuchaba era cierto: Cuba y Estados Unidos habían acordado un mecanismo de negociación para el restablecimiento pleno de sus relaciones diplomáticas.

Las reacciones no se hicieron esperar, desde la euforia comprensible, a veces excesiva de algunos, hasta el rechazo cavernario de otros, sobre todo los de Miami. A primeras horas del día, varios amigos inquirieron mi opinión, e invariablemente dije que antes, se debía escuchar a los cubanos y al gobierno de Estados Unidos de manera directa.

Entonces, vino la voz pausada, la lectura precisa del Presidente Raúl Castro seguramente meditada por mucho tiempo y redactada en el colectivo de dirección del partido y del Estado. La conexión con su pueblo era evidente, los periodistas de todos los medios internacionales que hacían entrevistas en las calles de La Habana nos permitían escuchar invariablemente el orden de prioridades que le daban los ciudadanos de la isla a la noticia: Primero, la felicidad por el retorno de sus Héroes injustamente detenidos durante 16 años en las cárceles del imperio. Segundo, la posibilidad cierta de la reunificación de la familia cubana y en tercer lugar, la esperanza de que el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas conduzca al fin del criminal bloqueo económico y comercial que ya dura más de medio siglo. 

En palabras de Raúl, “Esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto. El bloqueo económico, comercial y financiero que provoca enormes daños humanos y económicos a nuestro país debe cesar. Aunque las medidas del bloqueo han sido convertidas en Ley, el Presidente de los Estados Unidos puede modificar su aplicación en uso de sus facultades ejecutivas”. Perfecta sintonía con lo que el pueblo manifestaba en las calles. Tan larga espera ha enseñado a los cubanos el valor de la mesura, la discreción, la paciencia y la cautela. No se puede bajar la guardia ante un adversario tan poderoso.

Pero, ¿qué puede decir un observador externo ante tal trascendental hecho? Las evidencias indicaban que esta decisión se iba a concretar más temprano que tarde. Apenas hace 10 días, el 7 de diciembre pasado le escribí una carta a un amigo que vive en La Habana en la que en una de sus partes le decía “...Todo indica que al bloqueo le queda poco, pero no sé cuánto demore en restablecerse un funcionamiento pleno... “. Sin embargo, ello no obsta para que una vez superada la emotividad inicial del momento, sin dejar de manifestar la felicidad compartida con millones de cubanos al ver a los tres héroes regresando a casa, resulta tarea complicada intentar un análisis, dada la magnitud y el impacto de la multi noticia.

En el marco de las relaciones internacionales, tal vez lo primero sería decir lo obvio: la medida clausura definitivamente la guerra fría en el hemisferio occidental, 25 años después de la caída del Muro de Berlín. No había soporte ni validez jurídica en los argumentos estadounidenses para mantener una situación creada en un momento de bipolaridad rígida del sistema internacional. Valdría sí, decir que los intentos de Estados Unidos por apoderarse de Cuba se remontan hasta 1801 cuando era presidente de ese país Thomas Jefferson.

En su discurso, el presidente Obama dijo algunas cosas interesantes. Empezó reconociendo que el bloqueo y la ausencia de relaciones diplomáticas eran un “enfoque obsoleto” que “fracasó” en el intento de promover los intereses de Estados Unidos. Aunque recordó a Playa Girón, dijo que su país ha apoyado la democracia y los derechos humanos en Cuba. Debe ser por eso, que tan pronto como se conoció la noticia, renunció a su cargo Rajiv Shah, administrador de la Agencia estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), organismo del gobierno de Estados Unidos que tras la pantalla de la cooperación para la democracia, financia acciones de desestabilización e injerencia en el mundo, fracasando en Cuba una y otra vez.

El presidente estadounidense hizo una relación de medidas adoptadas por los gobiernos de su país durante más de medio siglo, reconociendo que ningún otro país ejecuta tal tipo de acciones y aceptando que todas ellas fracasaron, si se considera que la revolución bajo la conducción de Fidel y Raúl Castro continúa en el poder. En paralelo, habría que decir que el fracaso de estas medidas, no impide que el gobierno de Estados Unidos las implemente hoy contra Irán y Rusia. 

Obama reconoció el desarrollo de Cuba en materia de salud y valoró altamente la posibilidad de que estadounidenses y cubanos trabajen juntos en materias como salud, inmigración, antiterrorismo, tráfico de drogas y respuesta a catástrofes. Encomió el trabajo conjunto de ambos países en la lucha contra el ébola.

A continuación, planteó su nueva política para tratar de torpedear la revolución cubana a través de métodos “light” que no causen tanto rechazo en la comunidad internacional, “…podemos hacer más para apoyar al pueblo de Cuba y promover nuestros valores mediante la participación”, considerando que el “aislamiento no funcionó”.

Informó que revisará la presencia de Cuba en la lista de países que promueven el terrorismo, a todas luces una aseveración absurda y sin fundamento y enumeró las primeras medidas de liberalización económica de las relaciones, todo lo cual significan importantes, pero aún insuficientes pasos en el camino hacia el fin del bloqueo.

Con el cinismo y la soberbia típica de los presidentes estadounidenses dijo que no dudaba que seguían existiendo “…barreras continuas para la libertad de los cubanos comunes. Los Estados Unidos creen que ningún cubano debe enfrentar acosos, arrestos o golpizas simplemente porque ejerce un derecho universal de expresar su pensamiento, y continuaremos apoyando a la sociedad civil en ese asunto”: Debe ser que no ha tenido tiempo de leer los noticieros de su país y tal vez no sepa lo que ha ocurrido en Ferguson, Cleveland o Nueva York. Como dice la jerga popular “Debería arreglar la casa, antes de predicar en hogar ajeno”

Pero bueno, a pesar de los alertas necesarios, en el marco de comprensión de las limitaciones de un presidente estadounidense, es bueno aceptar la valentía de Obama, cavando la fosa para enterrar el cadáver de una política de agresión, violatoria del derecho internacional que no funcionó.

Muchos se preguntan, ¿por qué el presidente de Estados Unidos toma tal decisión en este momento? Pienso que las respuestas están en el análisis de la situación geopolítica internacional, sin obviar algunos elementos de la política interna de Estados Unidos. Daremos algunas opiniones al respecto.

Las nuevas generaciones de cubano americanos rechazan mayoritariamente el bloqueo, tal como el propio presidente reconoció en su discurso, en ese sentido el tradicional lobby cubano de Miami se ha debilitado en términos de apoyo financiero y electoral a las campañas de los partidos políticos. Obama, ha estimado que hoy, puede prescindir de quienes en el pasado jugaban un papel decisivo en las elecciones de Estados Unidos como se manifestó en el colosal fraude electoral que le dio el triunfo a George Bush frente a Al Gore. Por otro lado, empresarios de todo tipo, pero, de manera particular del sector agrícola del sur de Estados Unidos, han incrementado sus vínculos con Cuba. Son estados que se caracterizan por su alta producción de alimentos y consideran a Cuba un mercado natural para una producción que está siendo desplazada sobre todo por Brasil Argentina y otros países. Finalmente, el peso de 10 editoriales del New York Times, demostrando la obsolescencia del bloqueo, eran expresión de un poderoso sector que no representa sólo a los magnates de los medios de comunicación, también a algunos de los más poderosos lobbystas vinculados al sector empresarial y financiero que ningún presidente puede obviar.

En el plano internacional, la votación anual en el seno de la Asamblea General de la ONU mostraba a un Estados Unidos aislado, solo apoyado por Israel. Pero, se debe recalcar que ha sido trascendental en los últimos años el soporte unánime de una América Latina y Caribe unidos que una y otra vez, de manera colectiva a través de los mecanismos multilaterales o de forma individual manifestaron al presidente de Estados Unidos la inconveniencia de seguir manteniendo el bloqueo.

En este contexto, influyó el incremento de la relación mutuamente ventajosa de América Latina y el Caribe con Rusia y China. Mientras los presidentes de esos países Vladimir Putin y Xi Jinping se paseaban por la región manteniendo y elevando los vínculos multilaterales y bilaterales, Obama debía dar cuenta en cada reunión, del bloqueo a Cuba y las migraciones. En el último mes, le apuntó a ambos temas, avanzando en la desactivación de dos conflictos que le permitirán desplegar una alfombra suave por donde podrá caminar más seguro a la Cumbre de las Américas de Panamá en el venidero abril de 2015. Tal vez, sea ésta la manera que Obama ha decidido, para volver a una región que tradicionalmente ha sido su aliado seguro en el tablero global

En los tiempos modernos, frente al desatado individualismo, el consumismo desenfrenado y las prácticas putrefactas de la democracia corrupta, una vez más, Cuba se yergue enhiesta enarbolando sus principios, valores, su dignidad y honor. Que nadie le arrebate esta victoria, que nadie se haga dueño de un combate que los cubanos han librado por décadas al precio de su sacrificio y de la sangre de algunos de su mejores hijos. 

Tal vez hoy, los cubanos canten una vez más junto a Silvio: “Dicen que me arrastrarán por sobre rocas cuando la revolución se venga abajo, que machacarán mis manos y mi boca, que me arrancarán los ojos y el badajo, será que la necedad parió conmigo, la necedad de lo que hoy resulta necio: la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio. Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui allá dios que será divino. Yo me muero como viví”.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Panamá, a 25 años de la invasión estadounidense


Este 20 de diciembre se conmemora el vigésimo quinto aniversario de la última invasión estadounidense a Panamá. La primera, se produjo en noviembre de 1903 cuando el Crucero Nashville, dio apoyo al espíritu secesionista y posibilitó la Independencia de Panamá de Colombia. Aunque ambos hechos ligan a Estados Unidos con Panamá y están fatalmente atados a la historia de la república istmeña, tienen connotaciones diferentes en el imaginario popular y una interpretación distinta para la sensibilidad e identidad del país canalero.

En el contexto internacional, solo un mes y medio antes del desembarco y bombardeo de Estados Unidos a Panamá, la caída del Muro de Berlín anunciaba el fin de una época y el comienzo de otra en la que Washington iba a campear por sus fueros. Su victoria en la guerra fría le daba impulsos para la implantación de un sistema internacional unipolar en el que no tenía rivales. América Latina se encontraba en una situación de debilidad extrema. La democracia apenas se había instalado en la mayoría de los países en años recientes. El agotamiento de la Unión Soviética en manos de un Gorbachov que se arrodillaba ante los ímpetus vencedores de Occidente, era el presagio de su claudicación y ocaso.

Este marco le permitía a Washington tomar ventajas de la situación, el retorno a la democracia en América Latina prácticamente había concluido, las primeras elecciones democráticas en Chile después de 17 años de dictadura, realizadas el 14 de diciembre, solo 6 días antes de la invasión, clausuraban, al menos simbólicamente la “noche negra” de los gobiernos autoritarios que habían imperado en la región bajo el paraguas protector de Estados Unidos y la doctrina de seguridad nacional. Pero el presidente Bush había decidido no dar más espacio al espíritu aperturista, que comenzaba a reinar en el continente y resolvió aplicar todo su poder en una región que con la creación del Grupo de los 8 fortalecía la gestión del Grupo de Contadora y mostraba un espíritu latinoamericano de acercamiento imposible en tiempos de dictaduras, salvo para coordinar acciones tan nefastas como la Operación Cóndor que trajo como consecuencia decenas de desaparecidos y asesinados en varios países.

La agenda había cambiado con la caída del Muro de Berlín. Sólo faltaba una estocada final para hacer desaparecer a la Unión Soviética y, en esa medida, otros tópicos comenzaron a copar la temática de seguridad de Estados Unidos: narcotráfico, migraciones, deuda externa y conflictos de baja intensidad entre los cuales persistían los de Nicaragua, El Salvador y Guatemala.

Las manifestaciones sociales espontáneas contra la aplicación de las recetas del Fondo Monetario Internacional habían tenido ese año en Caracas su punto más alto, pero también en Argentina y República Dominicana se habían desatado explosiones sociales de difícil pronóstico. Estados Unidos debía tener sus fuerzas en completa disposición combativa para enfrentar “estos males” que aquejaban la región. 

En ese marco, el control de Panamá era imprescindible, ante el espíritu de rebeldía que parecía estarse fraguando al interior de las Fuerzas de Defensa de ese país, en un momento en que Estados Unidos necesitaba su apoyo incondicional a fin de mantener su artificial política anti drogas que combate la producción y procesamiento en América Latina, mientras permite y promueve en territorio propio la distribución de los narcóticos y el flujo de los recursos financieros que produce. 

Por otro lado, en medio de la más brutal guerra de agresión contra Nicaragua, ese país iba a realizar elecciones en febrero de 1990. En este ambiente, con la invasión a Panamá, Bush mandaba un mensaje fuerte y claro de lo que esperaba a los nicaragüenses y a Centroamérica en caso de persistir el gobierno del FSLN. La invasión fue expresión de una forma poco disimulada de influir en un pueblo que estaba agobiado tras 42 años de dictadura somocista y 10 de una criminal guerra que financiaba Estados Unidos contra el país.

Como siempre, Estados Unidos utilizó sus medios de comunicación para justificar la brutal acción bélica en el istmo. Arguyó que era una necesidad inmediata “proteger las vidas de sus ciudadanos en Panamá”. Así mismo, planteó su obligación de “restaurar la democracia” y “asegurar el funcionamiento del Canal de Panamá”. Ninguna de estas razones resistiría un elemental análisis serio y argumentado. Lo cierto es que el fin de la guerra fría le permitía a Bush regresar al siglo XIX y a la época del Gran Garrote como signo primordial de la política exterior de Estados Unidos.

El verdadero objetivo de la invasión fue la captura del general Noriega, hombre fuerte de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Se sabe que Noriega tuvo vínculos con Bush cuando éste fue Director de la CIA en el año 1976, pero también se conoce que el militar panameño se negó a cooperar con Estados Unidos para una eventual invasión militar que esta potencia preparaba contra Nicaragua. Esta habría sido la razón fundamental del ajuste de cuentas a través del cual Noriega fue acusado de “tráfico de drogas”. 

La detención de Noriega, un personaje polémico que fue llevado a Estados Unidos donde se le juzgó por diferentes delitos, no justifica el bombardeo de una ciudad inerme en el que ciudadanos pacíficos, habitantes de barriadas humildes fueran sacrificados vilmente por la cobarde metralla imperial.

Para ejecutar la invasión, Estados Unidos movilizó 26 mil efectivos en lo que fue su mayor operación militar desde la guerra de Vietnam. El pueblo panameño se opuso a la embestida de las fuerzas armadas estadounidenses, superando la resistencia que esperaban las tropas imperiales, lo cual obligo a ésta a prolongar las acciones. Los bombardeos indiscriminados contra las zonas residenciales populares provocaron entre 4 mil y 10 mil civiles muertos de acuerdo a diferentes fuentes. Así mismo, produjo más de 2 mil millones de dólares en pérdidas y la detención temporal de unos 5 mil panameños.

La operación concluyó cuando Guillermo Endara, fue juramentado como presidente en una Base Militar estadounidense en la Zona del Canal, - en ese momento- aún ocupada por Estados Unidos. Endara sustituyó a las Fuerzas de Defensa por una policía denominada Fuerza Pública. Sin embargo, la ayuda económica prometida por Estados Unidos nunca arribó y el propio Endara llegó al ridículo de hacer una huelga de hambre para obtenerla. En la consolidación de la intervención, el nuevo gobierno aceptó la presencia de “supervisores” estadounidenses en los ministerios, así como la acción de tropas del Comando Sur de Estados Unidos estacionada en la Zona del Canal, fuera de su jurisdicción, todo ello con la aparente justificación de lucha contra el narcotráfico y la guerrilla colombiana en la frontera entre ambos países. 

La invasión estadounidense a Panamá en 1989 fue la primera acción de Estados Unidos con el objetivo de sentar las bases de un sistema internacional unipolar. Fue, a su vez, una expresión práctica de cómo se manifestaría a futuro la política exterior de la potencia norteamericana en circunstancias posteriores al “fin de la historia”, utilizando la expresión que dio título al libro de Francis Fukuyama.

Por el contrario, para los latinoamericanos y caribeños, la historia estaba comenzando. Vista desde otra perspectiva, los panameños vertieron su sangre generosa en nombre de los pueblos de la región para señalar un camino de dignidad frente a la brutalidad y la barbarie imperial. Sólo unos meses antes, en febrero del mismo año, Caracas se había alzado para indicar una ruta que Panamá enalteció, haciendo vibrar la fibra latinoamericana y caribeña.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Puerto Rico, un caso de colonialismo en un mundo global


Hace casi 12 años se publicó en México la primera edición de mi libro Puerto Rico, un caso de colonialismo en un mundo global” en la que hacía un análisis del status político de ese país hermano en la búsqueda de un camino que permita destrabar tal situación. A pesar que el mundo y la región han sufrido ostensibles y trascendentales transformaciones, las cuales signan una realidad profundamente distinta a la de los prolegómenos del siglo XXI cuando esa investigación se dio a conocer a la luz pública, ha pasado más de una década sin ningún tipo de modificaciones y Puerto Rico sigue manteniendo un status de “Estado Libre Asociado” que es ilegal en el marco del Derecho Internacional.

Aunque el entorno ha cambiado en términos políticos, Puerto Rico sigue detenido en el tiempo. El año 2014 que está concluyendo, ha significado la profundización de una crisis económica que algunos se atreven a darle carácter estructural. Se fundamenta en el orden económico, político y social del país, toda vez que el mismo no posee un modelo económico propio, además que no tiene posibilidades de buscar soluciones a partir de decisiones soberanas y, ni siquiera puede establecer una política monetaria propia.

Se afirma que la crisis tiene su origen en las dificultades del sistema económico global, pero ello esconde el escandaloso colapso que produjo el cese de vigencia de la Sección 936 del Código de Rentas Internas Federal, que le daba atractivos a la inversión en la isla, lo que lo convertía en el principal motor económico del país. Ante esto, el gobierno no tuvo capacidad para reaccionar a tiempo, buscar alternativas y sustituir la 936 por otro instrumento que diera viabilidad a la economía. El año 2014 comenzó con una deuda pública que sobrepasaba los 70 mil millones de dólares, triplicándose desde el año 2000 cuando alcanzaba los 20,400 millones de dólares. Eso, para un país de menos de 4 millones de habitantes es una cifra muy elevada. Tal hecho hizo que desde 2010 la población haya ido mermando, dada la gran cantidad de ciudadanos que ha emigrado (prioritariamente a Estados Unidos) en busca de mejores condiciones de vida. 

La situación creada provocó la bajada de la nota de la deuda por tres calificadoras de riesgo. Ello no ha conllevado cambios con la alternancia en el poder de los partidos Nacional Progresista (PNP), anexionista y Popular Democrático (PPD), autonomista. Cada uno de ellos denunció a su antecesor por el déficit presupuestario que ha heredado, sin tomar medidas reales para su eliminación, o al menos para su reducción, lo cual impidió que el país pudiera recurrir al mercado de bonos. Desde el punto de vista social, este escenario significó el despido masivo de empleados públicos, combinado con estímulos para la jubilación y la renuncia de los funcionarios, lo que llevó al aparato gubernamental a una reducción de una cifra cercana a las 30 mil personas. 

Sin embargo, a pesar que en términos de definición del status, no se han producido relevantes reformas, la movilización y lucha del pueblo boricua, ha podido avanzar en los últimos años logrando el éxito a su favor en importantes demandas ancestrales. Así, el contrato de arrendamiento de la isla de Vieques por parte de la Fuerzas Armadas de Estados Unidos no se renovó y el 1° de mayo de 2003 el presidente George W. Bush decidió la salida de la Marina de Guerra de la pequeña isla. Desde 1940 Estados Unidos ocupó las tres cuartas partes de la isla para instalar cuarteles de comandos del Ejército, la Marina y las Fuerzas de Operaciones Especiales a fin de utilizarlas para el diseño de acciones bélicas en América Latina y el Caribe. Los daños a la población civil de la isla fueron denunciados durante décadas y en 1993 se constituyó el “Comité Por el Rescate y Desarrollo de Vieques”, movimiento de resistencia que se encargó de denunciar los resultados de la ocupación.

Así mismo, como consecuencia de la salida de la Armada de Estados Unidos de Vieques, en enero de 2004, el alto mando estadounidense decidió reubicar las Fuerzas Navales del Comando Sur, en la Estación Naval de Mayport, Florida retirándola de la Estación Naval Roosevelt Roads en Puerto Rico, lo cual condujo al cierre de esta base el 31 de marzo de 2004.

En otro plano, la situación de los presos políticos puertorriqueños en Estados Unidos ha ido cobrando repulsa en la opinión pública de la isla y en la propia metrópoli. En particular, el caso de Oscar López Rivera ha conmocionado a los puertorriqueños. López Rivera fue detenido el 29 de mayo de 1981 y condenado a 55 años de prisión por conspiración sediciosa. En 1988, como resultado de una acusación de conspiración y fuga de la prisión, fabricada por el gobierno estadounidense, le añadieron 15 años más a su sentencia, los cuales deberá cumplir después de que termine los 55 años de la sentencia previa. A pesar que en 1999, el Presidente Bill Clinton conmutó las penas de 12 mujeres y hombres puertorriqueños detenidos por causas políticas, Oscar López Rivera no fue incluido entre los liberados. Con casi 34 años detenido, López Rivera es el preso político más antiguo del continente. La demanda por su libertad ha ganado el consenso de los puertorriqueños. 

El 6 de noviembre de 2012 se realizó el más reciente plebiscito para que los puertorriqueños opinaran sobre el status político de su país. El mismo estuvo organizado a través de dos preguntas, la primera de las cuales pedía opinar acerca de la mantención o no del status actual. Sólo el 46% de los participantes que acudieron a votar y que representaron el 77,71% del padrón electoral apoyó conservar inalterable el sistema político actual. La segunda pregunta en la que podían participar todos los electores independientemente de su respuesta a la primera, consultaba acerca de cuál sería la opción alternativa al actual Estado Libre Asociado. Por primera vez en la historia, la anexión con un 61% obtuvo más votos que el status existente. Lo novedoso es que la Libre Asociación que propongo en mi libro como la vía más realizable en el camino a la Independencia obtuvo 33%, mucho más que la Independencia que sólo logró el 6%. 

Vale decir que este plebiscito no era vinculante al no contar con compromiso alguno de las autoridades del Ejecutivo o del Legislativo de los Estados Unidos. Un año antes, el 14 de junio de 2011, durante su visita oficial a Puerto Rico, el presidente estadounidense Barack Obama había afirmado que apoyaría la voluntad de los puertorriqueños si había una clara mayoría. A pesar de ello, el 11 de diciembre de 2012 la legislatura de Puerto Rico aprobó una resolución para “requerirles al Presidente y al Congreso de los Estados Unidos que actúen de conformidad con el reclamo del pueblo de Puerto Rico para que se termine de una vez y por todas con el estatus territorial actual de Puerto Rico y que se inicie el proceso para admitir a Puerto Rico como Estado de la Unión, según expresado libre y democráticamente en el plebiscito que se celebró el 6 de noviembre de 2012; y para otros fines relacionados”.

El primer interesado en desactivar los resultados del plebiscito es el propio Estados Unidos que no desea incorporar un territorio culturalmente distinto y con una fuerte identidad a la federación norteamericana. El modelo imperial diseñado para la nación boricua es el del Estado Libre Asociado y a él se aferran.

Empero estos resultados y las reticencias de Estados Unidos para dar una respuesta sobre el tema, América Latina y el Caribe ha decidido tomar cartas en el asunto. Previo a la realización de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC) que se realizó en La Habana en diciembre de 2013, el gobierno de Venezuela formuló una invitación a representantes del independentismo puertorriqueño para participar en un foro en Caracas donde se debatiera sobre el asunto y se visualizara la manera en que Puerto Rico podría participar de este mecanismo en el que están presentes todos los Estados de la región.

La intervención de personas que Estados Unidos considera ciudadanos propios en un evento al cual se les invitó para discutir sobre el tema de la independencia y la participación de la isla en una reunión Cumbre de Jefes de Estado de la más amplia organización regional, no produjo respuestas ostensibles desde la metrópoli.

La característica amplia y la diversidad política e ideológica de los jefes de Estado y gobierno de la CELAC y la permanente apuesta por el consenso que atenúe las diferencias, no permitió el consentimiento de la proposición del Presidente Nicolás Maduro a favor de reconocer al movimiento independentista de Puerto Rico como miembro asociado de la CELAC, sin embargo la Organización reconoció que el caso de Puerto Rico es parte de su agenda al reafirmar expresamente en su Declaración Final “…el carácter latinoamericano y caribeño de Puerto Rico…”. Los Estados miembros de la CELAC al tomar nota de las resoluciones sobre Puerto Rico adoptadas por el Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas, reiteraron que el mismo es “asunto de interés de CELAC”. Así mismo, pide a la dirección de la CELAC presentar “propuestas para avanzar” en su compromiso con el caso político de Puerto Rico.

Venezuela ha apoyado invariablemente la causa de Puerto Rico en todos los foros e instancias internacionales en los que se discute el tema. Desde sus orígenes ha tenido una voz señera en el Comité de Descolonización de la ONU manifestando su compromiso con el pueblo puertorriqueño. Cumple así con el legado del Libertador Simón Bolívar quien bregó por culminar la Independencia de América intentando que durante el Congreso Anfictiónico de Panamá, se tomaran las medidas necesarias para que las naciones participantes concurrieran a la creación de un ejército que desalojara el poder español de Cuba y Puerto Rico. 

En ese marco, la 11ra. Feria Internacional del Libro de Venezuela que se celebrará en Caracas en marzo del próximo año, tendrá como país invitado a Puerto Rico como justo reconocimiento a los intelectuales, escritores y a los hacedores de la cultura boricua que han defendido con encono su identidad latinoamericana y caribeña. Para nosotros, para los latinoamericanos y caribeños, para los venezolanos, Puerto Rico es parte inalienable de nuestra región. En esa medida debatir y dar a conocer su situación, se transforma en deber ineludible del quehacer político, científico y académico de lo mejor de nuestra gente.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Gasto militar y crisis económica.


El Complejo Militar-Industrial es la principal industria manufactura del mundo, es la que produce más recursos y genera más empleo, está por encima de gobiernos y de cualquier posición o tendencia política que pueda haber en un país u otro, no respeta ni responde a ningún criterio de orden ético o moral. Eso se expresa en Medio Oriente, donde se ubican tres de los principales compradores de armas del mundo (Egipto, Arabia Saudita e Israel). Técnicamente, Egipto y Arabia Saudita son enemigos de Israel, sin embargo, Estados Unidos, les vende armas a los tres.

Así, se genera un circulo vicioso entre la necesidad de vender armas y que a su vez, haya guerras o conflictos. Si no las hay, la demanda de armas se contrae y baja la oferta. Por tanto, a los ofertantes les conviene generar y mantener el conflicto para expandir la demanda y la oferta a  un costo-beneficio que les favorezca. Por ello, la necesidad del conflicto está muy presente en el Medio Oriente, aunque se expresa en cualquier lugar del planeta. Por ejemplo,  también puede evidenciarse en el conflicto de Taiwán con China o entre India y Pakistán y  en cualquier otra situación de controversia.

En este ámbito, Rodrigue Tremblay, presidente de la Sociedad Canadiense de Economistas manifestó que “el presupuesto militar es tan grande, que el CIM se convierte en un Estado dentro del Estado”. La tendencia al incremento del gasto militar ha continuado aún en medio de la crisis global. De acuerdo con el informe anual del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2008 el gasto mundial en armamento militar se incrementó en 4%, hasta alcanzar 1,46 billones de dólares, con respecto al año anterior.

De esta manera,  en 2008, -siete años después del 11 de septiembre de 2001- cuando se desató la “fiebre” de la guerra preventiva, el unilateralismo y la violación abierta del derecho internacional, estalló la crisis financiera  a continuación del  desastre producido por las hipotecas en Estados Unidos. Todo ello creó las condiciones para el triunfo de los demócratas y  de Barack Obama en las elecciones de ese año.

Obama ha tenido que enfrentar –sin éxito- la crisis. La magnitud de la misma y la debilidad del presidente para imponer decisiones de cambio estructural son las causas de su incapacidad para lograr la recuperación. Obama ha tenido una fuerte resistencia de la derecha conservadora que se opone –a diferencia de 1929- a cualquier medida de corte keynesiano.

Respecto de la relación entre gasto militar y situación económica, los especialistas han coincidido en que la incidencia  del primero en la segunda ha sido nefasta. Chalmers Johnson, un vehemente analista de estos temas  ha apuntado que la  salida a la crisis de 1929 se produjo a partir del incremento sustantivo de la producción militar en los años previos a la segunda guerra mundial y durante su desarrollo. Así mismo afirma que la guerra fría reactivó para siempre el CMI. Johnson señala que  “…entre los 50 y los 60, entre un tercio y dos tercios de la investigación científica se orientaron al campo militar, lo que con el tiempo llevó a una gran debilidad económica al país. Por ello, afirma que “la devoción al keynesianismo militar es en realidad una forma de suicidio económico lento”.

En la misma dirección, el economista y sociólogo italiano  Giovanni Arrighi afirma que “el keynesianismo militar, basado en enormes gastos en armamento por parte de Estados Unidos y de sus aliados, así como en el despliegue de una amplia red de bases militares en el mundo entero, fue sin duda un factor muy dinámico del crecimiento económico”, sin embargo, el mismo  “dio paso a la aplicación del monetarismo y al gasto militar sostenido, financiado mediante endeudamiento público, en la década de los 80”. Apunta que, casi al finalizar el siglo, durante el gobierno de Clinton la economía tuvo una leve recuperación, pero la misma entró en lo que él llama una crisis terminal en 2001.

Así mismo,  el premio Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz y la profesora titular de políticas públicas de la Universidad de Harvard Linda J. Bilmes han manifestado opiniones similares, al estudiar los gigantescos costos humanos y económicos que tuvo para su país la ocupación de Irak. Desde su punto de vista, la guerra ha tenido un costo para Estados Unidos que asciende a  tres billones de dólares, pero que para el resto del mundo podrían ser el doble. Además, exponen que la guerra se financió  a punta de deuda tanto externa como interna. A pesar de  estos altos costos, se redujeron los impuestos a los más ricos, lo cual ha conducido a un enorme déficit que se ha ido difiriendo por lo que tendrá que asumirse en el futuro. Stiglitz y Bilmes calculan que la deuda de Estados Unidos asciende a 10 billones de dólares que corresponden 60% de su PIB. Por su parte la Oficina de Presupuestos del Congreso de EE.UU habla de una relación entre la deuda y el PIB de 87% en 2019.

A su vez, Chalmers plantea tres aspectos de la deuda de Estados Unidos:
 1.         En el momento del estallido de la crisis, el gobierno invertía una excesiva cantidad de dinero en proyectos militares que no guardaban relación con las necesidades de seguridad y defensa del país, al mismo tiempo que se mantenían bajos los impuestos a los ricos.
2.        El gobierno pensaba que era posible sostener la economía, compensar el deterioro acelerado de la infraestructura industrial y la pérdida de empleos recurriendo al gasto militar.
3.        Debido al gasto militar excesivo, el país dejó de invertir en asuntos sociales claves. Esa es la verdadera causa de la crisis social que ha devenido en “un deterioro alarmante del sistema de educación y de la salud pública, al tiempo que la industria manufacturera civil ha perdido competitividad”.

Estos autores, además coinciden en afirmar que las cifras oficiales en materia de defensa  no son confiables, considerando que entre 30% y 40% del presupuesto militar se asigna a proyectos confidenciales, lo cual se agrava cuando se tiene en cuenta que el pentágono no acepta la realización de contabilidad financiera.

En otro capítulo de la crisis, demócratas y republicanos pugnaron casi hasta la fecha tope del 17 de octubre del año pasado para aprobar el nuevo presupuesto nacional y aumentar el techo de la deuda. Aunque la solución fue temporal  pues el Departamento del Tesoro no podía emitir bonos de deuda sino hasta el 7 de febrero de 2014 y las entidades públicas que habían sido cerradas, fueron autorizadas a reabrir únicamente hasta el 16 de enero. En esas fechas, Estados Unidos volvió a enfrentar una situación de tensión interna.  El cierre parcial  del gobierno costó a la economía del país 24 mil millones de dólares, según estimados de la agencia de calificación de riesgo Standard & Poor.

Sin embargo, en el trasfondo de este affaire no hay diferencias entre los dos partidos del sistema respecto de su “necesidad” de mantener el gasto militar, verdadero trasfondo de la crisis. El conflicto surge por la diferencia de opiniones respecto a quién debe pagar, los demócratas dicen que debe ser mediante el aumento de impuestos a los ricos, y los republicanos consideran que se debe disminuir el gasto social.

Nadie desea una crisis en Estados Unidos que –en tiempos de globalización- terminaría afectando a todo el planeta y haciendo pagar a los pobres la cuota más alta. No hay duda que una y otra salida  a esta coyuntura es diferente para el pueblo estadounidense, pero para la gran mayoría de la humanidad, no reviste mayor importancia, porque el problema no es transitorio, refiere a causas estructurales que revelan una economía no sustentada en la justicia social ni en el reparto equitativo.  El bipartidismo en Estados Unidos, cierra filas y actúa como un sistema único cuando se trata de su actuación exterior. Sólo que esta crisis rebasó cualquier experiencia previa, las alarmas se prendieron y la respuesta que se observa recuerda aquella figura de la fiera herida que para salvarse da zarpazos hasta su muerte.