La semana pasada concluíamos diciendo que la nueva situación creada en el Medio Oriente no era alentadora para los intereses de Estados Unidos en la región y que Irán se había consolidado como una potencia regional, así como que la presencia de Rusia había servido como elemento equilibrador que evitaba una imposición hegemónica a favor de los intereses occidentales.
Por el contrario, en el cuadro geopolítico creado, si miramos la situación de manera integral, si consideramos las esferas internacional, política, económica y energética, la gran perdedora ha sido Arabia Saudita. En Siria, es evidente que el contexto y las tendencias se manifiestan en su contra. El gobierno del presidente Bashar al-Assad ha resistido la agresión y sus fuerzas armadas están prestas a retomar las áreas del país, bajo control de los terroristas, en primera instancia la ciudad de Alepo, capital económica del país. Por su parte el gobierno de Irak, a través de las acciones que está llevando a cabo con sus fuerzas militares propias, el apoyo de Irán y la participación de las milicias chiíes y kurdas, ha recuperado el 80 % de los territorios que había ocupado el Estado Islámico y se prepara para la toma de Mosul, segunda ciudad en importancia del país. En estas circunstancias, la ya deteriorada influencia de Arabia Saudita en la estructura política de Irak, va a quedar absolutamente desplazada, impidiéndole cualquier tipo de participación en el escenario post Estado Islámico.
El fracaso de la maniobra saudita en los mercados internacionales energéticos que demandó y logró bajar el precio del barril del petróleo para debilitar a Irán y Rusia a fin de buscar el cese del apoyo y la participación de estos países en la lucha contra el terrorismo en Siria e Irak, y en específico, la de Irán en Yemen y Bahréin, ha dejado un tremendo déficit presupuestario en todos los países del Golfo aliados de la monarquía saudita y en ella misma. De manera particular, ha sido muy notoria, la resolución del parlamento de Kuwait, que aumentó en un 80% el precio de la gasolina para el comprador minorista, a fin de utilizar tales recursos para cubrir su déficit presupuestario, lo que devino en la renuncia de su gobierno.
En este contexto, Arabia Saudita se vio obligada a aceptar la reducción de la producción petrolera en un tope específico, al mismo tiempo que tuvo que respetar la cantidad de 4 millones de barriles asignados a Irán, lo cual no había aprobado hasta la anterior reunión de la OPEP en Argelia el pasado mes de septiembre. Pero, lo que vino a derramar el vaso de las derrotas sauditas y el fracaso total de su política exterior, es la ley aprobada y ratificada por las dos cámaras del Congreso estadounidense, al aprobar el rechazo al veto que intentaba el presidente Obama, y conceder el derecho a los familiares de las víctimas del 11 de septiembre de 2001 de interponer demandas en cortes de Estados Unidos contra el reino saudita por el apoyo a los supuestos terroristas que perpetraron los atentados, dado que, –según Estados Unidos- 17 de los 19 participantes en los hechos eran ciudadanos de ese país, existiendo incluso indicios no revelados por los tribunales que señalan la vinculación de personeros de la monarquía wahabita en esos funestos acontecimientos.
En otro escenario, vale mencionar que los aliados de Arabia Saudita en el Líbano se quedaron sin alternativas, de cara a las próximas elecciones presidenciales, por lo que están a punto de apoyar al candidato de la organización islámica chií Hezbollah, el ex general Michel Aoun. Estando el Líbano sin ejecutivo desde hace tres años, las fuerzas aliadas de la monarquía saudita llegaron a la conclusión de que, de no realizarse estos comicios que conducirán a la elección de un nuevo presidente, el país podría ir hacia un proceso fundacional constituyente que Hezbollah solicitó hace 4 años, y ante el cual estas fuerzas muy probablemente serían barridas electoralmente, perdiendo importantes espacios de poder que aún hoy ostentan.
Sin embargo, es en Yemen, donde se ha producido el mayor fracaso de Arabia Saudita. Tras 16 meses de haber creado una fuerza multinacional de países árabes, mediante la erogación de una importante cantidad de recursos financieros, para ejecutar las operaciones bélicas en contra del pequeño país del sur de la Península Arábiga y contando con el más sofisticado apoyo militar y de inteligencia de Estados Unidos, destruyeron el país, sin poder lograr un solo objetivo militar o político que no haya sido el asesinato de miles de ciudadanos inermes, con el propósito de hacer rendir a las fuerzas revolucionarias huthies y al ejército yemení, leal al presidente Alí Abdullah Saleh. Por el contrario, la influencia de estas fuerzas, se ha expandido. Su dominio territorial, abarca una zona del centro del país que incluye a la capital Sanaa, las costas del Mar Rojo y el estrecho de Bab el Mandeb, también controlan el noroeste del país. Sus milicias han llegado a incursionar hasta 300 km en la profundidad del territorio saudita que ha sido asediado por la presencia y el fuego directo de las fuerzas militares huthies. Por su parte, el ejército yemení ha lanzado misiles que han alcanzado bases militares y concentraciones bélicas hasta 700 km, en la zona central de Arabia Saudita, produciendo importantes bajas y pérdidas materiales al invasor, llegando a golpear objetivos a poca distancia de la importante ciudad de Taif. Por su parte, los Emiratos Árabes Unidos perdieron el pasado mes de septiembre, un modernísimo y sofisticado navío de guerra que fue alcanzado por los misiles de las fuerzas militares huthies en Bab el Mandeb muriendo 28 soldados.
Por su parte, Estados Unidos anunció su retiro y cese de cooperación con la coalición saudita que ha invadido Yemen. Aunque resulta dudoso, que esta decisión se ejecute en la práctica, con ello busca disuadir las protestas y presiones de ONG´s y del Consejo de DD.HH de la ONU que han denunciado las masacres que se están cometiendo a diario en contra de civiles, sobre todo de niños.
En ese contexto, Estados Unidos informó que navíos de su armada fueron atacados con misiles lanzados desde territorios dominados por las milicias huthies, quienes se apresuraron a negar tales imputaciones. Sin embargo, las fuerzas navales estadounidenses replicaron las acciones, lanzando proyectiles en contra de objetivos en territorio yemení, con lo cual formalmente se ha iniciado su participación directa en el conflicto.
Sin conocer los hechos reales que han ocurrido, esta situación conduce a varias suposiciones, la primera es que de ser falso que los ataques fueron perpetrados por las milicias huthies, estamos ante una nueva falacia creada por Estados Unidos para justificar su involucramiento en el conflicto, como ya va siendo tradicional en su política exterior. Por otro lado, estas acciones podrían ser un anuncio de Irán, a fin de legitimar su presencia en la zona y hacer valer su condición de potencia regional que apoya a las fuerzas chiíes que combaten en Yemen. Finalmente, es dable suponer que Arabia Saudita, utilizando fuerzas yemeníes aliadas atacó a las naves estadounidenses con la intención de impedir la anunciada retirada de Estados Unidos del conflicto y, al contrario, lograr un mayor involucramiento de la potencia norteamericana en el mismo.
Por lo pronto, las elecciones presidenciales de Estados Unidos generan un “compás de espera” en el desarrollo de los acontecimientos en el Medio Oriente. El resultado de los comicios y la decisión sobre quién será el nuevo/a mandatario/a de ese país tendrá un notorio impacto en la región, en particular en el sostenimiento y apoyo de Israel como portaviones de la política de Estados Unidos en la región, en el manejo de las relaciones con sus aliados árabes, en particular en la conducción de la guerra contra el Estado Islámico y las fuerzas terroristas en Irak y sobre todo en Siria y, sobre todo en los acuerdos que se tomen o no con Rusia, un actor primordial, protagónico y que se ha fortalecido en la región.
En el futuro habrá que poner todas las cartas sobre la mesa, El debate no podrá ser solo sobre reformas y participación de la oposición en Siria y Líbano, por el contrario, si la correlación de fuerzas sigue avanzando a favor de Irán, el tema fundamental a discutir tendrá que ser democracia y participación de todas las fuerzas presentes en los conflictos por el poder en Yemen, Bahréin, Irak, Siria o Líbano o la continuidad del conflicto con un frente anti estadounidense y anti saudita mucho más fortalecido y una alianza occidental muy debilitada, a la cual solo le quedará el recurso del escalamiento de la guerra, un mayor nivel de involucramiento en la misma, con todas las consecuencias que ello tendría.